domingo, 27 de marzo de 2011

ESTO ES JALOUIN


     La nueva maestra vino toda contenta con su proyecto estrella: 
     — Este año vamos a celebrar el jalouín. 
     — ¿El qué? —preguntaron los estudiantes a coro. 
     — El jalouín —repitió ella. 
     — ¿Y qué es eso? —preguntó Melquiades. 
     — Es una cosa moderna. Se trata de hacer una fiesta de terror —siguió explicando la maestra—. En realidad es una fiesta que celebran año tras año en los Estados Unidos. Y vosotros tenéis que ser modernos también, con que este año lo vamos a celebrar aquí. ¿Qué os parece? 
     La maestra esperaba una respuesta entusiasta de sus estudiantes, pero estos se quedaron mirándola con la boca abierta, como si esperaran que pasara por allí una mosca bombardera, cosa poco probable por el momento del año en que estaban. 
     Pero la maestra no se desanimó. Decidió ponerse manos a la obra con el proyecto y comenzó a organizar la fiesta para sus estudiantes, que obedecían ciegamente las instrucciones, aunque no entendieran bien de qué iba todo aquello. 
     Cada uno de ellos fue nombrado responsable de una tarea o función del jalouín. 
A Vicente le encargaron que trajera las calabazas para la decoración. 
     Pero Vicente no tenía calabazas, en casa el único que encontró fueron pepinos, que para él eran relativamente parecidos. Se trajo unos cantos. 
     — ¿Y eso? —exclamó la maestra casi enfadada—, ¿cómo quieres que hagamos máscaras con los pepinos? Precisamente las calabazas son para hacer cabezas; se agujerean por dentro, se les hacen unos ojos y una boca en forma de sierra y luego se meten velas por dentro para que iluminen y den miedo… —explicó la buena maestra. 
     Pobre. Sin embargo, Vicente se puso a trabajar con una navaja y fabricó una cabeza de elefante con un pepino. Miedo no daba, pero tenía mucho arte. Además, después serviría para hacer un buen puré de pepino. 
     La maestra explicó después a los estudiantes que debían maquillarse y vestirse con harapos. Para eso les mostró algunas fotografías. 
     Los chavales parecieron comprender. 
     — Señorita —dijo Melquiades—, yo voy a venir vestido que va a echar a temblar de miedo… 
     — ¡Menos mal, menos mal! —exclamó la maestra pensando que, por fin, sus estudiantes empezaban a entender de qué iba aquello del jalouín y que, de golpe, iban a ser civilizados, iban a celebrarlo como el resto de chavales occidentales, que ponen todo su interés en aquella fiesta fantástica. 
     Melquiades, ya el día de jalouín, llegó a clase. En realidad se trataba de una figura altísima, con un aspecto que recordaba terribelmente a Frankenstein, pero no era verde, era naranja. De aquel bulto salió la voz de Melquiades saludando a la maestra: 
     — ¿Le gusta el monstruo? 
     — Impresionante. 
     — Me alegro — y entonces, el chaval salió de detrás del monstruo y se quedó en medio de la clase. No iba disfrazado. 
     Pero lo peor no fue eso. Lo peor es que el monstruo parecía tener vida propia. Tirando por lo alto medía dos metros y medio. Daba pasos torpemente. 
     — ¡Melquiades! —chilló la maestra aterrizada—. ¿Qué es eso? 
     — Se llama Golosina, porque es muy dulce, o por lo menos eso dice mi abuelo —explicó Melquiades—. Mire lo que sabe hacer: Golosina, muestra el cerebro. 
     Y entonces, el gigante movió una de sus manos, soltó una especie de clavija de un lateral del rostro y este abrió como si fuera una escotilla. Allí se veían los ojos como dos bolas redondas y un cerebro en funcionamiento del que, a veces, salían chispas. 
     La maestra no lo soportó. Soltó un grito de terror que resonó en toda la escuela. Después se desmayó.
     Cuando la maestra recuperó el sentido, dos horas después, recordó lo que había pasado, pero no quiso hablar del asunto, prefirió fingir que nada había ocurrido. Con todo, se tomó una semana de vacaciones y fue a respirar los aires muy contaminados de la ciudad, que le sentarían bien, sin duda. Ni remotamente volvió a proponer celebrar ninguna otra fiesta de jalouín, nunca más. 
     Un año después, cuando llegó de nuevo el jalouín, la maestra propuso ir a recoger setas al campo. Y entonces Melquiades pensó que, tal vez, sería buena idea llevarse Golosina porque era muy fuerte y podría cargar con un saco lleno de hongos. A buen seguro —pensó él— que a la señorita le encantaría la idea.

© Frantz Ferentz

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