sábado, 12 de marzo de 2011

EL HADO PADRINO



     Aquel viernes, Leila pensó que sería bueno no tener que ir a  trabajar. Por la mañana, muy temprano, abrió los ojos, incluso antes de que sonase el despertador.
     — Si yo tuviera un hada madrina… —dijo en voz alta.
     Si ella tuviera un hada madrina, le pediría que hiciera magia para no tener que ir a trabajar ese viernes e incluso algunos días después.
     Justo un rato antes antes de que el despertador sonase, hubo una pequeña explosión en medio del cuarto.
     Y en el centro de la explosión, apareció una pequeña figura flotando en el aire.
     — Eres un hada madrina? —preguntó Leila.
     — No —respondió la figurita mientras tosía: cof, cof, cof—. Yo soy un hado padrino.
     — Un hado padrino?
     — Pues sí.
     — ¿Y eso?
     — Pues porque finalmente está está llegando la igualdad de sexos también al mundo de las hadas… y de los hados.
     — Ah, me parece muy bien. ¿Y ya tienes mucha experiencia?
     — No, la verdad es que tengo poca, apenas hace una semana que estoy trabajando en esto.
     — Entiendo —asintió Leila—, pedirte yo quiero pedirte tres deseos.
     — Lo siento mucho —se disculpó el hado padrino—, pero acabo de comenzar mi carrera y solo puedo concederte un deseo.
     — Está bien: pues mi deseo es no ir a trabajar unos días.
     — Alepahou! —dijo el hado padrino moviendo su varita.
     En ese momento, una serie de virus y bacterias empezaron a cruzar el aire hasta introducirse por la nariz de Leila.
     — Ya está —anunció todo satisfecho el hado.
     — Oye, que esto no funciona —protestó la joven.
     — Hombre, tienes que ponerte enferma. Los bichillos necesitan tiempo hasta causar la infección.
     — Pero que chapuzas de hado padrino! —protestó Leila.
     Pero el hado padrino ya no la oyó. Se esfumó en el aire, como una burbuja que explota.
     ¡Blub!
     Mientras, Leila tuvo que ir al trabajo, todavía en buenas condiciones. Pero cuando volvió a casa, empezó a estornudar.
     ¡Atchís!
     ¡Atchús!
    Al final, había caído enferma.
     Leila acabó alegrándose, porque pensó que tendría para una semana de gripe. Se perdería el fin de semana, pero también durante la semana estaría enferma en casa, sin tener que ir a trabajar.
     Valía la pena.

* * *

Llegó el lunes.
     Leila se despertó sin necesidad del despertador.
     Pero ya no tenía fiebre, ni estornudaba.
     Se sentía perfectamente.
     Qué fiasco.
     Aquella enfermedad que le había enviado el hado madrino era una porquería. Solo le había durado dos días. Tuvo que ir a trabajar, ¡qué remedio!
     Ya en la oficina, Leila le comentó a su colega Samira que había estado enferma gracias a un hado padrino.
     — ¿Un hado padrino? No digas disparates —exclamó la colega.
     — En serio, se me apareció un hado padrino y me concedió un deseo.
     — ¿Qué deseo?
     — Eso no te lo voy a decir —Leila no iba a contar su odisea; además, ella sabía que su colega de trabajo era muy envidiosa.
     — ¿Y tienes el número de móvil? —preguntó Samira.
     — ¿El número de móvil de quien?
    — Del hado padrino.
     — No digas disparates, el hado padrino no tiene de eso.
     — ¿Y cómo lo llamaste?
     — Pues se le invoca.
     — Ah… ¿Y cómo se le invoca? —acabó preguntando Samira.
— Llámalo en voz alta, concentrándote.
     Así lo hizo Samira. Lo llamó y se le apareció el mismo hado padrino. Se veía que aún había pocos y tenían que hacer horas extras.
    — ¿Qué deseas? —preguntó el hado padrino a Samira.
     — Quiero ser más alta y tener el pelo rubio.
     — Concedido.
El hado madrino agitó la varita en el aire. Los efectos fueron inmediatos. Los tacones de los zapatos de Samira crecieron sesenta centímetros, de manera que sus zapatos se convirtieron en una especie de zancos.
        Pero, mientras Samira hacía equilibrios para no caerse al suelo, se le cayó medio litro de lejía en cabeza, de manera que el cabello se le volvió rubio, como ella quería. Sin embargo, Samira no supo mantener el equilibrio y cayó al suelo.
     Cuando se levantó, la pobre de ella tenía cardenales por la cara.
     El hado padrino, que aún no se había enterado de lo que había pasado, aún comentó:
     — Anda, si hasta sales maquillada!
     Samira, poseída por la furia, cogió un matamoscas y aplastó al hado padrino contra la pared.
     Demasiado tarde.
     El hado padrino había desaparecido antes de recibir el golpe. Había sentido la llamada de una salchicha en un perrito caliente que estaba a punto de ser devorado.
    ¿Qué se esperaba ella?

© Xavier Frías Conde, 2011

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