domingo, 4 de noviembre de 2018

EL PEDO DE ORIGEN DESCONOCIDO

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  Todo ocurrió de repente.
  Sin aviso.
  Los estudiantes de la clase estaban concentrados en una tarea que la profe Celia acababa de encargarles.
  Por eso, cuando unos cuantos estudiantes se pusieron a hacer "snif-snif", además de oler aquel pedo inesperado, olieron la tragedia.
  – Alguien se ha tirado un pedo –sonó una voz al fondo de la clase.
  La profe Celia se horrorizó.
  Los estudiantes cesaron su tarea y empezaron a oler.
  – Tiene olor afrutado –dijo Basilio.
  – Con toques de nata –añadió Amelia.
  – Y matices de cebolla caramelizada... –concluyó Petra.
  Aunque no lo parezca, aquellos estudiantes tenían un olfato propio de somelieres.
  Pero quien estaba paralizada por el miedo era la profe Celia, porque aquellos estudiantes habían descrito, sin saberlo, su desayuno: hamburguesa con cebolla caramelizada, bollos de nata y algo de fruta.
  Claro que estaba aterrorizada.
  ¿Y si los estudiantes averiguaban que había sido ella quien se había tirado el pedo?
  Por eso, la profe Celia empezó a actuar:
  – ¿Quién ha roto la regla de que en la clases no se tiran pedos?
  Silencio.
  Nadie habló.
  – ¿Es que nadie va a reconocer que ha roto la regla 12/34b sobre producción de olores de origen intestinal?
  Más silencio.
  La profe comenzaba a respirar tranquila, a pesar del olor de su propio pedo, que aún flotaba en el ambiente.
  ¡¡Nadie podría descubrir que ella se había tirado aquel pedo!!
  Si lo supieran, perdería toda su autoridad, ¿cómo les diría "no os tiréis pedos", cuando ella era la primera que los tiraba?
  Por suerte, parecía que nadie en la clase sospechaba de ella.
  De hecho, se miraban entre ellos tratando de descubrir quién era el causante de aquel gas intestinal, cuyos efectos aun perduraban.
  Sin embargo, la profe Celia tenía que mantener el teatro para disimular, si no, no se entendería por qué justo entonces no actuaba como había actuado en otras ocasiones, cuando algún estudiante se había tirado un pedo.
  – Conque, ¿no sale el responsable del pedo? ––dijo con voz muy seria.
  Silencio.
  – Estáis todos castigados sin recreo una semana.
  Murmullos de desaprobación.
  Quién se había tirado aquel pedo tan extraño, se preguntaban todos.
  En ese instante sonó la campana que anunciaba el fin de las clases.
  Todos fueron saliendo cabisbaixos.
  Solo se quedó Calima, que se acercó a la profesora.
  – Profe –le dijo mientras Celia recogía sus cosas en una carpeta–. Yo sé que el pedo es cosa suya.
  – ¿Qué andas diciendo? –preguntó Celia muy nerviosa.
  – Que usted se ha tirado el pedo.
  Celia se quedó inmóvil y sin palabras. 
  Pese a todo, quiso aún mantener el tipo.
  – Esa es una acusación muy grave y serás castigada por eso.
  – Déjelo. Ese pedo es suyo. Yo tengo anotados los olores de los pedos de todos los estudiantes de esta clase y ese olor no es de ninguno de nosotros.
  Celia no podía creer lo que oía, pero Calima sacó una libreta y fue señalando cómo olían los gases intestinales de su respectivos compañeros de clase.
  – ¿Sabe qué? –prosiguió Calima–. Siempre me dijeron en casa que los profes son nuestro modelo, pero yo aquí no veo ejemplo alguno...
  Celia tragó saliva.
  – Pero de todo lo malo, pode salir algo bueno. Escuche mi propuesta...

***

  Cuando al día siguiente, los estudiantes entraron en clase, se encontraron un rincón nuevo. 
  De hecho, era un espacio cerrado con cortinas de ducha, sostenidas con una barra también de ducha, encima de la cual dicia: «Sala de génesis de gases».
  Contaba, además, con un viejo extractor de gases que aún funcionaba.
  – Pero, ¿qué es esto? –preguntó Petra.
  – Es la sala de los pedos –explicó Calima–. Se acabó la limitación de tirarse pedos en clase. Hay un lugar específico donde podemos ir a tirarnos pedos, ya no tenemos que aguantarnos las ganas.
  Aquella noticia fue recibida con un "hurra", y después con otro, cuando a los estudiantes les anunciaron que el castigo de una semana sin recreo se retiraba...
  Desde entonces, ya nadie tuvo que aguantarse las ganas de tirarse pedos en el aula, solo tenían que ir a la sala de génesis de gases, como la llamaban, y liberar su intestino a gusto.

© Frantz Ferentz, 2018

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