sábado, 2 de mayo de 2020

GUNGÚN, EL DINOSAURIO ACOMPLEJADO





Gungún era un dinosaurio volador.
Eso quiere decir que tenía alas.
Eran superfinas, tanto que, cuando se miraba a través de ellas, se podían ver siluetas, porque eran casi transparentes.
Pero a Gungún no le gustaban aquellas alas suyas.
Y no le gustaban porque los demás dinosaurios se reían de él.
Cuando corría por el bosque, sus alas se enganchaban y no podía capturar a nadie, o bien lo capturaban a él enseguida.
Su mamá le decía:
━ No te preocupes. A todos nos ha pasado igual de pequeños. Luego, cuando aprendas a volar, verás qué bien, porque ninguno de tus amigos sabe volar.
Aquello sonaba muy bien, pero Gungún no conseguía animarse con ese pensamiento.
Por eso, dejó de ir con sus amigos y empezó a quedarse solo.
Así, al menos nadie se reía de él.
De ese modo, pasaba días y días, aburrido, sin nadie con quien hablar, aunque de vez en cuando oía, a lo lejos, las voces y gritos de sus amigos.
Qué fastidio le causaba el pensar que tenía que crecer para poder volar y entonces sacar provecho a sus membranas que en realidad eran alas.
Hasta aquel día.
Todo empezó cuando Gungún se acurrucó en un rincón del bosque.
De repente, oyó una voz cerca que decía:
━ Eh, tú, bicho, ¿me oyes?
Gungún miró para todos lados, pero no vio ningún otro animal.
La voz se volvió a escuchar:
━ Tú, bicho, aquí arriba.
Y entonces sí, entonces Gungún miró para arriba.
Y lo que vio, lo dejó petrificado.
Se trataba de un ser que no había visto nunca, en realidad, se trataba de un ser humano, pero eso era imposible, porque todavía faltaban millones de años hasta que los homínidos caminasen por la Tierra.
El humano estaba colgado en la rama de una secuoya dentro de una jaula, pero eso era algo que Gungún tampoco había visto en su vida.
━ ¿Puedes subir hasta aquí?
Gungún no podía aún volar, pero sí podía trepar.
Tenía unas garras muy potentes, por eso no le costó ningún esfuerzo trepar por aquel gigantesco tronco de árbol.
Enseguida estuvo a la vista del extraño ser.
━ Oye ━dijo el humano al dinosaurio━, tu pico parece muy fuerte. Por qué no muerdes en esa cosa que cuelga justo ahí.
Le señaló un candado metálico.
Gungún se sentía curioso, de modo que mordió el candado.
¡Qué duro estaba!
Y además no sabía bien, era algo metálico.
━ Por favor... ━pidió el humano.
Gungún acabo haciendo crujir el metal y el candado se rompió.
El humano abrió la puerta.
━ ¿Sabes? Yo vengo del futuro. Un peligroso hechicero me retiene cautivo. Para que no me encuentren, me deja aquí, en el pasado. Una vez al día, me devuelve al presente para darme de comer y luego me devuelve aquí.
Gungún no entendía nada, pero encontraba aquel humano simpático.
Algo dentro de él le decía que no debería comérselo.
━ Gracias a ti ━prosiguió━, cuando regrese a mi tiempo y el hechicero esté distraído, escaparé. 
Gungún lo miraba fascinado.
Era una criatura única aquel humano.
━ Y ahora ━prosiguió━, aléjate un poco, porque creo que me van a llevar de vuelta a mi tiempo... Pero antes, déjame decirte que eres un precioso ejemplar de pterodáctilo. A la gente de mi tiempo le fascina tu especie. Recuerda: pterodáctilo.
En cuanto acabó de pronunciar el nombre de la especie de Gungún, hubo un pequeño fogonazo y desapareció el humano dentro de su jaula, aunque esta ya estaba abierta.
Gungún se asustó.
Se soltó del tronco e instintivamente abrió los brazos.
Planeó, con cierta torpeza, pero planeó sin lastimarse.
Qué experiencia tan deliciosa.
Y aterrizó indemne donde sus otros amigos dinosaurios jugaban a perseguirse.
Estos se lo quedaron mirando con la boca abierta.
━ ¿Cómo lo hiciste? ━le preguntaron.
━ Es que soy un pterodáctilo ━explicó él lleno de orgullo.
━ ¿Un qué? ━preguntaron de nuevo.
━ Pterodáctilo.
Todos intentaron reproducir aquella nueva palabra, pero a ninguno le salía:
━ Peterocalvo.
━ Teropalmo.
━ Terpodáctilo.
━ Tecocámbico.
Nada que hacer, Gungún era un pterodáctilo y eso era algo tan importante que el resto de dinosaurios ni podía pronunciar.
Así que Gungún volvió a jugar con los demás dinosaurios, ya no se trabó de nuevo con las ramas, sino que, cuando quería, trepaba a los árboles y luego bajaba planeando hasta tocar el suelo con mucho estilo.
Y, desde luego, se le acabaron los complejos para siempre.
Él era un poderoso pterodáctilo.
© Texto: Frantz Ferentz
© Ilustraciones: Chaimae Hilal

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