lunes, 6 de mayo de 2013

LA TÍA BRÍGIDA


María Luisa se creía que aquellas serían las peores vacaciones de su vida. Ella no había hecho nada para merecer aquello... Bueno, sí, pero solo suspender ocho asignaturas de nueve en la escuela. 

La mandaron a una aldea perdida en medio de una isla también perdida del Mediterráneo. Allí vivía su tía abuela Brígida, grande como un camión.

– Vamos a ver la laguna –dijo la tía abuela a la sobrina nieta antes de cenar. 

Y llevó a la niña hasta un estanque lleno de flamencos. 

– ¿Y que tienen de especial? –preguntó a María Luisa casi bostezando. 

La tía abuela Brígida batió palmas y los flamencos alzaron el vuelo. Y entonces se pudo ver que los flamencos allí tenían tres patas. Después descubrió que en la isla los perros tenían seis patas. Y hasta que las gallinas volaban ligeras como halcones... 

Sin embargo, lo que más le sorprendió a María Luisa fue a ver que bajo la blusa de su tía abuela algo se removía. De noche entró en el cuarto de ella para averiguarlo. Efectivamente, tenía motivos de sobra para sospechar... La tía abuela Brígida no era tampoco normal, como nada en aquella isla. 

¡La tía abuela Brígida tenía cuatro brazos! 

Pero enseguida descubrió que aquello era una ventaja para cocinar, escribir, hablar por teléfono y matar moscas todo al mismo tiempo.

Frantz Ferentz, 2013

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