A mi amiga Mar, la de las 4 Emes
Ludmila era una persona superracional.
Esto quiere decir que pensaba y pensaba, que todo lo vivía pensando, pero que sentía poco.
Su madre le decía:
— Hija, tienes que sentir más. Deja a tu corazón hablar...
— El corazón no habla —decía ella.
— Es verdad que no habla con palabras, pero sí se expresa.
Pero ella decía que eso eran bobadas.
Sin embargo, la madre fue a hablar con la abuela, que era persona sabia, gracias a sus muchos años.
— Ludmila no deja salir sus sentimientos —explicó la madre—, solo piensa. Estoy preocupada por ella.
La abuela pensó en ello.
Y enseguida encontró la solución.
Llamó a la nieta.
— Ludmila, ven a verme.
Ludmila acudió rápido y, justo cuando iba por el pasillo, la abuela le puso la zancadilla y Ludmila salió volando hasta que aterrizó en un cazamariposas gigante.
Allí se quedó apresada.
Ludmila intentó revolverse como una loca y, al hacerlo, notó que el corazón se le iba para abajo y que el cerebro se le iba para arriba.
Cuando la abuela entendió que el proceso ya estaba completo, agarró unas tijeras y abrió el cazamariposas.
Ludmila se bajó de allí toda mareada.
— Mi madre, qué miedo he pasado —dijo la chavala.
— ¿Y por qué? —preguntó la abuela.
— No lo sé, era miedo, y nada más —dijo ella.
La abuela sonrió.
La nieta iba a tener una temporada el corazón donde el cerebro y el cerebro donde el corazón, solo para compensar, después habría que buscar cómo equilibrar la cosa, pero esa, amigos, es otra historia.
© Frantz Ferentz, 2012
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