sábado, 4 de julio de 2015

EL MISTERIO DEL SEXO DE OLI

    El lunes a primera hora, la profesora entró en el aula de 6ºB con un chaval –o chavala– nuevo. Tenía el pelo largo, sobre todo por delante, hasta casi cubrirle los ojos. Llevaba ropa holgada, unos deportivos normales y cargaba una mochila donde probablemente llevase todos sus libros.
    – Chicos, os presento a Oli. Viene del extranjero como estudiante de intercambio por vuestra compañera Leila. Solo se quedará una semana, desde hoy hasta el viernes, pero se alojará en la residencia escolar, porque los padres de Leila tienen perro y Oli tiene alergia al pelo de perro. Espero que os portéis bien, ¿eh? Y no os preocupéis, porque habla nuestra lengua.
    Todos los estudiantes se quedaron mirando para aquel o aquella Oli. Resultó que el primer pensamiento que tuvieron todos era si Oli era chico o chica. Pareció como si el resto de cosas que les interesaban a los chavales de aquella clase pasasen a un segundo plano. Quizá fuera porque vivían en un barrio tranquilo de las afueras de una gran ciudad, donde rara vez sucedía nada interesante. Por eso, quisieron averiguar si aquel recién llegado era de un sexo o del otro, lo cual se convirtió en una cuestión de máximo interés para todos ellos.
    Por su ropa era imposible afirmar si era un chaval o una chavala. Por su voz, tampoco, porque ni hablaba, pero a ciertas edades resulta hasta complicado distinguir el sexo por la voz. Además, Oli optó por sentarse en un rincón del aula aparte, sin parecer querer mezclarse con el resto de compañeros.
    De todos modos, ninguno de ellos tenía el valor de preguntarle si era él o ella. Por eso, durante el primer recreo, todos los alumnos de la clase de 6ºB dejaron de jugar a lo de siempre, ya fuera saltar a la cuerda o dar patadas al balón, para observar a aquel Oli.
    Y Oli se pasó todo el recreo pendiente de su celular, cosa que no resultaba extraña, pues muchos de ellos también se pasaban horas y horas jugando con aquel aparato. En ese sentido, Oli no era ninguna excepción.
    Así pasó el primer día de clases sin que los chicos de la escuela consiguieran averiguar cuál era el sexo de Oli. Tuvieron que esperar hasta el segundo, cuando Sara, en una asamblea casi clandestina en el gimnasio del colegio con el resto de sus compañeros de clase, dijo:
    – Existe el modo de averiguar cuál es el sexo de Oli sin complicarnos la vida.
    – ¿Y cuál es?
    – Basta con vigilarlo y saber si entra en el baño de los chicos o las chicas.
   Aquella propuesta de Sara les pareció bien a todos. Acordaron organizar pequeños grupos de vigilancia que no perdieran de vista los movimientos de Oli durante todo el tiempo que pasara en la escuela aquella mañana. Debía estar allí cuatro horas, de modo que era muy probable que en ese intervalo pasase, tarde o temprano, por el baño.
    De ese modo, durante el segundo día, todos los chavales de la clase de 6ºB no hicieron más que vigilar los movimientos de Oli en cuanto a sus necesidades fisiológicas. En grupitos, intentando pasar desapercibidos, fueron vigilando los movimientos de Oli para ver si iba al baño.
    Pero no fue.
    No pisó el baño en toda la mañana. ¿Es que acaso no necesitaba hacer pis como todo el mundo?
    Y así llegaron al tercer día. Antes de empezar las clases, hubo una nueva asamblea de estudiantes. El misterio de la identidad sexual de Oli aumentaba. Por entonces fue Nel quien propuso que probasen otra estrategia:
    – Durante el recreo, los chavales jugamos al fútbol y las chavalas saltan a la cuerda. Y dos de nosotros, por ejemplo María y Luis, le dicen que juegue con los chavales o con las chavalas. Veremos qué escoge. Si juega al fútbol, es chaval; salta a la cuerda, es chavala.
    – No estoy de acuerdo con eso –replicó Carla–. ¡A mí me gusta jugar al fútbol y soy chica!
    Ahí ya se montó una discusión, donde hasta Pedro iba a reconocer que a él le encantaba saltar a la cuerda.
    – Lo de saltar a la cuerda –dijo– es un deporte igual que dar patadas al balón.
    – No digas tonterías –le replicaron.
    – ¿Tú no has visto cómo se entrenan los boxeadores?
    Ahí ya nadie dijo nada, porque los boxeadores eran tipo duros que saltaban a la cuerda al entrenar.
    Al final, consiguieron ponerse de acuerdo. Ya durante el recreo, los chavales empezaron una partida de fútbol, pero con Carla, y las chicas un festival de saltos de cuerda, con Pedro, quien prefería mil veces saltar allí que correr detrás de un balón y que lo cosiesen a puntapiés las rodillas y las espinillas.
    Tal como estaba planeado, María se acercó primero a Oli, quien no paraba de golpear con los dedos en la pantalla de su celular.
    – Hola –saludó María.
    – Hola –devolvió Oli el saludo alzando la vista del celular.
    – Quería preguntarte si quieres saltar a la cuerda con nosotras…
    Y justo entonces llegó Luis y dijo:
    – Seguro que prefieres jugar un buen partido de fútbol, ¿verdad?
    Oli se los quedó mirando como si estuviese pensando en cuál de las dos opciones escoger. Los otros dos chicos lo contemplaban atentos, como esperando una respuesta que fuese a cambiar el destino del planeta.
    Al cabo de unos segundos, que parecieron horas, Oli dijo:
    – No me gusta ni dar patadas al balón ni de saltar por encima de una cuerda. Lo que realmente me gusta…
    Ahí los dos chicos se quedaron boquiabiertos.
    – Lo que realmente me gusta –prosiguió– es dibujar mapas estelares. Lo hago aquí en mi celular. Hay una aplicación estupenda para eso…
    Ambos chicos tuvieron el mismo pensamiento:
    «¿Y eso es propio de chicos o de chicas?»
    Pero para entonces Oli ya había dejado de hacerles caso y seguía trazando líneas en la pantalla de su móvil, mientras aún decía:
    – Constelación del Caballo…
    Fue un nuevo fracaso. Sin embargo, cuanto peor iban las cosas en ese sentido, más interés tenían los chavales de la clase de 6ºB por saber cuál era el sexo de Oli. Aquello ya estaba volviéndose una cuestión de honor para aquel grupo de chavales y chavalas de aquella pequeña escuela de un barrio pequeño y olvidado de una gran urbe, donde casi nunca pasaba nada.
    Y así llegaron al cuarto día, que comenzó, como no podía ser de otro modo, con una nueva asamblea de los estudiantes en el gimnasio antes del inicio de las clases.
    Aquel día, fue Belén quien propuso:
    – Yo le echaría un cubo de agua por encima. De esa manera tendría que mudarse de ropa. Podemos tener ropa preparada, tomarla de la que se deja en el cuarto de objetos perdidos y que hace siglos que nadie reclama. Tendrá que escoger ropa de chico o de chica.
    – ¿Y cómo haces para echarle un cubo de agua encima sin que parezca que lo haces a propósito? –preguntó alguien.
    Esa era una buena pregunta. Tenía que parecer un accidente.
    – Hagamos una guerra de globos de agua justo antes de que suene la campana –propuso Enrique–. Podemos conseguir que tres globos choquen contra Oli.
    A todos pareció una buena idea. Rápidamente fueron a comprar globos a la tienda de la esquina y los llenaron con agua. Se quedaron en el patio a la espera de Oli. Cuando apareció por la cancela, fingieron que iniciaban la guerra, pero disimularon mal y poco, porque ya más de una docena de globos llenos de agua fueron a dar directamente contra Oli.
    XAAAAAAAAAFFFFFFFFFF!
    Oli se quedó más que empapado. Parecía que el anticiclón de las Azores acababa de descargarle encima y de golpe.
    – ¡Pobre!
    – ¡Qué desgracia!
    – ¡Hui, cuánta agua!
    – Te has mojado, ¿eh?
    Todos eran comentarios para tentar ocultar un plano malévolo de los chavales de la clase. A continuación pusieron en marcha la segunda parte de su plan:
    – Oye, hay ropa seca aquí en el cuarto de los objetos perdidos, Oli. Ven y escoge lo que quieras.
    Casi toda la clase empujó a Oli hasta el cuarto en cuestión, sin dejar siquiera tiempo a Oli para que protestara, porque lo llevaban como una escolta de gorilas acompaña un cantante de moda para evitar ser molestado por sus admiradores.
     Y una vez en la sala, la ropa estaba perfectamente separada en ropa masculina y femenina.
    – Escoge –le dijeron.
    Oli observó toda aquella ropa, tanto la masculina como la femenina. Era feísima. No le gustaba nada de lo que allí veía.
    – ¿Sabéis que? ¬–dijo de repente Oli–, que no me hace falta nada de eso. En la mochila llevo ropa de sobra. Siempre la llevo, para accidentes imprevistos. Y mi mochila es impermeable. ¿Os importa salir mientras me mudo de ropa?
    Todos se quedaron boquiabiertos. Nadie se esperaba algo así. Ya era el cuarto plan que fracasaba. Al final, salieron todos de la sala y dejaron que Oli se cambiara de ropa tranquilamente.
    Y así llegaron al viernes, el último día que Oli estaría en la escuela. Como ya venía siendo habitual, hubo una asamblea de los estudiantes de la clase de 6ºB para discutir sobre la cuestión que tanto interés despertaba en ellos.
    – ¿Es que no hay manera de saber cuál es el sexo de Oli?
    – Parece que no.
    – Es un chaval... o chavala... tan extraño. Nunca he visto cosa igual.
    – Ni yo...
    – Ni yo...
    – ¿No será hermafrodita?
    – ¿Hermafrodita? ¿Y eso qué es?
    – Es como las lombrices, que tienen los dos sexos. Yo he leído algo de eso en internet...
    – Yo creo que no, que o es chico o es chica, pero no hay manera de enterarse...
    Y entonces alguien lanzó la pregunta más inteligente del día:
    – ¿Y si se lo preguntamos?
    – ¿Preguntárselo?
    – Sí, preguntarle si es chico o chica. Con su nombre es imposible de saber.
    Ahí se produjo un momento de silencio sepulcral en el gimnasio de la escuela. La cuestión que rondaba la cabeza de todos ellos y ellas era: «¿y quien tiene coraje para preguntar a Oli cuál es su sexo?»
    – Hagamos uno sorteo. A quien le toque, tendrá que hacerle la pregunta.
    Ahí estuvieron todos y todas de acuerdo. El sorteo consistió en escoger un pedacito de papel, había tantos como estudiantes, pero solo uno tenía una marca. Quien escogiera aquel papel tendría que preguntar a Oli por su sexo.
    Y le tocó a Irene, quien se puso toda roja por la vergüenza que le causaba tal tarea.
    – Puedes hacerlo cuando esté a punto de marcharse, al final de las clases –le dijo Félix, que estaba enamorado de ella desde el primer día que la había conocido, seis años atrás–. Y mira, si quieres, le pregunto yo por ti.
    – No –respondió Irene–. Me basta con que estés a mi lado cuando tenga que preguntar...
    Aquella respuesta sonó a Félix cómo música celestial. Y fue así como transcurrió aquel viernes sin contratiempos, hasta que llegó el final de las clases. No parecía que hubiera ninguna ceremonia, que la estancia de Oli por allí iba a pasar inadvertida, porque ningún profesor apareció para despedirse de aquel estudiante de intercambio. Por eso, ya Oli iba a marcharse, pero los compañeros le dijeron: 
    – Oli, espera, queremos preguntarte algo.
    Oli se detuvo en la puerta. Félix se colocó al lado de Irene y hasta la golpeó suavemente con el codo en las costillas.
    – Oye, Oli –empezó a decir Irene con todos sus compañeros haciendo un semi círculo–, ¿y tú que eres, chico o chica?
    ¡Por fin había lanzado la pregunta!
    La reacción del Oli fue reírse. Sí, se rio con aquella pregunta que le pareció tan divertida. Después, dijo:
    – Con que era eso lo que os venía inquietando toda la semana, ¿verdad? Bueno pues ya que lo preguntáis, yo soy...
    CATAPLUMMMM
    Justo en ese momento se desmoronó un andamio de obras que había por fuera de la escuela. Su estruendo al caer había silenciado las últimas palabras de Oli.
    – Me lo he pasado muy bien aquí con vosotros –dijo antes de marcharse–, pero, para la próxima vez, preguntad al principio, no al final.
    Y Oli se fue, dejando a los chavales de 6ºB, una vez más, con la boca abierta.

Texto: Frantz Ferentz, 2015
Imagen: Valadouro
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