jueves, 30 de julio de 2015

NICO EL NICÓPTERO

    Sara contemplaba a su perro Nico. Era tan pequeñín que casi parecía que podía flotar. Recordó que por algún sitio había un invento del abuelo, un gorro que parecía que servía para que los animales pequeños pudiesen volar. Por eso, fue al arcón donde se guardaban los inventos del abuelo, que había sido inventor, pero nunca se lo tomaron muy en serio. 
    Entre las cosas del abuelo había un pequeño gorro con una hélice encima. Sara pensó que seguro que aquello era un gorro volador para perros pequeños como el suyo. Iba ajustado con una correa por debajo de la mandíbula. No se lo pensó dos veces. Sara le colocó el gorrito a Nico. A continuación apretó un botón que había en un lateral y la hélice comenzó a girar; luego, Nico se puso a volar por el cuarto.
    — ¡Nico, estás volando! —le gritó Sara.
    Efectivamente, Nico volaba por la sala y ladraba para mostrar su felicidad.
    — ¡Eres un nicóptero, o sea, un Nico volador! —le dijo ella entusiasmada.
    El perro volaba por la habitación mientras las hélices sonaban como las de un ventilador. De vez en cuando, Nico se golpeaba contra una pared, porque aquel invento del gorro con hélices no tenía timón para poder girar. Y claro, al final, aquello acabó siendo un desastre, porque Nico estaba cada vez más nervioso y ladraba. Algunos cuadros se cayeron al suelo, también un jarrón de la tatarabuela… Un desastre, tanto que acudió la abuela para ver cuál era la causa de tanto jaleo en la habitación.
    — Sara, ¿qué es todo esto? —gritó la abuela cuando vio al nicóptero ladrando e pasando por encima de sus cabezas sin control.
    — He cogido este invento del baúl del abuelo —explicó Sara—. Pensé que era para que vuelen los perros, ¿o no es para eso?
    — ¿Pero qué dices? Eso es un ventilador cerebral. Tu abuelo lo inventó para la gente, con el fin de que se les refresque el cerebro y así puedan pensar fríamente...
    Y justo en ese momento, el nicóptero enfiló por la ventana abierta y salió hacia el patio...

Texto: Frantz Ferentz, 2015
Imagen: Valadouro, 2015

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