Pepe era el tipo más bestia de la clase. En la escuela todos le tenían pavor y ni se atrevían a respirar cuando pasaban a su lado, no fuera que hiciera un gesto y enviara a sus secuaces a golpear al infeliz escogido para sufrir sus iras.
Hasta entonces, Manuel se había librado de las iras de Pepe y sus secuaces, pero no sabía por cuánto tiempo, pues a Pepe le gustaba señalar a alguien al que enseguida sus secuaces pegaban sin piedad. Incluso los maestros hacían la vista gorda a aquel comportamiento tan brutal.
Manuel, al final, comentó con su tío Rigoberto lo que le pasaba. Fue durante una de las visitas del tío, que era un tipo muy peculiar. Él mismo se definía cómo filólogo, por tanto, conocedor de las cosas de la lengua. A Manuel le pareció que aquello era muy poco útil en la vida y, además, al tío Rigoberto le gustaba ponerse pajarita, con lo cual su aspecto hasta resultaba un pelín ridículo.
Y resultó aún más extraño lo que el tío Rigoberto respondió cuando Manuel le comentó su problema en la escuela:
— Mira, lo que tu compañero de escuela ha construido es una oración simple. Él es el predicado y los seguaces son los objetos, incluyendo adjuntos. Se consigues separarle el sujeto, el tal Pepe estará perdido, porque un predicado normal, sin sujeto, suele fallar.
Manuel se quedó boquiabierto. No entendía nada. El tío Rigoberto comprendió que tenía que especificar:
— Es muy sencillo. El sujeto es probabelmente una chavala. Si consigues que ella ignore al predicado, o sea, a Pepe, la oración descarrilará.
Ahí ya Manuel si entendió. Claro, claro que había una chica. Era Ángela, una niña rubia por la que Pepe suspiraba. Toda su fuerza animal quedaba reducida a unos suspiros cuando ella pasaba a su lado. Y si ella decía que le apetecía ir a los columpios, Pepe corría primero para allá y obligaba a sus objetos y adjuntos, o sea, a sus secuaces, a limpiar el sitio de gente para que Ángela, su sujeto, tuviera todo el espacio de los columpios para ella solita.
A Manuel no le resultó difícil ganarse el corazón de Ángela con cromos del mundial, porque la chavala era una fanática del fútbol. Y así, el interés de la niña pasó del gorila de Pepe a los cromos del mundial, junto con DVDs de fútbol y una camiseta de su equipo preferido. Cuando Pepe vio que había perdido el amor de su vida, quedó todo desesperado. Perdió las ganas de pegarse con nadie y decidió que sería un tipo solitario, lo que en palabras del tío Rigoberto sería un verbo impersonal y sin complementos, como "llover".
Y fue así como al final, a Manuel le acabó gustando Ángela y a Ángela Manuel, pero no formaron —siempre según el tío— una oración con sujeto y verbo, sino una oración compuesta con dos verbos. Y los complementos... ya llegarían.
Al final, Manuel comprendió que tener un tío filólogo era estupendo para afrontar la vida. Ojalá todo el mundo tuviera un pariente filólogo, ojalá...
Frantz Ferentz, 2014
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