Había decidido que
quería dar la vuelta al mundo.
Aprovechó para eso
unas vacaciones de verano.
Ella creía que en dos
meses podría llegar muy lejos.
Salió por la mañana
muy temprano.
Decidió que para que
no la detuviesen en las fronteras, cerraría los ojos.
Así no vería las
fronteras.
Empezó a caminar nada
más salir de su casa.
Siempre con los ojos
cerrados.
Caminó y caminó.
Horas y horas.
Caminó como nunca en
su vida había caminado.
Caminaba muy deprisa,
casi corriendo.
Caminó hasta que
comenzó a sentir frío.
El sol ya bajaba.
Y entonces Magdalena
sintió clarísimamente la voz de su madre:
– Magdalena, entra ya
que es hora de cenar...
Y Magdalena abrió los
ojos.
Y vio que caminar, sí
que había caminado, pero siempre dando vueltas alrededor de su
propia casa.
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