domingo, 5 de junio de 2016

VIAJE AL PAÍS DE LOS HOBITILLOS

   Aquella mañana, de repente, Cesca se despertó con una sorpresa. Su pie izquierdo era mucho más grande que su pie derecho. Ella estaba completamente segura de que no era así la noche anterior, pues cuando se fue a acostar, ambos pies eran igualitos.
   Sin embargo, ahora uno era más grande que el otro. Enseguida llamó a su madre:
   – Mamá, ven a ver la desgracia que me ha pasado.
   La madre acudió rápidamente. No fueron necesarias explicaciones, al instante vio lo que pasaba.
   – Creo que te debo una explicación –le dijo la madre–. Pero antes confírmame una cosa: no te has caído por las escaleras, ¿verdad?
   – No.
   – Pues entonces lo que te pasa es genético.
   – ¿De qué me estás hablando? –quiso saber Cesca, para quien todo aquello sonaba a misterio insondable.
   Su madre suspiró. Ya sabía que había llegado la hora de contar la verdad a su hija.
   – ¿Recuerdas que alguna vez te dijo que tu padre murió en un accidente en el espacio exterior durante la colisión de dos transbordadores, debido a que el piloto de la otra aeronave superaba la tasa de alcohol permitida?
   – Sí claro. 
   – Pues no es cierto. Tu padre no era piloto de ningún transbordador espacial, tu padre era y es un hobbit, aunque por aquí los llamamos hobitillos.
   – ¿De qué me estás hablando?
   – Verás, lo que pasa en esta casa hay un portal espacio–tiempo que permite viajar a otras dimensiones. De adolescente, lo atravesé una vez. Fui a parar a la aldea de los Bolsón. Allí me enamoré de un pequeño hobitillo, llamado Hugo. Como soy muy pequeña, casi no se notaba la diferencia de estatura entre nosotros... Bueno, no voy a entrar en detalles. El caso es que al cabo de nueve meses de mi visita naciste tú...
   – ¡Qué historia tan tierna! –dijo  Cesca, que durante un momento se dejó llevar por el romanticismo, en vez de por su trágica situación con aquel pie hinchado.
   – Es obvio que la genética de tu padre se ha puesto de manifiesto. Por eso tienes este pedazo de pie.
   – Sí, pero el otro sigue normal.
   – Es cierto.
   Cesca siguió pensando un momento.
   – Mamá, este portal sigue abierto?
   – Solo se abre en las lunas llenas.
   – ¡Si hoy habrá una luna llena! ¿Y dónde está?
   – En la corteza del viejo aliso aparece una espiral. Tienes que saltar por allí. Estará abierto solo unos minutos. Luego no se puede volver hasta la próxima luna llena. Pero ten cuidado con cómo lo haces, porque una vez, al volver, aparecí en Uzbekistán y mi madre me castigó sin postre veinticinco años, por eso sigo sin tomar postre, porque aún me dura su castigo.
– Lo tendré en cuenta.
   Cesca se preparó una mochila con varias cosas y se fue hasta la espiral del aliso. Quería conocer a su padre y resolver el problema de su pie, pero caminar con un pie que parece la bota de un buceador fue algo bien complicado. Sin embargo, se las arregló para llegar cuando el portal se abría en el tronco del árbol.
   Y así, casi un mes más tarde, durante la siguiente luna llena, Cesca regresó a casa. Llamó a la puerta. Su madre acudió a abrirle.
   – Hija, ¿estás bien?
   Pero Cesca, en vez de responder, apuntó para su pie derecho. Se podía ver que era tan grande como el izquierdo.
   – ¡Ahora tengo los dos pies hobitillo, mamá!
   La madre pensó que no era tan grave, pese a todo. Hubiera sido peor que tuviera la cara o las garras de un orco. Los pies hasta se podían disimular.
   Cuando esuvo dentro de la casa, la niña le dijo:
   – No he conocido a mi padre, Hugo. Se había ido a luchar contra los orcos del sur. Sin embargo, si conocí a mi abuelo, Bolbo, un tipo chistoso que fuma en pipa por la nariz, ya que dice que si lo hace por la boca, le deja un aliento horrible.
   »Él me contó todo sobre los hobitillos. Me acogió en su hogar como a su nieta. Y me dio de comer alimentos de hobitillos, por lo que ahora tengo el pie derecho como el izquierdo. Sin embargo, decidí que quería volver y aquí estoy.
   La madre le dio un abrazo. Aceptaba su hija como era, incluso aunque tuviera unos pies tan grandes como cubos.
   – ¿Qué voy a hacer con estos pies? –preguntó Cesca.
   Lo peor de los pies de hobitillo es el vello que los cubre por encima. Entre la madre y la hija se pusieron a depilarlos. Probado con cuchillas, cremas, afeitadoras e incluso con la podadora del vecino, pero no había manera. La única solución era un fuego controlado, por lo que pidieron ayuda a un vecino que todo el mundo sospechaba que era un pirómano.
   El tipo no daba crédito a que le pagaran por causar un incendio, aunque fuera tan pequeñito. Sin embargo, gracias a eso, lograron depilar los pies de Cesca.
   – Y ahora qué será de mi vida con estos pies, mamá?
   La pregunta se quedó flotando en el aire, sin respuesta. Imagínense a una niña con unos pies del tamaño de los zapatos de un buzo. Hasta para caminar tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos. ¿Qué futuro le esperaba?
   Pero como esto es un cuento y esta historia tiene que terminar bien, he de decir que el final es bueno. A Cesca la fichó un equipo de hockey sobre hielo como portera. Con unos pies así no hay forma de que entren las pastillas en la portería ni aunque las disparen con un mortero. Aunque ella no entiende de hockey, lo único que hace es sentarse en la portería como portera y ocupar todo el hueco con sus pies.
   Su equipo será el único al que no hayan marcado un gol en toda la liga. Ahora solo hace falta que el resto del equipo aprenda a marcar goles. En fin, que no hay nada perfecto en esta vida.

© Texto: Frantz Ferentz, 2016
© Imagen: Valadouro
Descarga el PDF

No hay comentarios:

Publicar un comentario