Aquel día empecé a notar que mi ordenador estaba cada día más gordo. ¿Cómo era posible? A ver, engordar solo engordan los seres vivos. Mi ordenador es una cosa inteligente, pero vivo-vivo, no. Aquello se planteaba como un misterio, pero tenía que confirmarlo.
A lo largo de una semana, después de cerrar la sesión, medía el ordenador alrededor de la torre. No cabía duda, cada día ganaba entre un centímetro y un centímetro y medio, lo cual es una barbaridad, porque en cualquier momento iba a explotar.
Yo no lo alimentaba y, creía yo, la corriente no podía engordarlo. Que yo sepa, ni la tele, ni el frigo ni el lavavajillas engordan aunque estén enchufados permanentemente a la corriente.
Pero aquel enigma se desveló un día. Fue justo cuando recibí más espam del habitual. Aquel día me habían llegado hasta ciento sesenta mensajes.
Lógicamente fui borrando uno tras otro, mientras me lamentaba de lo caro que me salía el antivirus con antiespam que no era capaz de filtrarme toda aquella porquería.
Pero cuando los conseguí borrar todos, ocurrió "aquello". Ocurrió que el ordenador eructó. Pero no eructó de cualquier manera, eructó sonoramente. Yo me quede anodadado, pero enseguida comprendí lo que allí pasaba.
Aquel aparato tenía un antivirus instalado que no borraba nada, al contrario, metabolizaba el espam y hacía engordar al ordenador.
Pensé en deshacerme de él, pero, por otro lado, me dio pena cuando, una vez apagado, empecé a oírlo respirar como un crío que agarra despacio el sueño y hace ruiditos…
Por eso, lo tapé, le di un besito de buenas noches y me fui yo también a la cama.
© Xavier Frías Conde, 2011
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