La oferta sonaba estupenda: móvil no solo inteligente, sino también ultrasensible. La tecnología estaba avanzando a un ritmo que iba a conseguir que los móviles tomasen sus propias decisiones.
Tal vez fuese ese el motivo por el que Edid decidió cambiar su viejo aparato. Era escandalosamente viejo, tenía tres años y con una antigüedad así no conseguiría hablar bien enseguida con nadie. Además, los hijos de Edid le insistían para que acabase de cambiar aquel aparato y hasta la tienda de celulares para comprar aquel modelo que tanto anunciaban y se podía pagar en cómodos plazos durante veinte años.
El vendedor, un tipo espabilado y de largos bigotes, sabía bien hacer su trabajo. Tenía una labia bien desarrollada que le permitía hablar sin tema durante tres horas, lo cual le resultaba muy útil para vender celulares de última generación.
— La mejor selección, señora —empezó a explicar, mientras sus bigotes se movían por cada extremo para un lado, como si tuviesen vida independiente—. Este móvil ten función autoprogramable, retrorreciclable, con detector de idiotas, cronómetro inverso, chat con sintonizador de voz… bueno, bueno, tiene de todo, pero lo mejor es su extrema sensibilidad, que hace que, por ejemplo, usted lo llame, incluso estando apagado, se conecte automáticamente y responda lo que usted quiera. La frase que suena por defecto es: “Estoy aquí, cariño…”, con voz de hombre o de mujer según corresponda.
— Mamá, este móvil es perfecto para ti.
— Puede, pero a mí me basta con que se pueda hablar por él. ¿Se puede hablar con este?
— Señora, se habla hasta del revés con una aplicación que lleva aquí que…
— Déjelo, ande, me lo llevo.
Y Edid se llevó el móvil a casa. En cuanto estuvo allá, abrió la caja que lo contenía, colocó la batería y enseguida el móvil se puso a funcionar. Se encendió una pantalla de bienvenida y una voz delicada e insinuante, dijo:
— Hola, soy su nuevo teléfono móvil Pinkio 415. Encantado de servirle. Toque la pantalla para iniciar mi configuración.
Edid tocó la pantalla porque era muy formal. Y entonces del aparato surgió un sonido extraño, un sonido como “gligligli” sin ningún resultado. Luego, la misma voz sensual repitió la orden:
— Toque la pantalla para iniciar mi configuración.
Edid volvió a tocar y de nuevo sonó “gligligli”.
Se pasó así bastante tiempo, entre tocar la pantalla y el “gligligli” que no dejaba de sonar, sin poder avanzar. Desesperada, Edid recogió el teléfono y se lo llevó a la tienda, done el simpático vendedor con los bigotes de puntas independientes la acogió con una sonrisa de oreja a oreja que desafiaba todas las leyes de la anatomía.
— Dígame, señora, ¿algún problema con su nuevo móvil?
— Pues que no consigo configurarlo. ¿Podría probar usted?
— Por supuesto.
El vendedor del bigote tocó la pantalla y sonó un clink que enseguida activó todo. Después de atravesar varias pantallas, le pidió a Edid:
— Señora, siga usted.
Edid tocó la pantalla y enseguida se volvió a oír el “gligligli” de antes. Ahí la sonrisa del vendedor desapareció del todo. Él mismo tocó la pantalla y concluyó la configuración. Después volvió a pedir a Edid que lo intentase ella.
Y otra vez sonó aquel “gligligli” y el móvil no reaccionaba. Sin embargo, cuando tocaba el vendedor, todo funcionaba perfectamente, pero cuando tocaba Edid solo sonaba aquel ruidillo y el móvil no funcionaba, incluso la pantalla se oscurecía unas décimas de segundo.
— No entiendo nada —confesó el vendedor que, por primera vez en su carrera e incluso en su vida, se quedaba sin palabras.
No obstante, en la mente de Edid se hizo la luz.
— ¿No había dicho que este móvil es ultrasensible como ningún otro fabricado hasta ahora?
— Sí.
— Pues ya sé lo que le pasa. Usted toca la pantalla con fuerza, pero yo lo hago suavemente, por eso yo provoco en él una sensación que usted no provoca.
— ¿Y cuál es, señora?
— Cosquillas.
Texto: Frantz Ferentz, 2015
Imagen: Valadouro, 2015
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