Emilio estaba muy atento a Carla.
Carla era la campeona de dardos de la ciudad.
Aquel era un día muy importante para ella, porque el liderazgo estaba en juego.
Pero le había surgido una gran rival, Mariantonieta.
Mariantonieta era una total desconocida que había empezado el campeonato sin que nadie apostara por ella, pero que había llegado a la final.
Y ahora, le tocaba medirse con la actual campeona, Carla.
Emilio estaba enamorado de Carla.
La apoyaría hasta el final.
Entonces, Carla lanzó.
Tres dardos estaban muy cerca del centro.
Y uno fuera.
Hizo 27 puntos.
Era una buena marca.
Su amor estaba sudando.
Emilio quería abrazarla para darle valor, pero ella lo rechazó, estaba más interesada en lo que haría Mariantonieta, que parecía tranquila.
─ Si no pierde la concentración, puede ganarme ─dijo Carla entre dientes.
Emilio oyó esas palabras.
Haría lo que fuera mejor para que ganara su amor.
Y yo sabía cómo.
Se alejó de Carla y lentamente se acercó a Mariantonieta.
Mariantonieta observaba la diana como si fuera una tarta de nata, porque se relamía.
Hacía cálculos
Sí, era realmente bueno.
Entonces Emilio puso en marcha su plan de "desconcentración".
Primero, se quitó un zapato.
Luego, el otro.
No se quitó más, porque solo tenía dos pies.
De repente, alrededor de Mariantonieta empezó a expandirse un olor muy fuerte a pies.
La gente alrededor se alejó.
Era insoportable.
Algunos tosieron y alguien incluso se desmayó.
El propietario del bar donde se realizaba el concurso llamó a los bomberos y a la unidad de prevención de la guerra biológica.
Sin embargo, Mariantonieta no pareció darse cuenta de esa peste.
Tampoco perdía la concentración ni por un segundo.
Lanzó el primer dardo.
Lanzó el segundo dardo.
Lanzó el tercer dardo.
Lanzó el cuarto dardo.
Los cuatro fueron directamente al centro.
Cuarenta puntos.
El máximo
No había más gente para aplaudir, el público que no había huido o desaparecido estaba a más de diez metros de Mariantonieta.
Solo Emilio estaba al lado, porque era inmune a su propio olor a pies.
Incluso se diría que le gustaba.
Por eso, no pudo evitar la curiosidad y, después de calzarse los zapatos, preguntó:
─ Oye, ¿cómo no te molesta el olor a podredumbre de pies? ¿No tienes olfato?
─ Nada de eso ─respondió ella─. Lo que pasa es que este olorcillo es muy suave comparado con otro olor que conozco.
─ ¿Con cuál? ─preguntó Emilio muerto de curiosidad.
Ahí Mariantonieta se quitó los zapatos y dijo:
─ Con este.
Todos los presentes en la sala huyeron escopetados conteniendo el aliento.
Ni siquiera cinco autobuses en la sala habrían producido esa peste.
Emilio, sin embargo, tuvo que ser hospitalizado por intoxicación, porque él era la persona que estaba más cerca de la fuente de olor.
Las unidades de prevención de ataques biológicos han puesto a toda la ciudad en cuarentena.
Todo la atmósfera de la ciudad estaba contaminada.
De Mariantonieta, ya nadie supo nada más.
Y es una pena, porque, aunque le oliesen así los pies, era realmente buena lanzando dardos.
© Frantz Ferentz, 2018
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