jueves, 31 de marzo de 2011

EL DEVORADOR DE LIBROS

    En la consulta del doctor Martínez sonó el teléfono. El doctor estaba a punto de salir, ya era hora de volver a casa. Tuvo la tentación de no responder, pero finalmente cogió el teléfono. Sintió una voz que decía:
    – Buenas tardes, doctor –sonó la voz de una señora.
    – Buenas tardes...
    – Soy la señora Perales y me gustaría consultarle un problema que tengo con mi hijo...
    – Hable, señora, hable...
    – Mi hijo tiene cinco años y le gustan mucho los libros...
    – Eso es bueno, señora – respondió el doctor.
    – Sí, pero lo que yo quiero decir es que él se devora los libros, uno tras otro. ¡Uno cada día, doctor!
    – Estupendo, señora – el doctor quería ya acabar la conversación porque estaba cansado y quería irse a casa inmediatamente–. Las madres y los padres siempre se quejan de que sus hijos no leen. Además, yo no soy psicólogo, soy pediatra...
    – Pues claro, doctor, por eso me pongo en contacto con usted. Mi hijo casi ni sabe leer. Es que mi hijo se come los libros... Sí, a veces con patatas fritas y a veces con mayonesa... ¿Es eso normal, doctor?
    El doctor se quedó con la boca abierta.
    – Bueno, tráigame a su hijo a la consulta mañana por la mañana, señora. Tengo que hacerle un análisis...


* * *


    El doctor Martínez se encontró con una señora normal y un chico normal en su consulta a primera hora de la mañana.
    – Entonces, señora, ¿cómo es que su hijo devora libros?
    Antes de que la madre respondiera, el chico le dijo:
    – Mamá, tengo hambre, es que no he desayunado...
    La mamá se puso roja, pero no de calor, sino de vergüenza.
    El niño miró por la sala. Allí había algunos libros inmensos, de esos que tienen los médicos con las tapas muy duras. No parecían muy sabrosos.
    Entonces vio una revista en la mesa del médico. Tenía buen aspecto, era fina. Le serviría como aperitivo...
    Y sin decir una palabra, el niño atrapó la revista, que de hecho era un catálogo de medicamentos, y comenzó a comérsela.
    El doctor lo miraba sin poder decir una palabra.
    El niño alzó los ojos hacia el doctor y le preguntó:
    – ¿No tiene ketchup para acompañar a la revista?
    El médico ni se dio cuenta que sus gafas se le caían y se detenían justo en la punta de las narices.
    La señora Perales solo murmuró:
    – Carlitos... no...
    Demasiado tarde. Carlitos ya estaba devorando la primera página donde se anunciaba un jarabe para abrir el apetito de los niños.


* * *

    Pero el caso de Carlitos atrajo toda la atención del doctor Martínez. Comenzó a investigar sobre aquel extraño caso. Se trataba de un papirófago, es decir, un comedor de papel. Más allá de los roedores, no era normal que las personas comieran papel. Carlitos podía tener algo de aspecto de ratón, pero era un niño, de eso no había duda.
    El doctor Martínez pidió a la mamá del niño que llevara su hijo a su consulta para ser analizado. Debía someterlo a una serie de pruebas médicas hasta descubrir cuál era la causa de aquel comportamiento.
    El doctor Martínez quiso saber qué tipo de libros comía Carlitos. Eso era importante, porque no comía cualquier tipo de libros. Solo le gustaban los libros con muchas imágenes –él aún decía que si tenían poca letra que no tenían buen sabor. Y entre ellos le encantaban los libros de hadas, de monstruos, de naves espaciales y de animales parlantes. A veces, cuando no tenía nada al alcance de la mano, podía comer una revista, pero con fotos a colores.
    También investigó el doctor cómo había empezado aquel extraño comportamiento. Justo cuando el niño dejó de mamar, empezó a chupar papel. Comía también “cosas normales”, pero siempre prefería el papel.
    Los padres de Carlitos intentaron esconder los libros para que el niño no se los comiese, pero fue inútil, porque él siempre encontraba alguna cosa de papel, o de cartón. Se comía, por ejemplo, las cajas de las galletas, pero no las galletas.
   Así que los padres decidieron que si tenía que comer papel, lo comería de calidad. Y fue así como escogieron siempre libros infantiles, bien ilustrados y con historias interesantes. Sin embargo, un buen día, Carlitos dejó de comer “cosas normales” para solo alimentarse de papel.
    Y fue entonces cuando los señores Perales decidieron consultar con el doctor.


* * *

    El doctor Martínez comenzó a hacerle pruebas.
    Primero le dio un libro al Carlitos en árabe. Quería saber si al chico le gustaría un libro escrito en aquella lengua. Buscó que fuera un libro con muchas imágenes, porque sabía que Carlitos no lo comería si no tenía dibujos.
    Era un libro muy largo, pero Carlitos llevaba muchas horas sin probar bocado, así que tenía hambre.
    – Y entonces – preguntó el doctor–, ¿te gustó el libro?
    – Na3am, alkitáb hasan.
    El doctor esta vez sí sintió que las gafas se le caían hasta al suelo. El niño le había respondido en árabe.
    Después de la sorpresa, el doctor tuvo aún más interés en continuar con las pruebas. Si Carlitos era capaz de hablar árabe después de haber leído un libro en esa lengua, quizá podría aprender otro idioma si le daba otro libro.
    Un día después le dio un libro que hablaba de ballenas bailarinas. Aquel estaba escrito en inglés, el cual era un idioma que el doctor sí entendía. Quería saber hasta dónde llegaba la capacidad de aprender de Carlitos.
    – So, Charles, did you like it?
    – Sure. It was good. Perhaps la bit salty...
    “Salty”, salado. Claro, era un libro que hablaba del mar, por lo tanto era normal que estuviera salado. Pero lo más increíble era que el niño había respondido en inglés.
    Aquel mismo día el doctor Martínez habló con la madre y el padre de Carlitos:
    – Su hijo aprende con el estómago... –fue su conclusión.
    – Disculpe, doctor – dijo el señor Perales–. ¿Ha bebido usted?
    El doctor estaba ofendido. Él nunca se embriagaba. Pero aún así explicó:
    – Las personas aprenden con los sentidos, sobre todo, con la vista y el oído, pero su hijo aprende especialmente con el estómago.
    – Es broma, ¿no? –preguntó entonces la madre.
    Pero el doctor puso al hijo ante los padres. Después le dio para comer un libro en alemán que trataba de unos gnomos del bosque que organizaban carreras en saltamontes.
    – Hallo, Karl, was hast Du gelesen?
    – Ein sehr interessantes Buch, herr Doktor. Ich mag es.
    Los padres se quedaron tan sorprendidos que ni pudieron decir nada en tres días. Habían perdido la voz.


* * *


    El doctor Martínez estaba muy contento con sus experimentos. Pensó que iba a presentar aquel caso a un congreso de científicos. Serían un gran impulso para su carrera profesional.
    –Doctor – preguntó la madre de Carlitos–, ¿de verdad que va a presentar el caso de nuestro hijo a sus compañeros? Pero después es que ellos van a querer conocerlo y van a tratarlo como si fuese un extraterrestre...
    El doctor Martínez sonreía pero no escuchaba. Él estaba muy satisfecho con aquellos acontecimientos. Por nada en el mundo iba a renunciar a aquellos papeles que tenía encima de la mesa, donde recogía todas sus experiencias...
    –Carlitos – se oyó entonces la voz de la señora Perales–, ¿por qué te comes ahora esos papeles?
   Cuando el doctor se volvió, comprobó lleno de horror que Carlitos se estaba comiendo todas sus notas, aunque no tuvieran dibujos.
    – Pero… ¿qué estás haciendo? –le preguntó el doctor con el alma en los pies.
    Carlitos se tragó el último trozo de papel y luego dijo:
   – Caro colega, creo que ha hecho un estudio excelente. Cuando tenga otro, avíseme...
   Al doctor Martínez no se le cayeron entonces las gafas al suelo. Fue él mismo quien se cayó cuando comprobó que no podría demostrar nada...
    Carlos y su mamá salieron por la puerta de la consulta mientras el niño preguntaba a la madre:
   – Mamá, mamá, como he sido muy bueno y ya puedo comer cosas sin dibujos, ¿me dejas tomarme mañana un cuento de brujas feas de postre?
    – Claro, cariño, claro que sí... 


© Xavier Frías Conde

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