Manuel se había pasado muchas horas mirando al techo tumbado en su sillón durante todo el tiempo que estuvo desempleado. Pero el hecho de contemplar el techo durante meses y meses, incluso durante años y años, le había permitido aprender todo sobre las moscas.
Primero averiguó cómo se relacionan y a qué estímulos responden. Las moscas, aunque parezcan animales sucios que se alimentan de mierda (con perdón), son animales muy limpitos que se frotan las patitas para limpiarse antes de comer.
Comprobó, además, que las moscas de otoño, aquellas que nacen al final del verano y cuya supervivencia se prolonga durante el otoño, tienen un comportamiento peculiar, quizá algo más testarudas que el resto. Comprobó que son más atrevidas, que tienen menor percepción del peligro y, por tanto, son las que más incordian.
Tanto, tantísimo, tiempo se dedicó a observar moscas que le cundió muchísimo. Y hasta fue eso lo que le permitió encontrar trabajo. Sí, porque Manuel montó su propia empresa de liquidación de moscas de otoño. Efectivamente, solo trabajaría en otoño en la eliminación de aquellas moscas tan pesadas que tanto molestaban a la gente.
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Cuando tocó al timbre de aquella casa, le vino a abrir una señora vestida con abrigo, gorro de lana y botas recubiertas de piel de cordero. Mientras hablaba, de su boca salía vaho, lo cual demostraba hasta qué punto hacía frío en aquel desdichado hogar, probablemente de varios grados bajo cero. La señora, temblando de frío, le pidió que entrase.
Manuel enseguida comprobó cómo en el interior de la casa hacía la misma temperatura que en la calle. Las ventanas estaban todas abiertas. Manuel no necesitó explicaciones, enseguida supo que aquella era una decisión desesperada de aquella familia para deshacerse de la mosca. Pensaron que, si hacía el mismo frío dentro que fuera, la mosca acabaría muriendo congelada, pero tampoco aquello estaba dando resultados, probablemente los únicos que iban a morir allí eran los habitantes del piso, sin duda de pulmonía.
– Este verano –explicó la señora–, mi hijo era un as. Capturaba las moscas con las manos y luego hacía bolitas con ellas. Creo que hasta alguna se nos cayó en la sopa, pero como dicen que tienen muchas proteínas, no nos pareció tan grave, pero ahora esta mosca ella sola…
Manuel asintió. Pasó al salón, donde los dos miembros restantes de la familia presentes en el hogar, un hijo y una hija, mostraban un aspecto lamentable, con los mocos congelados en la nariz, colgándoles como estalactitas, o más propiamente como carámbanos. Ambos estaban sentados en el sofá, intentando ver una película que daban por la televisión, arrebujados debajo de una manta, pero incluso así, la manta saltaba, sin duda a causa de los temblores que tenían aquellos dos adolescentes.
– Lo hemos intentado todo, con todo tipo de productos químicos, aerosoles, trampas para moscas que venden por internet… Pero todo ha sido inútil, la maldita mosca convive con nosotros desde hace dos semanas y cada día que pasa está más insoportable. No sabemos cómo acabar con ella… Mi marido ha dicho que hasta que la mosca no desaparezca de casa, que él no volverá y está viviendo en una pensión del centro. Ayúdenos, por favor, ayúdenos.
– Serán cincuenta euros y veinte más por el pago de la zona azul, que el ayuntamiento aquí cobra bien caro el aparcamiento.
– ¡¡Lo que haga falta, oiga, pero hágalo ya, por favor!!
Sin más dilación, Manuel se sacó un silbato del bolsillo y pitó, pero nadie en la casa oyó nada, porque se trataba de ultrasonidos. Sin embargo, la mosca lo oyó perfectamente y respondió a la llamada.
Salió de la esquina donde estaba perfectamente escondida y se posó en una cajita transparente que Manuel ya sostenía en la mano, con algodones. Cuando la mosca hubo entrado en ella, Manuel la tapó.
– Ya está –anunció Manuel–. Son setenta euros, como ya le dije.
La señora cogió su monedero y pagó, pero antes preguntó:
– ¿Y no me haría una rebaja? Es que este invierno vamos estar todos bien malos por culpa de la mosca.
– Está bien, que sean sesenta…
– Y dígame, ¿cómo ha conseguido atraer a la mosca?
– Son muchos años de estudios, señora. Es un método científico patentado por mí. Ya ve que funciona perfectamente. Que tenga un buen día –saludó Manuel.
Y se fue. Pero cuando ya estaba fuera, Manuel observó a la mosca. Cogió su lupa y comprobó que el insecto conservaba intacta la protección que él mismo le había dado, hecha con un barniz de su invención que mantenía el calor corporal de la mosca y que hasta filtraba el aire en su cabeza para no respirar aerosoles; parecía una mosca astronauta. Después, abrió la cajita y le dijo a la mosca en tono mimoso:
– ¿Cómo está mi niña preferida, como está?
Y la mosca se lanzó a volar alrededor de su nariz, zumbando con alegría, como si fuera un perro, solo que no movía el rabo.
Texto: Frantz Ferentz, 2015
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