Cuando
Alberto abrió los ojos en mitad de la noche, descubrió que nuevamente allá
estaba el monstruo de las pesadillas, a su lado, mirándolo con su rostro
horrendo, gruñendo y mostrando sus colmillos inferiores que le sobresalían
hacia arriba. De hecho, cada vez que se quedaba en la cama, dejaba todo
cubierto de pelos y la madre de Alberto se enfadaba con él, porque decía que el
perro no podía dormir en la cama con el chico. La infeliz madre ni se había
dado cuenta de que ellos no tenían perro.
No es que
Alberto se asustara con aquel monstruo. Ya tenía una edad en la que un simple
monstruo no era capaz de asustarlo, pero lo molestaba mucho. Por eso, decidió
probar alguna estrategia que le permitiera dormir toda la noche entera sin que
el monstruo lo molestase. Lo descubrió por casualidad, cuando una noche dejó el
ordenador conectado y luego se durmió. Cuando abrió los ojos, allí se encontró al
monstruo de las pesadillas navegando por internet. Parecía estar disfrutando de
aquel invento. Como había observado cómo Alberto utilizaba el ratón y saltaba
de página en página (el monstruo sería un monstruo, pero no tenía un pelo de
tonto), había aprendido a navegar.
Al día
siguiente, Alberto comentó con su compañera de clase, Lucía, cómo su monstruo
de las pesadillas se había pasado toda la noche navegando por internet. Ella se
mostró muy interesada por aquel episodio, en su cuarto había también un
monstruo de las pesadillas con complejo de gato, que se pasaba toda la noche durmiendo
con ella, dejándola sin espacio en la cama y roncando como un oso.
— Pues mira, tengo una idea —le dijo Alberto a Lucía—. ¿Te importa si esta noche nos vemos
en el chat en el ordenador?
— No sé, a mis padres no les
gusta que yo me conecte tarde.
— ¿Te fías de mí?
Lucía se
conectó por la noche para chatear con Alberto. Apenas habían hablado cinco
minutos, cuando Alberto dijo a su compañera:
— Oye, yo me voy a dormir ya, pero voy a
dejar el ordenador conectado. Haz tú lo mismo.
— Pero, ¿por qué?
— No preguntes. Mañana
sabrás.
Y así lo hicieron.
Aquella noche, ambos durmieron de un tirón, sin sobresaltos. Cuando Alberto se despertó
al amanecer, se encontró a su monstruo de las pesadillas chateando aún con el
monstruo de Lucía. Se habían pasado toda la noche conversando entre ellos. Tal
vez, aquellos dos monstruitos eran incluso chico y chica, pero eso él no lo
sabía, porque es muy complicado averiguar el sexo de un monstruo de las
pesadillas a causa de la pelambrera.
— Hola, ya son horas de irse
dormir, ¿no? —le
dijo
Alberto al monstruo, el cual gruñó suavemente y se metió directamente debajo de
la cama.
Alberto se
rascó la cabeza y se dijo para sí:
— Cómo sabía yo que el
problema de estos monstruos es que están demasiado solos. Cuando encuentran
alguien con quien hablar, se olvidan de asustar.
Entonces se
levantó de un saltito y se fue a la cocina.
© Texto: Frantz Ferentz, 2016
© Imagen: Valadouro
© Imagen: Valadouro
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