Y de repente, la Luna comenzó a tener un comportamiento extrañísimo, observable a simple vista.
Daba brincos en el cosmos.
Saltaba.
Y no estaba precisamente jugando a la comba.
¿Cómo era posible?
Los científicos se tomaron aquello como una cuestión de estudio fundamental.
Enviaron sondas y naves tripuladas a tomar muestras a toda velocidad para que los científicos hicieran investigaciones sobre lo que le sucedía al satélite de la Tierra.
Y a partir de ahí, comenzaron las hipótesis, tantas como marcas de galletas hay en un supermercado.
– Es una especie de indigestión por un meteorito que le entró por una hendidura y que ahora no puede echar fuera –opinó el doctor Felix Smirnoff, de la Universidad de San Petersburgo.
– Es una reacción a la exposición solar después de tantos siglos. Probablemente alguna tormenta solar le ha afectado a su sistema de rotación y el satélite reacciona ante eso –dijo la doctora Ilke Repinke, de la Universidad de Berlín.
Sin embargo, la explicación mejor acogida fue que la luna tenía una especie de ataque causado por no se sabe qué, tal como había dicho el doctor Lepidopterus Smith de la Universidad de Iowa, que fue la explicación mejor acogida, definida como dolencia ciclotímica de la Luna.
Las explicaciones eran todas realmente estúpidas, nadie tenía ni idea de lo que realmente pasaba con la Luna.
Bueno, nadie, nadie, no.
La abuela Lucía sí que lo sabía.
Aunque ella vivía en una pequeña aldea casi perdida a la orilla del Atlántico, comprendió perfectamente lo que le sucedía a la Luna.
Lo sabía porque era exactamente lo que le pasaba a su nieta.
Era, simplemente, que tenía hipo.
Hipo de luna.
Escribió a la mayoría de la gente que mandaba en el planeta.
Como era una abuela moderna, le bastó con mandarles un emilio para ser informados.
Pero la gente que manda en el planeta no la escuchó.
La abuela Lucía no se desanimó por eso.
Pidió ayuda a su nieta Natalia, que era muy buena para las cosas de los ordenadores, y creó un sitio web llamado: www.quitemosleelhipoalaluna.com, también con versión en inglés, faltaría más.
Lo que la abuela Lucía decía allí era simplemente que con la ayuda de toda la gente que quisiera participar, habría que usar la mejor terapia para quitar el hipo: dar un susto.
Por eso, convocó a la gente para, en la madrugada del lunes al martes de un 29 de febrero, día bisiesto y, por tanto, perfecto para los sustos, toda la gente tendría que salir exactamente a la hora marcada según el horario fijado en cada huso horario con una máscara feísima, mirar hacia la Luna, chillarle “uuhh” con todas sus fuerzas e inmediatamente volver para su respectiva casa.
Es claro que los científicos, políticos y mucha gente seria del planeta se ría de aquello.
Eran ideas de abuela loca, decían.
Sin embargo, a la mayoría de la gente le pareció una idea genial, porque no tenían nada que perder.
De hecho, cada noche, los saltitos de la Luna estaban agitando las mareas del planeta.
Podía ser una catástrofe planetaria.
Hasta que llegó la noche señalada.
La gente salió a la puerta de sus casas y todos al alimón chillaron mirando hacia la Luna:
– Uuuuhhhhhhhhh!
Fue un grito extraordinario que se sintió en toda la Tierra.
Todos esperaron, casi con el aliento retenido.
Pasaron los minutos, las horas.
La luna había dejado de tener hipo.
Se oyó un “hurra” por todo el planeta.
La abuela Lucía tenía razón.
Pero ella sigue sin creerse importante.
Simplemente, sigue haciendo cada viernes rosquillas de anís, que es lo que más les gusta a sus nietos y chatear con las amigas por internet cuando las tiene lejos.
Eres increíblemente creativo, Xavier.
ResponderEliminarUn besote.
Un beso para ti también.
ResponderEliminarhip hip, hurra! me ha encantado!!
ResponderEliminarGracias, Viqui. Un beso.
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