Epifanio d'Aula acudió al doctor con un ataque de estrés como pocas veces se había visto. El pobrecillo estaba tieso como un tronco. El doctor golpeó la espalda del hombre con un martillo; aquello sonaba como si fuera realmente de madera. Los hombros los tenía tiesos, era incapaz de moverlos. El doctor preguntó:
— Dígame, ¿en qué trabaja usted para estar tan estresado? Nunca he visto cosa igual, para serle sincero.
Epifanio d'Aula se giró haciendo un extraño movimiento con los pies para quedarse de frente al doctor. Después le dijo:
— Verá, doctor, yo soy registrador de aves del ayuntamiento.
El médico, ni remotamente, podía imaginarse que tal profesión existiera.
— Cuénteme, pues —pidió el doctor a Epifanio d'Aula.
— Verá, como el ayuntamiento anda escaso de presupuesto, yo estoy solo para llevar el registro de todas las aves de más de cincuenta gramos del ayuntamiento. Por suerte, los gorriones y otros pájaros no cuentan, pero las palomas sí. Hace veinte años, solo había palomas como aves de más de cincuenta gramos, pero ahora hay además gaviotas, cormoranes, loros, cotorras y otros. El problema es que yo debo perseguirlas por toda la ciudad, ponerles una anilla de control, anotar el registro y colocarles un chip. Y a mis años, ya no puedo con esto, porque cada vez hay más pájaros y el ayuntamiento no quiere contratar más gente para ayudarme con este trabajo.
El médico comprendía la gravedad del asunto.
— Señor d'Aula, le voy a dar una baja médica. Usted no puede continuar así.
— Pero, doctor, si yo no registro las aves, ¡esto será un caos!
— Puede ser, pero es responsabilidad del alcalde. Usted está muy enfermo. Nunca he visto un caso de estrés como el suyo, que cause tal rigidez. Le tengo que decir que cuando su estrés madure, le saldrán una especie de frutos por las orejas. Tengo la sospecha de que su estrés da fruto, un caso excepcional.
— Entonces, ¿es grave, doctor?
— Gravísimo.
— ¿Y tiene alguna solución?
— Sí, la tengo. Le voy recetar un viaje a Alaska.
— ¿A Alaska? Pero si allí hace una biruji que congela hasta los pensamientos.
— Precisamente. Se va a quedar allí tres semanas. Ni una más. Vea los pingüinos, los osos polares, los leones marinos, las ballenas y los botarates.
— Los botarates?
— Serán los boquerones.
Dicho y hecho. El doctor le dio una baja médica a Epifanio d'Aula. Este, que era un hombre muy formal y siempre disciplinado, viajó a Alaska, donde estuvo las tres semanas que le duró la baja. Tuvo la tentación de dedicarse a registrar algunas aves de las que se encontraba por el camino, pero las recomendaciones del doctor eran muy precisas: sólo observar, observar y pasear, nada de trabajo. Con todo, sacó algunas ideas sobre cómo registrar aves para cuando se reincorporara al trabajo después de la baja. Y una vez cumplido el tiempo, Epifanio d'Aula se presentó en la consulta del doctor completamente recuperado. Había perdido la rigidez y hasta sonreía espontáneamente.
— Doctor, estoy recuperado, pero quiero mostrarle algo.
— Muestre, muestre.
Epifanio d'Aula puso una caja encima de la mesa. Contenía dos estalaccitas petrificadas.
— Esto que aquí ve, doctor, comenzó a salirme por la nariz, cada estalaccita por un agujero. Durante los primeros días crecían y crecían hasta que, al final, se cayeron al suelo. Después se petrificaron. ¿Me puede decir de qué se trata?
— Estimado señor d'Aula, precisamente por eso lo envié a Alaska. Lo que le ha salido por la nariz era su estrés. Al contacto con el frío, se congeló y después se petrificó. El estrés se alimenta del calor, pero con el frío tiende a salir. He ahí su estrés materializado. Mi teoría era cierta. Y ahora, si no le importa, cierre la puerta cuando salga que he de escribir un artículo sobre esta experiencia. Creo que la llamaré "tratamiento del estrés por medio de ráfagas polares con resultado de estalaccitación nasal". Que pase un buen día y no deje de visitarme la próxima vez que se estrese.
© Xavier Frías Conde, 2011
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