sábado, 12 de marzo de 2011

¿PARA QUÉ SIRVE UN PERRILLO TAN PEQUEÑO?




— Nico, ven, que está aquí doña Crisanta, que quiere verte dijo la madre. Nico se quedó de piedra. Doña Crisanta, la paisana más pesada del mundo, la mujer más habladora que era capaz de tirarse de charla sin tema durante más de tres horas y media.
Nico, todo obediente, se fue al salón. Allí estaba doña Crisanta sentada, ocupando dos sitios y medio del sofá, con el abrigo de pieles pobres bichos, matarlos así, a lo tonto, para nada, con una copita de anís entre los dedos enormes, que ni se veía la copita, con los morros pintados como se fueran neumáticos rojos. Y claro, el beso de rigor le cayó al pobre Nico en la mejilla y le dejó una marca colorada que podía quedarse allí por los siglos de los siglos, todo una desgracia.
     — ¿Qué tal, Nico, alguna novedad? —inquirió doña Crisanta.
     Nico iba a mover la cabeza a derecha e izquierda para negar, pero el padre se le adelantó y dijo:
     — Pues sí, compramos un cachorrillo bien lindo, un chihuahua. Anda ve por él, Nico.
     Nico no tenía ganas de ir a buscarlo, pero fue. Lo trajo y se lo mostró a doña Crisanta.
     Pero doña Crisanta debía tener un día de perros nunca mejor dicho, porque puso cara de asco y chilló:
     —¡Huy, qué cosa tan pequeñaja! ¡Si hasta parece una rata!
     A Nico aquello no le hizo ninguna gracia. Su perrillo era bien lindo. ¿Cómo podía aquella señora soltar tantas tontunas todas juntas?
     Pero el chihuahua pareció comprender las palabras de la paisana. Por eso, saltó desde las manos de Nico y se coló por una oreja de doña Crisanta. Le entró hasta el cerebro, mientras doña Crisanta se reía porque el perro le hacía cosquillas. Y no paró de reír hasta que el chihuahua salió de la cabeza por la otra oreja, tan contento, para volver a saltar a las manos de Nico.
     Doña Cristanta siguió sonriendo. Estaba extrañamente contenta. Levantó su mole de cuerpo y se marchó para casa sin despedirse.
     Desde aquel día, se supo que doña Crisanta abandonó su costumbre de ir de casa en casa molestando al personal y que había decidido dedicarse a domar morsas en el acuario del zoo.
     Y todo eso gracias a un extraño paseo del chihuhua de Nico por el cerebro de aquella mujer. Por eso, cada vez que viene una visita, tiene que agarrar al chihuahua para que no se cuele por las orejas de las visitas, pero…  quién sabe.

© Frantz Ferentz, 2011

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