Dedicado a mi hija Elena Frías
Elena tiene seis años y el cabello siempre recogido en una trenza.
Un día, Elena empieza hacer una cosa la mar de extraña.
Se coloca debajo del sol, levanta la mano hacia él y empieza a moverla como si desenroscase una bombilla.
Elena hace así casi todos los días.
Debajo del sol, mueve la muñeca a la derecha, como se pudiera desenroscar el astro.
Se lo pasa genial.
Pero, claro, no pasa nada.
¿Y cómo va a pasar algo haciendo así?
Cada día, Elena se pasa más y más tiempo jugando al mismo juego:
A apagar el sol.
Tanto es así, que sus compañeros de clase le preguntan llenos de curiosidad:
– Elena, ¿qué haces?
Y ella les responde:
– Estoy desenroscando el sol, como si fuera una bombilla.
Pero sus compañeros de clase piensan que es un rollo de juego.
También un día su madre en casa le pregunta por qué está en la terraza con la mano alzada hacia el sol.
– Porque estoy desenroscando el sol.
– Pero, cariño, eso no se puede hacer.
– Sí se puede –insiste ella.
Y la madre deja a Elena tranquila jugando a sus cosas.
Hasta que un buen día, no amanece.
Todo el mundo se asusta.
Figuraos que son las ocho, las nueve, las diez, las once... y no ha salido el sol.
¿Qué puede pasar?
Todos están muertos de miedo, todos excepto Elena.
Elena sabe muy bien por qué el sol no se ha encendido.
¡Lo ha apagado ella!
Al final, ha descubierto cómo hacerlo.
Y es muy fácil, tanto como desenroscar una bombilla, pero hace falta ser muy mañosa.
La gente corre como loca por las calles.
Los policías piden calma, pero nadie está tranquilo.
Los murciélagos están encantados, porque todo el día es de noche.
Y Elena sonríe, sonríe mucho.
Le dice a su madre:
– Mamá, no pasa nada, he sido yo quien ha apagado el sol.
Pero la madre, como pasa siempre con las personas mayores, no se lo cree.
Piensa que son cosas de niño.
De todos modos, ella tiene tanto miedo como el resto de la gente.
Sin embargo, a Elena no le gusta ver a la gente a correr así, tan llena de miedo.
Y sobre todo, no le gusta ver cómo los gorriones no saltan por el parque.
Ni como los ancianos dejan de salir a tomar el sol... porque no lo hay.
¿Qué hará su abuela sin sentarse en el banco y hablar con sus amigas?
Decidida, Elena sale a la terraza.
Levanta la mano.
Comienza a moverla hacia la izquierda.
Está enroscando el sol.
Y al cabo de unos segundos, el sol vuelve a lucir.
Vuelve la luz.
La gente se pone muy contenta.
Todo vuelve a la normalidad.
Algunos sabios habían pensado que había sido un eclipse muy, muy extraño.
Pero no había sido un eclipse.
Había sido Elena.
Al día siguiente, los compañeros de escuela de Elena le preguntan:
– ¿Apagaste tú el sol?
– Claro.
Y ellos sí se lo creen.
Pero los mayores no.
Quizás Elena tendrá que volver a apagar el sol otro día desenroscándolo.
© Frantz Ferentz
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