martes, 26 de junio de 2012

CUANDO AGRIPINO, EL MONSTRUO DE DEBAJO DE LA CAMA, SE LLEVÓ LA SORPRESA MÁS GRANDE DE SU VIDA


Agripino era un ejemplar espléndido de monstruo de debajo de la cama. Muy peludo, algo apestoso, con dos colmillos afilados y expresión fiera. 
Agripino era envidiado por sus colegas monstruos de debajo de la cama que, como todo el mundo sabe, es una especie de monstruo que da miedo, a diferencia de, por ejemplo, los monstruos de los calcetines que no se dedican a asustar, sino, como su nombre indica, a robar calcetines sueltos. El resto de monstruos de debajo de la cama no eran capaces de causar tanto terror nocturno como él, por eso había una especie de mito alrededor de aquel monstruo legendario. 
Generaciones y generaciones de niños habían sido víctimas de terrores nocturnos por culpa suya. Causaba unos miedos imposibles de describir, precisos, fríos, espantosos. De hecho, Agripino ya había publicado varios libros de técnicas de cómo asustar de una manera repentina y sin dejar huella. Como bien os podéis imaginar, todos ellos eran superventas. 
Hasta aquella noche. 
Sí, porque hubo una noche en que las cosas cambiaron. Nada sucedió como estaba previsto que sucediera. Nada.
Todo empezó cuando Agripino tuvo que ir a asustar una niña nueva: Lara. Lara era una niña menuda, de cabellos largos de ojos grandes que, según los datos de Agripino –los monstruos tienen también su base de datos, no os creáis– tenía siete años, una edad ideal para ser asustada. 
Y Agripino salió de debajo de la cama cinco minutos después de que Lara se metiera en ella. Soltó unos rugidos terroríficos que solo él sabía largar. Se quedó en pie al lado de la niña a la espera que ella soltara un chillido que atravesara todo el edificio y aun más allá. 
Pero no pasó eso. La niña, desde debajo de las sábanas, con los ojos bien abiertos, se lo quedó mirando y le dijo: 
– Gracias. 
¿Cómo que gracias? ¿Desde cuándo una niña no se asustaba de Agripino y, para colmo, le daba las gracias? 
Pero antes de que el monstruo dijera nada, ya la niña explicó: 
– Eres el primero que me felicita por mi cumpleaños. Y es que ya son las doce, con que es mi cumple. Qué rico, tú te has acordado.
Agripino se quedó de piedra en el sitio. Hasta parecía una estatua. 
– Venga –dijo la niña de repente saltando de la cama y agarrando al monstruo de la mano–, voy a celebrar mi cumple contigo. Mañana tengo fiesta, ¿sabes? Pero como tú estás ahora aquí, lo vamos a celebrar. 
Y tiró de él hasta la cocina. Agripino se dejaba arrastrar, no sabía cómo hacer, nunca una niña lo había tratado así. ¡¡Y encima quería celebrar con él su cumpleaños!! 
En la cocina, Lara abrió el frigo y sacó una tarta de chocolate con vainilla. Lo cierto es que tenía un aspecto delicioso. A Agripino se le hacía la boca agua. Lara lo sabía y cortó un buen cacho que puso en un plato. Agripino iba ya a meter la garra en la tarta, pero Lara le puso en ella una cuchara. 
– No seas guarro. Come como la gente. 
¡Pero él no era gente! Sin embargo, aquella tarta tenía tan buena pinta... Incluso con la cuchara, que no sabía usar, se comió su trozo de tarta y todavía puso cara de querer repetir. 
– Está bien, otro trozo más, pero no abuses porque mañana tiene que quedar para mis invitados, ¿de acuerdo? 
Y Agripino devoró aún otro cacho buenísimo de tarta, que le supo a gloria. 
– Estoy muy contenta de que tengas viniendo a felicitarme –dijo Lara al monstruo mientras este tenía los dos carrillos ocupadas con la tarta, por lo que solo pudo gruñir. 
Y poco a poco, Lara le preguntó al monstruo: 
– ¿Y cuándo es tu cumpleaños? 
¿Su cumpleaños? Agripino no había pensado nunca en eso. Vamos a ver, él había nacido de una monstrua, como es normal, había crecido en una aldea de monstruos y cuando le llegó la edad, se dedicó a asustar niños desde debajo de la cama, que para eso era un monstruo de debajo de la cama, no un monstruo que sale por el váter o un monstruo que esconde cosas en casa, son clases diferentes de monstruos. Llevaba toda su vida haciendo lo mismo y era muy bueno en su trabajo, eso no lo dudaba nadie. Pero jamás de los jamases había pensado en su cumpleaños, ni él ni ningún otro monstruo que hubiera conocido.
– Pues es muy importante que sepas cuándo es tu cumple –insistió la niña. 
Agripino se quedó sentado. No tenía un carné de identidad ni nada así donde pusiera su edad ni el día de su nacimiento. 
– ¿Sabes una cosa? –comentó de pronto la niña–, me da la impresión de que hoy has venido porque es también es tu cumple. Me da que tú y yo nacimos el mismo día. 
Y sin más, Lara tiró otra vez de él y volvió a su cuarto. Una vez allí, sacó una caja de maquillaje infantil y empezó a hacerle coletas al monstruo, a pintarle las mejillas –en realidad le pintaba los pelos–, le puso pestañas postizas, le colocó gafas de sol de rockero y hasta le hizo ponerse un poncho mexicano lleno de colores. Después sacó una foto con la cámara del ordenador, donde ella, también maquillada y disfrazada salía al lado de Agripino. Y al final, imprimió la foto y se la dio. 
– Me lo he pasado muy bien –dijo la niña–, pero ya es hora de que te vayas, que yo mañana tengo que ir a la escuela antes de celebrar mi cumpleaños. Me lo he pasado genial contigo. 
Y la niña le dio un beso todo tierno al monstruo por entre los pelos. Después saltó a la cama y cayó dormida enseguida. 
Agripino volvió debajo de la cama. Nunca le había pasado una cosa así. Ni siquiera sabía cómo reaccionar. Pensó que tal vez sería mejor no contar nada de aquello, más valía que el resto de sus conocidos monstruos de debajo de la cama no supieran nada de aquella fiesta de cumpleaños con Lara. 
Más valía. Por aquella noche, se volvió a casa, procurando quitarse todo el maquillaje y las coletas que le había hecho la niña. Tenía una imagen que mantener, probó a soltar uno de sus rugidos brutales, sonaba bien, pleno de energía, horrorizaba, sí, volvía a ser el de siempre.
Sin embargo, había olvidado algo. Había olvidado la foto que se había hecho con Lara. Y esa foto, sin que él se enterara, acabó en manos de otro monstruo de debajo de la cama. 
Pero lo que sucedió después ya es otra historia, que comienza justo cuando aquel segundo monstruo fue a visitar el cuarto de Lara... 

© Frantz Ferentz, 2012

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