sábado, 12 de marzo de 2011

HABLAMOS EL IDIOMA DE LOS ANIMALES


El cartel lo decía claramente: "Hablamos el idioma de los animales".
     Yo pensé que allí algo no iba bien, porque cada animal debe tener un idioma diferente, es decir, no creo que una cucaracha hable igual que una ballena.
     Bueno, ¿pero dónde decía lo de que hablaban el idioma de los animales? Se trataba de una pequeña clínica veterinaria en el interior de un centro comercial a pocos kilómetros de Praga. Era divertido, la gente ya no sabe cómo hacer publicidad de sus negocios.
     ¿Quién sabe hablar cualquier idioma animal? Por eso, quise reírme de la gente de aquella pequeña clínica. Precisamente mi perillo estaba enfermo aquellos días. Se trataba de un chihuahua que andaba resfriado.
     El desgraciado de él soltaba unos estornudos que parecían casi de caballo, aunque fuera tan pequeñajo.
     Aquella mañana, me fui con el perrillo hasta la clínica. Puse el perro encima del mostrador que separaba el local del resto del centro comercial. Allí había una mujer joven que, en ese momento, miraba algo en el ordenador.
     – Buenos días –saludé yo muy educadamente–. Le traigo aquí a mi perrillo que anda resfriado.
     La mujer se levantó de la silla y se acercó a nosotros. Muy suavemente, acarició la cabeza de mi chihuahua.
     Me quedé sorprendido, porque a él no le gusta que los extraños lo acaricien.
     – ¿Y dice que está resfriado? –preguntó la mujer en tono suave.
     Yo, que ya no me aguantaba las ganas de preguntar lo que quería saber desde hacía días, le dije:
      – Bueno, si como dicen ahí en el cartel, ustedes hablan la lengua de los animales, pregúntele usted...
      Ella me miró muy seria. No le había gustado la broma. Pero yo sí tenía ganas de reírme, casi no podía contenerme las carcajadas. Entonces sucedió. Ella empezó la ladrar. Mi chihuahua reaccionó y ladró él también. De hecho, mantuvieron un breve diálogo la mujer y mi chihuahua.
     Cuando concluyó, ella dijo:
     – Su perro se queja también de dolor de barriga. Dice que usted está dándole de comer mucha carne de buey últimamente y no le está cayendo bien.
      Era verdad, los últimos paquetes que le había comprado eran de carne de buey...
      Me quedé sin palabras. Ella recogió el perro y lo llevó para el interior de la clínica. Pero antes de irse, todavía me dijo:
      – Su perro tiene un acento mexicano auténtico...
      Yo me quedé en pie, inmóvil, como un tonto. Sin embargo, enseguida pensé en llevarme la próxima vez la tarántula de mi sobrino. Quería averiguar si también aquella mujer sabía también hablar el idioma de las arañas.

© Xavier Frías Conde, 2011

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