lunes, 20 de octubre de 2014

EL EXTRAÑO CASO DE LA OBESIDAD CRECIENTE DE OBDULIO GARCÍA

Obdulio García era un caso único en Villanueva de Aldeavieja. Era la única persona obesa que vivía allí. Pero eso no era lo curioso del caso, su obesidad, sino que estuviese obeso cuando solo se alimentaba de semillas de girasol, arroz cocido y fresas cuando llegó la estación de las mismas. Y para beber solo agua.
La gente de Villanueva de Aldeavieja, buena gente en general, pero también extremadamente curiosa, especulaba sobre las causas de de aquella inexplicable gordura de Obdulio García. En su familia no había antecedentes de mega-sobrepeso, así que nadie se explicaba cómo aquel desgraciado podía tener una cintura tan enorme que si una diminuta mosca pasaba a su alrededor, se quedaba capturada por la fuerza de gravedad que surgía del cuerpo de Obdulio hasta convertirse en una especie de satélite alrededor de la cintura del hombre, incapaz de escapar de ella.
Así, la obesidad de Obdulio aumentaba día tras día. Algunos habitantes comenzaron a temer que Obdulio ocupase él solo la mitad de la ciudad y el resto de la gente de allí se viese obligada a vivir en la otra mitad, apretujada.
Como ya dije antes, los habitantes de la Villanueva de Aldeavieja eran en general buenas personas y querían ayudar a su vecino Obdulio. Por eso, se convocó asamblea ciudadana en el Ayuntamiento y se discutió cuál era la causa de aquella obesidad inexplicable.
– Debió absorber alguna toxina de pequeño –opinó doña Crisanta, la farmacéutica–. Se le quedó en el cuerpo y no la expulsó cuando llegó el momento.
– En mi opinión –opinaba dueña Fina, la dueña de una tienda de embutidos con denominación de origen–, la causa está en que no come jamón. Aunque digan que el jamón engorda, es falso. Mírenme a mí...
Era verdad, estaba hecha una sílfide.
– Creo que os equivocáis, queridos convecinos –dijo el concejal de la oposición, don Leocadio de Todos los Santos–, el problema de nuestro vecino es que no hace suficiente ejercicio, se mueve poco y mal...
En fin, había tantas opiniones como vecinos, o a lo mejor más, porque algunos vecinos tenían más de una opinión, pero en la asamblea solo se podía dar una sola causa de la obesidad de Obdulio.
El último vecino al que le tocó hablar, don Hegemonio, aún dijo:
– El problema de nuestro apreciado Obdulio es precisamente su nombre. Obdulio comienza con “ob-“ como “obeso”. Si se cambiase el nombre, desaparecería el problema.
Nada que hacer. Así era imposible encontrar una razón convincente. Entonces el alcalde de Villanueva de Adeavieja, dijo a la asamblea:
– Preguntemos a nuestro querido Obdulio qué es que él piensa.
– Ya, pero tendremos que salir al campo, porque él no entra por la puerta principal del ayuntamiento –explicó el cabo Rodríguez de la policía local, máxima autoridad armada de la villa, que siempre vestía un impecable uniforme azul con el escudo del ayuntamiento. 
El cabo Rodríguez hasta se había hecho confeccionar tres pijamas de algodón, los tres con la forma de su uniforme de policía, que podría usar para salir en mitad de la noche en caso de que hubiera cualquier emergencia, sin tener que perder el tiempo en vestirse su uniforme de cabo de la guardia urbana, pero, por suerte para él, Villanueva de Aldeavieja era un lugar muy tranquilo donde por la noche solo hacían barullo los ratones y a veces doña Ramona, que la pobre era sonámbula, pero siempre por la calle Mayor, mirando los escaparates de las cuatro tiendas que había en toda la villa, aunque por suerte a esas horas estaban cerradas y no podía gastar dinero en ellas.
Todos los vecinos que participaron en la asamblea corrieron a la vera del río, que era el lugar favorito de Obdulio García y donde se encontraba el parque municipal. Allí, acostado en la hierba, los vecinos hicieron un círculo alrededor de él. El alcalde, que por algo era la máxima autoridad municipal, le explicó que nadie se ponía de acuerdo sobre cuál era la causa de su obesidad creciente.
Él, Obdulio, echado en la hierba, comenzó a pensar. Lo cierto es que incluso él no se había preocupado nunca de eso. Sí, notaba que cada vez era más gordo, pero no parecía importarle mucho, sinceramente. Y lo dijo así:
– Queridos vecinos, es verdad que cada vez estoy más gordo, pero no me importa mucho, sinceramente. Soy un tipo verdaderamente inteligente, soy el tipo más brillante de toda la provincia... qué digo de la provincia, de todo el país. Deberíais estar orgullosos de que un genio como yo viva en Villanueva de Aldeavieja.
Todos los vecinos presentes en la asamblea, excepto doña María de los Juncos, que estaba absorta en la contemplación de una mariposa que se le había posado en la nariz y le hacía cosquillas, se quedaron asombrados con aquellas palabras.
Ahí el líder de la oposición municipal, no se sabe si por convencimiento o si por ganarse unos votos para las próximas elecciones, dijo:
– Caro Obdulio, es tremendo eso que estás diciendo. Nosotros, todos tus vecinos, no hacemos más que preocuparnos por ti...
Y Obdulio sonrió y replicó:
– No seas mentiroso. Lo que pasa es que a vosotros se os come la curiosidad... y la envidia.
Aquellas palabras irritaron a los vecinos, que enseguida comenzaron a murmurar. Pero aquel ambiente hostil no pareció incomodar Obdulio, él estaba disfrutando de la situación, con tanta gente pendiente de él.
En ese momento, de entre los vecinos, doña Levedad se acercó hasta Obdulio y lo pinchó con una aguja de hacer calceta. Y Obdulio, como cabe esperar, tuvo la única reacción normal: chillar.
–¡Ayyyy! Señora, ¿se ha vuelto loca o qué?
Y doña Levedad explicó que aún quería comprobar si el problema de Obdulio no era que estuviese hinchado de algo y pensó que con una aguja, pinchándolo, quizás se deshincharía, pero ya se vio que no.
Y así las cosas, los vecinos se fueron marchando del parque. Sin embargo, Ximena, una niña con pecas y trenzas, dijo a los vecinos:
– ¡Creo que sé por qué Obdulio no para de engordar!
Todos la contemplaron atónitos. ¿Cómo una niña tan pequeña iba a saber el motivo de la obesidad de aquel ilustre vecino de la villa? Ella no tenía experiencia ninguna de la vida como para entender de esas cosas.
– Me lo contó mi abuela –explicó Ximena sonriendo–. Me dijo que ella conoció, en sus años jóvenes, gente como Obdulio y que los motivos de su obesidad no son por comer mal, sino por otras cuestiones... ¡Y yo sé cómo ayudarlo!
Todos los vecinos presentes se quedaron boquiabiertos. ¿Cómo iban a hacer caso a una niña tan pequeñita con trenzas? Sin embargo, si Obdulio seguía engordando, acabaría ocupando toda la villa... Algo había que hacer. Al final, en otra asamblea, los vecinos aceptaron la propuesta de Ximena, que consistía, sencillamente, en un concurso de preguntas y respuestas, como los que echaban por televisión.
No fue difícil convencer Obdulio para participar en un concurso. En cuanto se enteró de la propuesta, dijo:
– Sí, sí, me gusta la idea. Voy a demostrar mi gran inteligencia y mi inmenso talento...
Y en cuanto dijo eso, engordó todavía algo más.
Montaron los platós del programa en el parque, al aire libre. Y el concursante que se iba a oponer al propio Obdulio no era otro que la propia Ximena. Se trajeron a un presentador muy conocido de la televisión, Johnnie John, también conocido como John al cuadrado, al cual, cada vez que sonría, le surgía un destello de entre los dientes, pero no porque le brillaran, sino porque tenía un pequeño dispositivo instalado encima de la encía que disparaba automáticamente los destellos.
Todos los habitantes de Villanueva de la Aldeavieja congregaron alrededor del parque municipal, en el plató habilitado para el efecto. Todos, excepto don Agamenón, que confundía la claustrofobia con la agorafobia; el pobrecillo estaba convencido que tenía pavor a los espacios abiertos, cuando en la realidad lo tenía a los espacios cerrados, así que se iba a perder aquella magnífica ocasión de ver cómo se grababa un programa de la televisión en su misma villa. Y todo por no consultar en el diccionario la enfermedad que sufría.
 Johnnie John empezó soltando un discurso sobre lo buen presentador que él era, lo cual irritó mucho a Obdulio, a quien no le gustaba nada que otros se exaltaran delante de él. Pero por suerte para Obdulio, una paloma que pasaba por allí dejó caer una cagarruta encima de Johnnie John y hubo que cortar la grabación para limpiarle el hombro de la chaqueta.
Una vez resuelto aquel penoso incidente, comenzó ya el concurso de preguntas y respuestas sin más prolegómenos. Para intentar resumir cómo fue el concurso, nos vamos a limitar a reproducir algunas de las preguntas y respuestas.
JOHN: Primera pregunta. ¿De qué color es la melancolía?
OBDULIO: Anaranjada...
JOHN: Incorrecto. Rebote
XIMENA: Del color contrario a los sueños.
JOHN: Correcto.
OBDULIO: ¿Y de qué color son los sueños?
JOHN: Eso aquí no se pregunta. Segunda pregunta. ¿Cómo harían para que los peatones caminen por la orilla y los coches por la calzada?
OBDULIO: Con una buena legislación y buenas multas, está claro...
JOHN: Incorrecto. Rebote.
XIMENA: Poniendo carteles que digan que la gente tiene que caminar por la calzada, mientras que las aceras quedan reservadas a los coches.
OBDULIO: ¿Y por qué es correcta esa respuesta?
XIMENA: Porque a la gente le gusta hacer lo contrario de lo que se le dice que haga.
(...)
JOHN: Décima y última pregunta. ¿Qué tienen en común un gato siamés y una gallina clueca?
OBDULIO: En que ambos son domésticos?
JOHN: Incorrecto. Rebote.
XIMENA: ¿En que el nombre de ambos comienza con ga–?
JOHN: ¡Correcto! Y la ganadora es...
Ahí sonó un redoble de tambor, pero era innecesario, porque ya todos sabían que la niña había ganado el concurso. Ella había respondido bien las diez preguntas, mientras que Obdulio había fallado en todas.
– La ganadora es... ¡Ximena!
Toda la villa aplaudió entusiasta, toda excepto Obdulio, que estaba rojo de ira porque lo habían humillado. Nadie reparó en él, pero se marchó de allí, se adentró en un bosque próximo donde se quedó a la sombra de una secuoya, donde no quiso ver a la gente. Sin embargo, por allí pasaban vecinos de vez en cuando, vecinos que corrían, llevaban al perro a pasear o montaban en bicicleta. Todos, muy atentos, lo saludaban:
– Buenos días, Obdulio.
– Buenos días, Obdulio.
– Buenos días, Obdulio.
Pero Obdulio solo gruñía. Nunca en su vida lo habían humillado de aquella manera, y eso era lo que tanto le fastidiaba. Él, el tipo más brillante del mundo mundial, vencido en un concurso de preguntas tontas por una niña con trenzas...
Y entonces, se corrió la voz por la villa: Obdulio había adelgazado. Sí, después de una semana, Obdulio estaba cada vez más delgado. Lo testimoniaban todos los vecinos que pasaban por el bosque y se encontraban con él sentado siempre debajo de la secuoya.
– Lo mismo ha adelgazado porque ha dejado de comer –opinó doña Crisanta.
– No, amiga mía, ha sido porque solo come piñones –replicó doña Fina.
– Las secuoyas no dan piñones –comentó entonces Ximena–. El verdadero motivo por el que engordó es otro.
Y ahí toda la villa quiso enterarse del motivo, toda la villa sin excepción:
– Ha adelgazado porque su ego estaba expandiéndose por su cuerpo. Se creía el tipo más inteligente, el más sabio, el más guay y el más mejor de todos. De eso es de lo que me había avisado mi abuela: el orgullo solo con modestia se cura. Por eso me inventé lo del concurso, porque si alguien demostraba a Obdulio que no era ni el más inteligente, ni el más sabio ni el más mejor, su ego se deshincharía...
Aquellas palabras fueron muy bien acogidas por los vecinos de Villanueva de Aldeavieja. Alguien hasta pensó que había que levantar una estatua a la niña, pero ella dijo que prefería que la convidasen a tarta de fresas con chocolate, que le iba a sacar más provecho.
Y así fue como Obdulio dejó de estar obeso por causa de su egolatría, pero poco a poco volvió a engordar, pero entonces fue a causa de su afición desmedida a las golosinas, que, según él, le calmaban la angustia de ya no ser el tipo más inteligente, más sabio, más guay y más mejor de toda la provincia… lo de todo el país, mejor no mencionarlo.

Frantz Ferentz, 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario