martes, 17 de noviembre de 2015

UN GRIFO EN LA CABEZA

Luigi era un tipo hablador, muy hablador. Tanto era así que lo que contaba eran principalmente cosas que él se inventaba. Lo cierto es que su cerebro bullía y bullía con historias que se le ocurrían constantemente. Si alguien hubiera tenido la ocasión de poner un micrófono dentro de su cerebro, habría escuchado algo así como una caldera en ebullición, sonaba “blu-blu-blu”.
   Sin embargo, la mujer del Luigi ya estaba harta de oír tanta historia que contaba, aunque ella ni se diese cuenta de que su marido lo único que hacía era inventar historias. Y claro, ya llegó a hartarse de tal manera que amenazó a Luigi con abandonarlo, si no le ponía remedio a su enfermedad, pues ella creía que era una enfermedad.
   Fueron, por tanto, al psiquiatra.
   – Doctor, Luigi no se puede quedar callado ni un rato... –comenzó a decir ella.
   – No exagere, señora –dijo el doctor.
   – ¿Saben una cosa? –empezó a decir justo en ese momento Luigi–. Había una vez un perro que decidió inventarse un lenguaje de signos solo con los movimientos del rabo y para eso habló con...
   – ¿Lo ve? –interrumpió la mujer–. Acaba de empezar a contar una historia.
   El doctor se quedó muy pensativo. Sin embargo, enseguida supo lo que pasaba con aquel hombre: tenía una creatividad tan grande que era imposible para él quedarse callado y dejarse cualquier historia dentro, tenía que contarla. De hecho en eso funcionaba como cualquier chavalillo que tiene la cabeza llena de cosas y tiene que soltarlas.
    – ... y claro, el perro se encontró entonces que las palabras compuestas envolvían más movimientos del rabo, el doble, para ser exactos. Pero no solo eso, algunas razas de perros tenían un dialecto diferente, por lo cual su sistema de lenguaje de signos con el rabo no acababa de funcionar... –proseguía Luigi ajeno a la discusión entre su mujer y el médico.
   – Señora –dijo el doctor–, debe tener paciencia. Deme unos días hasta que vea cómo puedo ayudar a su marido. Mientras tanto, tenga mucha paciencia con él...
   – ¿Que tenga paciencia, doctor? Cómo se ve que usted no convive con él, cómo se ve, que hasta de noche habla y habla en sueños, porque narra incluso lo que sueña... Dígame, ¿hay algo parecido a quitarle las pilas para así evitar que siga hablando y hablando?
   – Ya le dije que necesito unos días, señora. Vuelva por aquí en breve y ya le digo alguna cosa más.
   Sin embargo, mientras el doctor buscaba una solución, ella decidió tomar medidas por su cuenta. Así, una noche, mientras el Luigi hablaba y hablaba en sueños, ella colgó al hombre de un pie al techo y lo dejó así toda la noche, pero no consiguió que se callara, simplemente que él contara su historia del revés, es decir, comenzando por el final y acabando por el principio, lo cual es un pelín difícil.
   Al cabo de tres días, Luigi y su mujer fueron convocados por el médico. Él les dijo que la única solución para que Luigi se calmase era que utilizara un grifo de la creatividad.
   La mujer se quedó boquiabierta. 
   – Un grifo… ¿Pero es que quiere hacer un agujero a mi marido en el cerebro para que le salgan las historias por ahí?
   El doctor tuvo un ataque de risa. No, no se refería a un grifo real, como los que se usan en las casas para que salga el agua, sino a un grifo metafórico. Por eso explicó:
   – Es un concepto psiquiátrico que acabo de adoptar yo –explicó él–. Tras tres días pensando en el caso de su marido, he llegado a la conclusión de que él tiene que buscar otra forma de expresar lo que tiene dentro sin que usted padezca sus historias una tras otra, pero es imposible que eso suceda si él no tiene más alternativa que contar tales historias.
   – No entiendo nada –dijo la mujer.
   – ¿Saben que durante la Edad Media existió un dragón al que le gustaba lanzar llamas en las bolas de barro que hacía para endurecerlas y así después golpearlas con el pie? Existe la teoría de que los campesinos, después de que el dragón se cansase de patearlas, se ponían a dar patadas ellos mismos a las bolas y que fue así que nació el fútbol... ? –comenzó a contar Luigi.
   – Probaré lo que me dé, doctor –dijo la mujer de Luigi–. Yo ya no soporto más esta pesadilla. Dígame en qué consiste ese grifo.
   Y ante el asombro de la mujer, el psiquiatra se sacó un bolígrafo del bolso y dijo:
   – He aquí el aparato. Solo tiene que darle esto a su marido, junto con un cuaderno y decirle que se ponga a escribir todo lo que se invente. Más adelante, si quiere, hasta puede abrir un blog para contar todas sus historias.
   La mujer no daba crédito a lo que estaba viendo. 
   – ¿En serio se cree que escribiendo Luigi va a dejar de contar historias?
   – No, no va a parar. Va a dejar de contarlas, pasará a escribirlas, lo cual debería hacerlo en silencio. Esa es la solución...
   Y fue así como Luigi, con efecto, dejó de hablar a todas horas y pasó a usar el bolígrafo y el cuaderno, pero la cuestión fue que no se dedicó a escribir las historias, sino a dibujarlas. Sin embargo, cuando ya las había ilustrado, se dedicaba a explicar la historia que escondían aquellas imágenes...
   Hoy Luigi vive en una isla remota del Pacífico Sur, en un atolón. Él mismo ni sabe cómo acabó allí. Sin embargo, a su alrededor tiene un público entregado, los delfines; él es feliz, porque primero dibuja sus historias en la arena y después cuenta a los cetáceos todas las historias que le apetece. Se dice que los delfines están aprendiendo a hablar gracias a la historias de Luigi, lo cual explicaría por qué entre ellos se están contando tales historias y por qué por todos los mares del mundo los delfines se asoman al lado de los barcos y cuentan las historias de Luigi por todos los mares del planeta...

Texto: Frantz Ferentz, 2015
Dibujos: Valadouro, 2015
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