El bichito avanzaba por la pantalla del ordenador de Javier muy despacito, intenando pasar desapercibida ante el chaval que, en ese momento, chateaba con los amigos.
El bichito caminaba de puntillas. Tenía a su favor que la habitación estaba bastante oscura, salvo por la luz que emitía la pantalla, y que el chaval estaba totalmente concentrado en lo que había en la pantalla.
Sin embargo, todas sus previsiones fallaron. Javier detectó al bichito desplazándose por el borde superior de la pantalla.
Lleno de curiosidad, el chaval acercó su rostro lo máximo posible hasta el bichito y se lo quedó mirando:
— Mamá, ¿existen arañas con trompa y orejas de elefante? —preguntó Javier gritando.
— No digas chorradas, hijo —resonó la voz de la madre desde el otro extremo de la casa—. Te pasas demasiadas horas delante del ordenador y por eso tienes visiones.
— Será eso...
El chaval cerró los ojos, se los restregó y volvió a abrirlos. Ya entonces el bichito no estaba.
Pero lo cierto es que sí estaba. El bichito se había escondido en la parte trasera del monitor y respiraba aliviado. Casi lo habían descubierto. ¿Qué sería de él —pensó— si los humanos llegasen a descubrir la existencia de las arañas elefantes?
Para la próxima, el bichito habría de extremar las precauciones...
© Frantz Ferentz, 2011
Mejor una araña elefante que un elefante araña...
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Un abrazo gigante.