En un puente de Praga
vivía triste un hada,
harta de ser invisible
pequeña como un imperdible.
– Mamá, mira un hada
–dijo una cría emocionada–,
ahí, en lo alto del puente
con la varita hace un cohete.
– ¿Dónde? No la veo –preguntó la madre,
pero ella no veía más que un elefante.
La hadita oyó las palabras
y contenta agitó bien las alas.
– ¿Me ves? –preguntó a la niña
y la niña asintió con la cabecita.
– Es que los mayores se creen
que soy un folleto que se leen.
– No estés triste. Yo en ti creo
y es por eso que te veo.
– Llévame contigo–pidió la hadita.
– Vale, serás mi muñequita.
Y se llevó al hada en el bolso
dejando en el puente un viejo oso
de peluche bastante lleno de roña
que ya no tenía ni ojos ni boca.
Se llevó la niña al hada en avión
hasta su misma casa en Gijón.
Pensaron en casa que la niña
había encontrado una muñequita,
pero era un hada imperdible
que de un golpe de vara imposible
convertía las habas en turrón
y ayudaba con los deberes del tirón.
Ya nunca estuvo triste el hada,
se casó con el hermano de una xana.
Y colorín colorado
este cuento se ha acabado.
© Frantz Ferentz, 2011
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