Y como en la mayoría
de los casos, los vecinos quisieron quemar a la bruja.
Es que antaño tenían
la fea costumbre de quemar brujas.
La bruja, cuando vio
que venían por ella con teas y cara de pocos amigos se asustó.
Pero tuvo una idea:
– Vecinos, os convido
a todos a una taza de chocolate caliente.
Los vecinos
desconfiaron.
Pensaron que echaría
algo en el chocolate, algún conjuro para convertirlos en sapos y
galápagos.
– No temáis, yo lo
probaré primero -se ofreció la bruja.
Ella ya había
preparado una marmita toda llena de chocolate.
El aroma invadió la
nariz de todos y cada uno de los vecinos.
Todos, al final,
cataron aquel chocolate.
Estaba tan bueno...
Por eso, al final, se
olvidaron de quemar a la bruja.
Desde entonces, la
bruja los convidó todos los años a tomar chocolate caliente en
invierno.
Lo que los vecinos no
sabían es que aquel chocolate sí que estaba embrujado.
Pero estaba tan
delicioso...
Por eso, aún hoy en
esa aldea fabrican el mejor chocolate del mundo, pero nadie revela el
secreto de la receta.
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