domingo, 17 de abril de 2011

PINTANDO SONRISAS POR LA CALLE

   Aquel día, Ludmila se levantó animadísima. Tenía ganas de salir a la calle y ver cuánto sonreía la gente.
   Pero lo que de verdad se encontró no fueron precisamente sonrisas. 
   La gente andaba toda alicaída, con los labios hacia abajo. Hasta el día no acompañaba, porque estaba todo gris.
    Así no había manera de animarse.
   Por eso, agarró un rotulador que conservaba de cuando estudiaba en la escuela. Era mágico, pero eso no lo sabía nadie más que ella. Alguien, quizás había sido su abuela, le había dicho en una ocasión que la sonrisa es contagiosa.
   Por eso, se puso a pintar sonrisas en todas las imágenes que veía por la calle, de carteles publicitarios o de fotos en los periódicos. Pintaba sonrisas como una loca, pero incluso así era demasiado trabajo para ella sola.
   Y entonces tuvo una idea. Volvió para casa, encendió el televisor y empezó a pintarles sonrisas a todos los que salían.
   Funcionó. Al final del día, el sol ya brillaba antes de ponerse y la gente sonreía. Hasta los políticos más serios sonreían como niños, sin saber por qué. Daba igual.
   Pero entonces, Ludmila comprobó que su rotulador se había quedado sin tinta. Tendría que comprarse una nueva carga.
   Aunque, ¿sabe alguien dónde se compran cargas de rotuladores pintasonrisas?

© Xavier Frías Conde

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