lunes, 24 de enero de 2022

EL CIEMPIÉS Y LA LÁMPARA MÁGICA

 

El ciempiés caminaba lentamente entre los estantes de aquella vivienda abandonada. Durante siglos, ningún ser humano había vivido allí, porque estaba bajo la arena. Es posible que aquel lugar llevase milenios abandonado, quién sabe.

El ciempiés habían terminado allí por casualidad, se había escapado de una salamanquesa hambrienta y se había caído por un agujero en la arena hasta terminar en esa construcción, que en realidad era un palacio, pero los ciempiés no conocían la diferencia entre las viviendas humanas. De hecho, apenas había visto humanos de lejos cruzando el desierto de noche a la luz de la luna, a lomos de camellos, nunca había tenido contacto directo con ellos, y no se imaginaba lo peligrosos que podían ser.

En fin, el ciempiés, también hambriento, recorría los alrededores en busca de algo para comer, tal vez un grillo, pero parecía que allí abajo no había nada. Así que exploró los estantes rápidamente, hasta que encontró aquello. Era un objeto humano que nunca había visto en su vida, metálico, pero curiosamente no estaba oxidado.

El objeto en cuestión era más o menos ovoide, pero no se podía saber el color, no había luz allí dentro, pero tenía un cuello largo, al final del cual había una boca. La forma de ese objeto podía conocerla gracias a sus cien patas. Y así fue cómo se introdujo por la boca y se deslizó hacia adentro como si fuera un tobogán.

Había un resplandor en el interior, que salía de las paredes. El ciempiés estaba nervioso porque sabía que estaba atrapado dentro del objeto de metal. Intentó salir por la misma boca por la que había entrado, pero no había manera, resbalaba demasiado y siempre terminaba abajo. Estaba desesperado. Por un momento, el ciempiés pensó que terminaría sus días allí, muriendo de hambre. Tal vez podría alimentarse de sus patitas, se las comería una a una, hasta quedarse sin ninguna. Qué horrible angustia para esa criatura. Qué angustia.

Sin embargo, esos pensamientos apenas duraron unos segundos, pues aquel objeto en el que estaba atrapado el ciempiés comenzó a vibrar. Vibraba sin control, tanto que el ciempiés empezó a rebotar por las paredes. Y no había dónde agarrarse, porque las paredes eran lisas. Sin saberlo, con tanto movimiento de sus patas en todas las paredes, había activado algún mecanismo del objeto desconocido, pero al parecer no había ningún motor en su interior.

De repente, ¡¡¡FLUUUUFFF!!! El objeto salió disparado. Cruzó la arena del desierto y comenzó a cruzar los cielos. Voló a una velocidad que ningún dispositivo inventado por humanos jamás alcanzaría. De hecho, el trayecto duró casi nada de tiempo, pues en pocos segundos, el objeto aterrizó en un enorme parque en el corazón de una ciudad con millones de habitantes a miles de kilómetros del desierto en el que había pasado no se sabe cuánto tiempo.

El objeto aterrizó suavemente sobre una mesa de piedra donde mucha gente solía jugar al ajedrez, pero entonces era aún temprano y el parque estaba vacío. El sol apenas había comenzado a salir por el este y la ciudad despertaba sin prisas. En cuestión de minutos, el tráfico sería infernal, como todos los días y algunas personas empezarían a ocupar el parque para hacer deporte, dar de comer a los peces y patos del lago, acompañar a los perros a hacer sus necesidades o incluso sentarse en la zona bajo los pinos para jugar al ajedrez. Decenas de personas de todas las edades y razas se reunían allí diariamente para desafiarse unos a otros. Todos eran aficionados, pero a veces un profesional se sentaba allí de incógnito para medir sus fuerzas con aquellos amantes del ajedrez, algunos de los cuales eran realmente fabulosos.

Poco a poco iba llegando gente. Al principio nadie notó el extraño objeto dorado sobre una de las mesas, hasta que un hombre llevaba un tablero de ajedrez bajo el brazo, junto con una caja de piezas del juego se percató de su presencia.

— ¿Qué es eso? —preguntó cuando vio aquella cosa.

Se le unió más gente para curiosear.

— Parece una de esas viejas lámparas de aceite —dijo un abuelo encorvado que gastaba gafas de lupa.

— Como la lámpara del genio de los cuentos de hadas —agregó una chica llamada Cecilia que se pasaba la vida leyendo y jugando al ajedrez.

Lámpara de genio, qué chiste, pensaron los allí presentes, que eran cada vez más.

El hombre que la vio por primera vez se acercó a la lámpara y dijo:

— Si es una lámpara mágica, tengo todo el derecho a pedir tres deseos, porque he sido el primero en descubrirla.

La gente alrededor se rio. El hombre tomó la lámpara y la frotó con la manga de su camisa.

Nada.

No pasó nada. ¿Qué se esperaba? Mira que creer que se trataba de una lámpara mágica, en fin... qué ingenua es la gente a veces.

Pero no. Sí sucedió algo. Tardó unos segundos, porque parecía como si la lámpara tuviera que pensar en lo que estaba haciendo. Pero del interior no salió ningún genio, solo una cabeza con antenas y patas. Era el ciempiés, que por fin pudo ver la luz del día. Pero lo realmente sorprendente fue escuchar al insecto decir:

— Pide dos deseos.

El hombre, a pesar del susto inicial, aún logró replicar:

— Pero ¿no son tres?

— O dos, o ninguno —replicó el ciempiés con firmeza.

— Está bien, que sean dos. A ver —vaciló el hombre por un momento—, quiero que me crezca el pelo a lo grande y ser el mejor jugador de ajedrez, el campeón.

Resultó que el hombre que acababa de pedir los deseos era calvo, por lo que el primer deseo tenía mucho sentido.

O no.

Porque en realidad no es que su cabello hubiese empezado a crecer lentamente, como si al principio unos puntitos surgieran por sus poros, no, en realidad el cabello comenzó a crecer a una velocidad vertiginosa. Y no solo en la cabeza, sino también en el resto de su cuerpo, especialmente la barba.

Como su cuerpo estaba cubierto de vello y pelo, hasta convertirse en un auténtico monstruo, se echó a correr por entre las mesas donde ya había gente jugando al ajedrez y se metía en medio, para ganar todas las partidas. Y cuando no quedó nadie con quien jugar, se sentó en una mesa vacía para jugar contra sí mismo con su mano derecha.

¿Y con la izquierda? Con su mano izquierda encontró en el suelo una guadaña que algún jardinero había olvidado, y se dedicaba a cortarse el pelo de su cuerpo lo mejor que podía, de manera que iba quedando una alfombra de pelos a su alrededor. Pobre hombre.

Cecilia, testigo de aquel desastre, quiso saber cómo funcionaba la lámpara, pero no pidió ningún deseo (ni ella ni nadie, después de ver el resultado). ¿Cómo era posible que un ciempiés actuara como un genio y hablara?

Estimados lectores y lectoras, aquí hago un alto para explicaros que estamos ante un misterio que los personajes de nuestra historia ignoran. La lámpara —si es que lo es— tiene extraordinarias propiedades que le permiten hacer "hablar" a bichos como los ciempiés. El caso es que las patas del ciempiés habían activado muchos sensores de la lámpara para tocar múltiples puntos a la vez y gracias a eso se puso en movimiento, pero la lámpara necesitaba una criatura dentro que pudiera tocar muchos puntos de la pared al mismo tiempo.

Gracias por la atención. Sigamos con la narración.

Mientras la gente discutía sobre lo que acababa de ver, Cecilia tomó la lámpara y se alejó de esa parte del parque, tratando de no ser vista por nadie. Y lo consiguió, porque cuando el resto de la gente alrededor de la mesa de piedra quisieron darse cuenta, la chica se había ido con la lámpara entre las manos.

Estaba decidida a descubrir qué misterio escondía. No se creía del todo que fuera una lámpara maravillosa. ¿Y cómo había acabado allí, en el gran parque de su ciudad? ¿Cómo era posible? Sin que ella lo supiera, estaba cumpliendo una tarea. Iba caminando por todo el parque con la lámpara entre las manos. Mucha gente se la quedaba mirando, ya que no era frecuente ver a una chica con una enorme mochila a la espalda (nadie sabía lo que llevaba, pero era casi más grande que ella) y una vieja lámpara oriental, como la de las mil y una noches.

— ¿Puedo frotar la lámpara para que salga el genio? —le decía alguien de vez en cuando mientras caminaba, pero ella no hacía caso a las bromas, pero no se daba cuenta de que estaba recorriendo todo el parque, que realmente no iba por donde quería. Era cosa de la lámpara.

Pero, de repente, alguien que había estado siguiendo a la chica desde que se llevó la lámpara, se interpuso en su camino y le arrebató la lámpara sin que la chica se lo esperara.

El tipo frotó la superficie de la lámpara y dijo:

— ¡Quiero ser el más fuerte y el más grande del mundo!

El ciempiés asomó la cabeza y dijo:

— Hecho.

En ese momento, el tipo en cuestión se transformó en ballena y enseguida rodó hasta el lago del parque, pero aquel espacio era demasiado pequeño para un cetáceo, por lo que, cuando llegaron las autoridades, tuvieron que sacarlo de allí con enormes grúas y lo metieron en un acuario, para que la analizasen los expertos, porque era una ballena muy rara, pues hablaba, pero solo decía palabrotas.

Cecilia recuperó la lámpara, aunque no por mucho tiempo. Después de que la ballena rodase al lago del parque, del fondo salió una especie de alga. Quizá las olas de la caída del cetáceo la habían soltado. Las algas flotaban en el aire, incluso bajo la forma de un ser humano, pero sin piernas, con un apéndice hacia abajo que recordaba vagamente a los genios de los cuentos de hadas.

— ¿Eres el genio de esta lámpara? —preguntó la chica.

Pero el ser no hablaba, solo señalaba la lámpara, como si quisiera entrar en ella. La niña buscó en la superficie hasta que descubrió que había una abertura. Metió la punta de un lápiz y levantó la tapa. Tan pronto como la alzó, el ser hecho de algas se precipitó al interior.

Y al instante, el ciempiés salió escupido por la boca.

Qué panorama para el bicho, pero pronto se dio cuenta de que había ganado con el cambio de aires. No tenía depredadores naturales y había muchos grillos. Además, era mucho más grande que los ciempiés locales. Rápidamente corrió por la hierba para buscarse un buen refugio lejos de los humanos, que eran los animales más locos que uno se podía imaginar.

El alga, cuando estuvo dentro de la lámpara, habló desde adentro:

— Gracias, muchacha, por traerme mi nave.

¿Nave? De qué estaba hablando ese tipo... o lo que fuera.

— La perdí hace miles de años. Desde entonces la he estado buscando por todas partes. Pero hace cincuenta años, más o menos, me quedé atrapado en el fondo de ese lago y ya no pude salir. Menos mal que ese pez gordo cayó en el lago y me liberó... ¿Fue idea tuya?

Cecilia quería hablar, pero no podía articular una palabra.

— Como agradecimiento, pídeme tres deseos.

Finalmente Cecilia recuperó el habla.

— ¿Tres? ¿No eran dos? ¿Y no serán desastrosos, como los anteriores?

— No, hijita, son tres. Y saldrán bien, que no soy un aficionado como el ciempiés...

La chica pidió sus tres deseos, pero no diremos cuáles fueron, porque eso va en contra de su privacidad.

De la lámpara salió un enorme resplandor que se extendió varios metros a la redonda y luego desapareció, sin dejar rastro.

En este punto, ni siquiera el narrador sabe con certeza la verdad. De hecho, puede ser una lámpara mágica, activada accidentalmente por un ciempiés gracias a sus múltiples patas; puede ser una nave extraterrestre; puede ser que las lámparas mágicas sean realmente naves extraterrestres y los genios sean alienígenas. En todo caso, ¿tú qué piensas?

© Frantz Ferentz, 2022

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