Érase una vez Katka que tuvo un virus. Solo era uno y muy joven. El virus pretendía comportarse muy seriamente, como si él solo fuera todo una epidemia. Por eso, el pequeño virus recorría las venas de Katka, intentando dar la apariencia que centenares de virus que ocupaban su cuerpo. Pero eso era demasiado. El virus era muy jovencito y carecía de experiencia.
Sin embargo, Katka sí sintió que tenía un virus en el cuerpo y pensó que había caído enferma. No tenía una aspirina a mano, así que se tomó media onza de chocolate. Por alguna extraña razón, ella había pensado que el chocolate le funcionaría como remedio.
El virus olisqueó el chocolate fundiéndose en el estómago de Katka mientras recuperaba el aliento en la úvula de la chica. Se dejó resbalar hasta el estómago. Nunca había probado el chocolate, pero olía delicioso.
Desde ese día, el virus molestó a Katka un ratito todos los días, de suerte que ella enseguida tomaba chocolate. Enseguida el virus se calmaba. Qué buena vida iba se iba a dar el virus para siempre jamás.
No obstante, unas semanas más tarde, una tribu de bacterias se acercó a la nariz de Katka. Enseguida notaron el olorcillo delicioso que salía de la chica. Ellas no sabían que aquel aroma venía del chocolate, pero lo iban a descubrir enseguida.
Poco a poco, Katka comenzó a toser violentamente. Se sentía muy mal. Las bacterias pretendían ocupar el cuerpo de Katka, pero el virus no estaba dispuesto a compartir el chocolate con extraños, más aún con criaturas venidas de fuera. Enseguida notó que las bacterias adoraban el chocolate, de modo que fue haciendo trampas para que ellas cayeran una tras otra. Al final, consiguió atrapar a todas las bacterias y se las comió envueltas en chocolate.
De repente, Katka se sintió mucho mejor. Estaba segura de que el chocolate era una medicina fabulosa, así que no ha dejado de comerlo nunca.
© Frantz Ferentz, 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario