Érase una vez una estrella muy pequeña y apagada.
Durante muchos millones de años, había sido una estrella normal, pero por entonces ya era una esferita pequeña, una roca tranquila en medio del cosmos, donde, a veces, algunos pequeños volcanes, del tamaño de una casa de dos pisos, aun escupían algo de lava.
Y la estrella viajaba por el firmamento, sin siquiera tener un planeta que le diese vueltas.
Y entonces se quedó girando a varios millares de kilómetros de la Tierra. Le había gustado a la estrella aquel sitio. Enseguida unos astrónomos descubrieron su existencia, de manera que al cabo de unos meses ya habían lanzado una expedición hasta la estrella, compuesta por una nave exploradora.
Cuando los astronautas vieron que se trataba de una pequeña estrella apagada, con algunos volcanes activos que echaban lava cada tres horas, decidieron que era un sitio estupendo para hacer turismo. Enseguida mandaron naves constructoras, que levantaron cinco hoteles en la estrella, ni uno más ni un menos, porque no cabían más. Alguien tuvo la feliz idea de hacer una laguna con la lava que salía de los volcanes, que resultó ser excelente para las enfermedades de la piel y de la respiración.
Y desde entonces, en la publicidad, siempre decían: “Véngase a pasar sus vacaciones a la estrella de cinco hoteles”.
© Xavier Frías Conde
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