— Papá, ¿cuáles son los seres más sabios del mundo?
El padre se quedó un momento pensativo.
— Los seres humanos.
— ¿Y los más mágicos?
Ahí el padre dudó aún más. Sin embargo, no conseguía dar una respuesta a su hijo. Si dijese que también los humanos, sería una respuesta estúpida, porque los humanos no son mágicos y hasta hay quien duda de que sean los más inteligentes del planeta, a la vista de como están conservando la naturaleza.
— Sinceramente, no lo sé, hijo —acabó reconociendo el padre—. Los seres mágicos no existen. Son cosa de críos y tú ya eres un chaval crecido, tienes quince años, por tanto no puedes creer en hadas, o duendes, o gnomos. Si te digo la verdad, tu abuela decía que los seres más mágicos son los árboles, pero eso también son cuentos.
El chaval vio al padre caminar de vuelta a la aldea. Él se quedó aún un rato donde estaba, con la mano apoyada en un viejísimo castaño que había oído toda la conversación.
— Mi abuela tenía razón —le dijo el chaval al árbol—, efectivamente, vosotros sois los seres más mágicos porque resultáis invisibles a los ojos de los humanos.
El viejo castaño meneó las ramas sin brisa, como si sonriera, y se despidió del chaval en el lenguaje silente de los árboles, observando cómo el chaval seguía los pasos del padre.
Frantz Ferentz, 2014
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