El papá acababa de recoger todos los calcetines sucios de casa: los suyos, los de madre, los de Nana, los de Carmen, los de Livio y también los de la vecina del piso de arriba porque se le cayeron en la terraza encima de los geranios.
Mientras los niños estaban en la escuela y la madre en la oficina, el papá se ocupó de la casa. Y ahora tocaba, justamente, lavar los calcetines.
Pero la lavadora no funcionaba. Lástima.
El papá tuvo que buscar una solución. Era muy ingenioso. Metió todos los pares de calcetines en una cazuela. El pobrecillo no tenía otro sitio mejor donde meterlos. Pero al menos comprobó que cada calcetín tenía su pareja. Eso era muy importante, sobre todo para él, que no quería ir a la oficina con un calcetín de cada color. Y es que eso ya le había pasado más de una vez y los compañeros se reían todos como locos.
Se puso a lavar a mano los calcetines.
Los lavó lo mejor que supo. Echó mucho jabón y el agua se destiñó toda. No quiso tirar aquella agua por el fregadero, tal vez podía reciclarse o aprovecharse para otra cosa. No tenía mucho tiempo para pensar en eso. Recogió los calcetines y se los llevó a la terraza a tender.
Pero mira que es complicado tender unos calcetines. ¡Como se resbalaban todos! ¡Y las pinzas eran tan difíciles de abrir!
Mientras tanto, llegó la madre. Entró en la cocina. Vio la cazuela con el agua de lavar los calcetines. Después miró a la terraza y vio al padre luchando con la cuerda del tendedero, que a veces parecía una culebra enredándose en el cuerpo del papá. ¡Qué desastrito era!
La madre puso la cazuela en el fuego para que el agua hirviese. Cuando ya comenzaba a hacer blub-blub, echó en ella los fideos. Y luego se puso a remover.
Cuando el papá volvió de tender los calcetines, le dio un besito a la mamá y fue directamente al baño a secarse. Ni se enteró de que la madre había usado el agua de lavar los calcetines para hacer la sopa.
Después de un rato, la sopa estaba preparada. La mamá llamó al papá para que viniese a almorzar.
El papá se sentó en la mesa. La mamá puso la cazuela delante de él. Los fideos flotaban en el caldo.
– Qué bien huele —dijo el papá.
La mamá sonrió.
Los dos empezaron a comer la sopa. Al papá le supo la gloria, come que te come como un lobo. Primero un plato y después otro. La mamá no la encontró tan buena, comió despacito, poniendo a veces cierta cara de asco.
El papá al final dijo:
– Muy buena la sopa. ¿Qué nueva receta es esta?
– No es ninguna receta nueva –explicó la mamá–. Usé aquel caldo que habías dejado tú en la cazuela.
El papá se rascó la cabeza. No se acordaba de qué caldo era aquel. De repente se hizo la luz en su cabeza.
– ¿En la cazuela? ¿Un caldo?
– Sí.
El papá sonrió como un niño grande.
– Pues acabamos de inventar… ¡la sopa de calcetines!
© Xavier Frías Conde
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