jueves, 31 de marzo de 2011

EL PUNTO DÉBIL DEL GENERAL FLORERING

    El general Florering era la bestia parda de los generales.
    Se decía que su fiereza era comparable a la de Atila a lomos de un rinoceronte o a la de Aníbal montado en una escoba mágica.
    El general Florering era capaz de ordenar un ataque de artillería con veinte cañones sobre una choza si tenía la mínima sospecha de que en ella se escondía una urraca que hubiera robado unas balas vacías, aun encontrándose en medio del campo.
    Por eso, era el terror de sus enemigos.
    Pero también de sus propios hombres.
    Porque sus subordinados temblaban cada vez que su sombra aparecía detrás de una esquina.
    Si veía, por ejemplo, una colilla tirada en el suelo del cuartel, daba unos gritos espeluznantes con los que podía movilizar a toda la tropa para hacerlos barrer el suelo con cepillos de dientes.
    Menudo carácter.
    Pero en cierta ocasión, estando en plena guerra, se dedicó a asustar a los enemigos a cañonazos y a gritos. De repente, recibió un mensaje del enemigo que decía:
    «O se retira, o no verá más a Mantequillita».
    El color del rostro del general se cambió del todo.
    El coronel Mochiling, su subordinado más inmediato, consiguió leer el mensaje por encima del hombro (y es que el general, pese a ser tan duro, era un retaco).
    Enseguida se corrió la voz de que los enemigos habían capturado a alguien muy querido para el general.
    Todos estaban seguros de que el general sacrificaría a aquel ser querido antes que ceder al chantaje. La noticia llegó al mismo gobierno, donde el ministro de defensa también estaba seguro de que el general no cedería.
    Pero se equivocaron todos.
    El general mandó retirada. Y después, por la deshonra, se retiró del ejército y se fue a vivir a una cabaña en medio del bosque, lejos de las miradas de todos.
    Gracias a eso recuperó a Mantequillita.
    El enemigo había cumplido su palabra.
    Se lo había devuelto al general en una caja de galletas (lo de la caja era para despistar).
    Cuando el general abrió la caja, se encontró a su ser más querido.
    Tan solo le faltaba una oreja, pero aquello tenía solución.
    En la intimidad de la cabaña, el general Florering apretó contra su pecho, hasta hacía poco lleno de condecoraciones, a aquel osito de tierno de trapo que tantas y tantas noches lo había acompañado desde su infancia.

© Xavier Frías Conde

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