Juan de la Vírgula es un importante biólogo. Estudia todas las plantas exóticas que le caen entre las manos. Es la persona que más entiende de plantas de todo el país, por eso hace importantes estudios sobre flora. Casi todos los días recibe paquetes con plantas. Son plantas que vienen de todas las partes del mundo. Vienen en paquetes muy grandes, porque las plantas tienen que venir cómodas, con su tiesto debajo, su tierra, y también una bolsita de agua.
Además, deben venir envueltas en plástico transparente con agujeros para poder respirar y que les entre el sol. En realidad, Juan de la Vírgula tiene un jardín botánico en casa, una especie de selva toda llena de plantas de todas clases. Las hay grandes, pequeñas, de hojas enormes, de hojas de aguja, plantas de climas secos, de climas húmedos…
Juan de la Vírgula adora a todas sus plantas. Las trata como si fueran sus hijas. Tanto es así que a cada una de ellas le ha puesto un nombre. Como por ejemplo, un ficus argentino se llama Manuela del Tango, un cacto namibio se llama Andrea del Kalahari, o una mandarina enana de Noruega se llama Karlota Orangensson, porque Juan, además de nombre, les ponen apellidos que hagan referencia a su lugar de origen, para que ellas se sientan bien.
Pero no siempre las cosas han sido así.
No hace mucho tiempo, sus colegas no se lo tomaban muy en serio. Afirmaban que era más una niñera de plantas que un científico. Pero a él no le importaba, adoraba a sus plantas. Y todo iba bien hasta aquel día.
Sí, justo en aquel día de enero, cuando la nieve cubría toda la ciudad y los termómetros ya no podían bajar más, le llegó aquella planta. Lo mismo debería haber llegado con bufanda, pero las plantas, por desgracia para ellas, no tienen cuello en el que anudarse una bufanda.
La planta venía de Egipto. Juan de la Vírgula se quedó maravillado al ver aquella planta. La nota que la acompañaba decía:
«Creo –decía su colega– que se trata de una planta carnívora, pero ignoro de qué se alimenta. ES un ejemplar único que me encontré en la choza de un pastor, muerta de asco, a punto de marchitarse…»
Pobre planta carnívora –si es que lo era realmente.
Juan de la Vírgula se quedó un rato pensando en el nombre que le pondría, porque eso era el primero que él hacía con las plantas. Después de unos instantes, decidió que la llamaría Karima de Alejandría.
Juan de la Vírgula le dedicó toda su atención a la pobre Karima.
Era verdad que tenía un aspecto desastroso, con las hojas a punto de caérsele, como si estuviera melancólica.
De hecho daba penita verla. El biólogo probó de todo. Le dio todo tipo de vitaminas, le ofreció insectos de todo tipo, bien nutritivos, le echó incluso colonia con olores muy agradables para elevarle la moral…
Hasta virtió un elixir que había preparado su suegra, que todos decían que era una bruja, ideal para reanimar a la gente.
Pero ni con esas. La planta carnívora seguía toda seca. Juan de la Vírgula escribió a su colega que le había enviado la planta desde Egipto.
Le pidió más información sobre ella, porque él no había encontrado nada, ni en internet
El colega respondió enseguida diciendo:
«He investigado todo cuanto he podido sobre la planta, colega Vírgula. No es mucha la información que le puedo suministrar. Según los nativos de la región, es una planta que se alimenta de unas lombrices blancas que se crían solo en esta zona y que ellos usan para pescar».
No, no era mucha aquella información. Y mientras tanto, la pobre de Karima de Alejandría estaba cada día más seca y con peor aspecto. Iba a durar muy poco si continuaba así.
Juan estaba realmente preocupado. No hacía más que probar cosas con ella sin resultado alguno. Tanto era así que hasta se olvidó de comer durante tres días.
Al final, vino su mujer al rescate. Ella sabía como su marido era un desastre. por eso le había preparado su plato favorito: espaguetis a la carbonara, un plato enorme cuyo aromaba inundaba todo el laboratorio.
Cuando Juan empezó a oler aquel plato, cerró los ojos y se fue tras del olor de los espaguetis. Iba hipnotizado. Su mujer arregló uno poco su mesa de trabajo y dejo el plato en la mesa, junto con un tenedor y un cuchara para que su marido almorzara. Y comió, claro que comió. Devoró un platado… bueno, todo no, casi todo, porque aquella cantidad de pasta no la devoraba nadie. Dejó un resto de pasta en el plato, que aún soltaba aquel aroma maravilloso.
Juan de la Vírgula fue al baño a lavarse los dientes. Y cuando volvió… ¡¡qué sorpresa!!
Cuando volvió, se encontró una de las hojas de Karima de Alejandría inclinada en los restos del plato de espaguetis. Estaba sorbiendo un espagueti. Hasta hacía ruiditos como hacemos los humanos al succionar los espaguetis.
Pero no acababa ahí la cosa. Después de haberse comido el primero espagueti, todavía se comió otro y otro y otro… Después de unos minutos, la planta ya se había cambiado completamente. Adquirió un precioso color verde intenso, sus hojas se alzaron y su tallo se enderezó. Juan no se lo podía creer, pero era evidente que su planta carnívora se había zampado todos los espaguetis confundiéndolos con las lombrices blancas de su tierra de origen.
Probabelmente le gustaban más los espaguetis que las lombrices, porque todos los días la planta se almorzaba un buen plato de espaguetis a la carbonara.
Y es así como Juan de la Vírgula hizo su más sorprendente descubrimiento. Acudió a un congreso para hablar de ello, pero los otros biólogos se reían a carcajadas, porque pensaban que Juan se había vuelto loco.
Hasta que les puso a Karima de Alejandría delante y todos pudieron observar cómo devoraba los espaguetis.
— Y sin necesidad de servilleta para limpiarse los morros… –observó un viejo científico que era otro entusiasta de la pasta.
Y desde entonces, Juan de la Vírgula es un científico respetado, que se ocupa de sus plantas más que nadie. Sólo le queda comprobar si su querida Karima de Alejandría querrá también probar los espaguetis a la boloñesa.
© Frantz Ferentz, 2011
Entretenido, con mensaje -aunque digas que no sueles escribir cuentos con mensaje-. Me ha gustado realmente y se lo pienso contar a mis hijos.
ResponderEliminarUn beso enorme