jueves, 17 de marzo de 2011

EL MISTERIO DEL MARIONETISTA






    Franz Liebermann tenía fama de ser el mejor marionetista del país. Se ganaba la vida montando espectáculos por pueblos y aldeas. Él mismo hacía las marionetas, escribía los guiones, montaba los escenarios y realizaba las representaciones.
    Siempre solía llevar una maleta inmensa, que por suerte tenía unas pequeñas ruedas. Allí siempre cargaba todo lo necesario para montar su espectáculo.
     Cuando llegaba a la sala donde debía representar el espectáculo, lo primero que hacía era montar el escenario. Se trataba de una estructura muy simple de siete barras, cuatro verticales y tres horizontales formando una U con la base muy larga. El espacio quedaba cerrado por una gruesa cortina de lana que impedía ver lo que había detrás. Franz Liebermann se sentaba al fondo, sobre un taburete, y desde allí movía las marionetas.
     Y qué decir de las marionetas. Se trataba solo de guantes, guantes normales de lana que llevaban encima pegados los personajes hechos de esponja. Los dedos servían para mover las extremidades de los personajes, que podían ser igual dinosaurios, calamares, bailarines de balet con cuatro piernas, bebés de elefante… En realidad, cualquier personaje podía tomar vida gracisa a aquellos dedos prodigiosos.
     Franz Liebermann era un artista superior. Por eso, se ganaba el pan recorriendo los lugares del país con su espectáculo de marionetas. Y a buen seguro su vida habría sido igual toda la vida, si no fuera por una periodista curiosa que, durante una de sus actuaciones en un cierto pueblo, coincidió que estaba por allí de vacaciones. Ella, la periodista, se sintió curiosa por algo y quiso obtener una respuesta:
     — Como hace ese hombre para manejar al mismo tiempo seis marionetas?
     No es que nadie se hubiera hecho antes esa pregunta, sino que todos habían llegado a pensar que era tan bueno, que incluso podía tener algún sistema de cables que permitieran el movimiento de seis marionetas al mismo tiempo.
     Sin embargo, la periodista en cuestión, Berta Schwarz, pensó que allí había un misterio escondido. Cualquier explicación que le dieran no la iba a convencer. Ella, periodista concienzuda, estaba segura que allí flotaba un secreto. Y un secreto significaba noticia.
     Fue durante la segunda parte del espectáculo cuando buscó el modo de quedarse cerca de la puerta para salir más fácilmente. Cuando el espectáculo dio inicio, ella salió de la sala y alcanzó enseguida el exterior. Había observado que justo por encima de la cabeza del marionetista había un ventanuco, por la cual era imposible acceder a la sala, pero sí permitía la entrada de luz. Quedaba, además, a más de dos metros del suelo. Sin embargo, Berta ya había trazado un plan en su cabeza. Solo necesitaba su móvil, bien provisto de cámara, y un cordel.
     Subió a otra sala que había justo encima de la sala donde tenía el lugar el espectáculo. Se asomó a la ventana y desde allí descolgó el móvil hasta dejarlo a la altura del ventanuco del piso inferior. Durante un par de minutos, el móvil registró lo que había al otro lado de la ventana. No tuvo que buscar más pruebas, los dos minutos de grabación demostraron que la primera idea de la periodista, aparentemente una fantasía, era real.
     Volvió a la sala donde tenía lugar el espectáculo y vio como, al cabo de unos minutos, concluía con una lluvia de aplausos. Se quedó en una esquina esperando a que los espectadores abandonasen la sala. Cuando todos ya estuvieron fuera, se acercó hasta el escenario, totalmente protegido de miradas indiscretas.
     — Señor Liebermann, ¿puedo hablar con usted? —preguntó Berta todo amable.
     El señor Libermann salió al cabo de unos segundos. Llevaba un abrigo que había puesto a toda prisa. Intentaba sonreír, pero estaba muy nervioso.
     — ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó él también en tono amable, pensando que, tal vez, la mujer tan solo quería un autógrafo.
     Sin embargo, Berta le colocó el móvil delante de los ojos al hombre y le mostró lo que allí había grabado. En la imagen se veía, aunque no nítidamente, como Franz Liebermann tenía seis brazos y usaba todos ellos para mover seis marionetas al mismo tiempo. La coordinación entre tantos brazos era perfecta.
     — He descubierto su secreto, señor Liebermann. Tengo la noticia que buscaba. Va a ser famoso.
     Franz Liebermann comprendió al instante que, si se descubría su secreto, su existencia se volvería un infierno. No sería feliz haciendo lo que hacía. Pero como ya había previsto que aquel momento podía llegar, estaba preparado para eso.
     Forzó una risa, una carcajada e invitó a la periodista a acompañarlo haciéndole un gesto. Ella obedeció. Detrás de la cortina vio todas las marionetas desperdigadas ponerlo suelo. Lógicamente el marionetista no había tenido ni tiempo de recoger aquello. Sin embargo, el hombre fue directo a su misteriosa bolsa y cogió algo extrañísimo. Se trataba de dos círculos paralelos unidos por una barra en la parte posterior. De cada uno de los círculos surgían dos brazos aparentemente humanos, pero se veía que eran mecánicos, porque hasta rugían ligeramente.
     Franz Liebermann se puso aquel artilugio alrededor de su cuerpo y le mostró a la curiosa periodista como era capaz de mover los dos brazos postizos junto con sus naturales.
     — Y este es el verdadero secreto, señorita. ¿Cómo ha podido pensar que yo tenía seis brazos naturales? —y volvió a reír.
     La periodista le dijo:
     — Tiene usted mucho talento, señor Liebermann. Le ruego que me disculpe. Haré de todas formas mi reportaje porque es usted un gran artista, de eso no hay duda. ¿Puedo sacarle una foto?
     — Claro, pero permítame parecer una persona normal —rió nuevamente—. Deame un par de minutos para prepararme. Espéreme ahí fuera, haga el favor.
     Ella obedeció. Dos minutos después, le sacó unas fotos donde se veía al viejo marionetista con varias de sus creaciones en las manos. Ella se despidió cortésmente de él y se fue.
     Cuando ya tuvo la seguridad de estar solo, Franz Liebermann se quitó el abrigo. Si la periodista hubiera estado allí en ese instante, habría comprobado que, efectivamente, lo que había grabado era cierto: el marionetista tenía seis brazos. Siempre cuatro de ellos iban ocultos, excepto cuando actuaba. Esa era, claro, la razón de su gran éxito, pero sabía muy bien que, si algún día lo descubrían, pasaría a ser un mono de feria. 


© Xavier Frías Conde, 2011

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