Abrió la puerta de una patada y saltó por encima de la cama, donde el padre roncaba como un búfalo.
— Papá, tengo mucho miedo, hay un monstruo en mi alcoba —dijo la niña temblando.
El padre abrió un ojo, después el otro, cerró un ojo, después el otro. Siguió roncando.
Pero la niña no iba a rendirse tan fácilmente.
— ¡Papá, papá, que hay un monstruo en mi cuarto! ¡Tienes que venir ya!
Y para convencerlo, le cogió la mano izquierda, que flotaba fuera de la cama y tiró de ella hasta que el padre se cayó al suelo. Aunque solo tuviera seis años, Angélica tenía mucha fuerza. De hecho, cuando se tiene miedo, la fuerza aumenta.
El sistema había funcionado, faltaría más.
—¡Papá, ven inmediatamente!
El papá se levantó. Se puso una zapatilla, la otra no la encontró, pero como estaba medio dormido metió el pie en una bolsita de plástico que andaba por el suelo, pero él ni se dio cuenta.
Angélica tiró de él hacia la alcoba. Aquello estaba bastante oscuro, pero la niña señaló al armario que tenía la puerta medio abierta.
— Ahí dentro —dije ella—. Ahí dentro hay un monstruo.
El padre se rascó la cabeza, abrió la puerta del todo, metió la mano y… ¡soltó un grito!
— ¿Pero qué es esto? —exclamó, ya despierto del todo.
— Es Jindo.
— ¿Y quién es Jindo? —preguntó el padre que intentaba sacar la mano que se le había quedado atrapada por algo o alguien, pero no veía nada porque estaba todo muy oscuro.
— Es mi amigo.
— Pues dile a tu amigo que me suelte.
— Jindo —mandó la niña sin dudar—, papá no se come ni es un juguete. Suéltalo.
Enseguida Jindo soltó al papá.
Este se fue hacia la puerta y encendió inmediatamente la luz. Lo que vio en el armario lo dejó congelado. Allí dentro había una masa peluda, con dos grandes ojos, un punto negro que debía ser el hocico y dos inmensos colmillos como dos pequeñas lanzas. La verdad es que resultaba aterrador.
— Pero, Angélica, ¿desde cuándo tienes ese monstruo en el armario?
— No digas eso, papá, Jindo no es ningún monstruo. El monstruo es esa bola que hay a su lado.
El padre echó un vistazo a la bola. Se trataba de un viejo oso de peluche que había sido suyo de niño y que la abuela había dejado en el armario hacía un par de días. Era muy feo, la verdad, pero era solo eso: un peluche.
— Angélica, es un peluche mío, jugaba con él de niño.
— Ah, bueno, entonces no hay problema. Vámonos todos a la cama.
Y la niña, a la vista que el padre no se movía, lo empujó para fuera y después cerró la puerta. El padre aún pudo oír a la niña decir al monstruo:
— Oye, Jindo, tienes que ser más educado con las personas de mi familia. No puedes comer te a cualquiera que entre en este cuarto, ¿vale?
© Xavier Frías Conde
Redeu amb la nena i el Jindo !! Això si que en faria por a mi.
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