Alba, abrazada a su oso de peluche, Kino, observaba a aquella señora que era tres o cuatro veces más alta que ella.
La señora vestía uniforme, un uniforme de falda y chaqueta azul con camisa blanca, que le hacía sentirse importante.
Hay gente que, cuando viste uniforme, se creen muy importantes, pero en cuanto se quitan el uniforme ya no.
Gente rara.
Alba observaba como en la fila de embarque al avión, cada vez faltaba menos para llegar hasta aquella señora. Apretaba más y más a Kino.
Al llegar a la altura de la señora de uniforme, esta dijo a la mamá de Alba:
– Solo un bulto de equipaje por persona.
Alba, además de su osito, llevaba una pequeña maleta.
Alba no pensaba que su Kino fuera “un bulto de equipaje”, pero la señora del uniforme sí lo pensaba, qué rara era.
La madre de Alba debió pensar que era inútil discutir con aquella señora, que seguramente tenía colmillos de vampiro, aunque los escondía muy bien.
La mamá de Alba dijo a Alba:
– Cariño, vamos a meter al osito en la maleta, le hacemos una habitación, como en el hotel.
A Alba no le hacía pizca de gracia, pero vio cómo la señora del uniforme, dese allí arriba, casi rozando el cielo, la miraba con cara de muy pocos amigos, como si pensara que una niña así para el almuerzo, con patatas fritas y salsa de tomate, estaría buenísima.
Alba le dio el oso a su mamá, pero esta no tenía manos, así que se lo dio a la señora del uniforme para que se lo sujetaba, mientras hacía hueco en la maleta de Alba.
La señora de uniforme no se esperaba aquello. Puso unos ojos como platos.
Alba pensó que la señora iba a quemar al osito con los ojos, porque los abría tanto que parecía que se iban a prender.
Qué momento.
La mamá haciendo hueco en la maleta de Alba y la señora antipática de uniforme sujetando el osito de Alba como si le diera un asco inmenso.
Cuando la mamá acabó de hacer hueco en la maleta, recogió el oso de manos de la señora de uniforme y lo colocó en la maleta de su hija.
Le había hecho una camita.
Y se fueron Alba y su mamá pasillo adelante, hacia el avión.
La señora de uniforme se miró entonces las manos y la blusa, que presentaba una mancha considerable.
Las manos las tenía mojadas y desprendían un olor muy fuerte.
No se lo podía creer.
Solo murmuró muy bajito:
– Será posible el asqueroso del osito ese, se ha hecho pis encima de mí…
© Frantz Ferentz
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