domingo, 11 de septiembre de 2022

CUANDO UN TALLARÍN VENCIÓ A UN TORO

  

Desde el día en que llegó a la escuela, Dimitri fue objeto de todas las burlas del matón de la clase, Carolo, más conocido por todos como El Toro

Al Toro le encantaba acosar, casi parecía su profesión en la escuela. Ya había repetido tantos cursos que parecía que nunca terminaría sus estudios.

Y no hay acoso bien hecho que no empiece con un apodo bien puesto, así que a Dimitri lo apodaron El Tallarín, porque era muy delgado.

A Dimitri le importaba poco el apodo. Había escapado por poco de la guerra en su país con su familia e incluso al principio ni siquiera se daba cuenta del acoso, porque no entendía el idioma. Pero luego sí, después se dio cuenta de que aquel grandullón con cara de vaca loca se burlaba de él y que el resto de compañeros se reían de sus bromas.

Aunque no entendía las bromas que el Toro hacía sobre él, menos entendía las risas de sus compañeros. Lo que decía el abusador no debía tener mucha gracia, pero los demás se reían de todos modos.

Hasta aquel día. Era un momento especial, porque los estudiantes de aquella clase tenían que elegir quién los representaría en el concurso de habilidades de la escuela. 

El Toro, como siempre, quiso ser el representante de su clase. Para ello, intentaría levantar un banco de madera con tres compañeros encima. Tal demostración de fuerza bruta contó con todo el apoyo del profesor de gimnasia.

Así, Carolo lentamente comenzó a levantar el banco. Se puso todo rojo por el esfuerzo, pero pronto vio que la mayoría de los chicos de su clase se alejaban. ¿Cómo se atrevían a ignorarlo? ¿Cómo era posible?

El Toro dejó el banco en el suelo y se acercó a un círculo de chicos que estaban contemplando algo. Se abrió paso a empujones. En el centro del círculo estaba Dimitri. En sus manos tenía un cubo (era un cubo de Rubik, pero el Toro eso lo ignoraba).

Dimitri cogía el cubo e igualaba todas las caras en 10 segundos moviendo sus manos a una velocidad vertiginosa. Luego le daba el cubo a cualquiera de los compañeros para que lo deshicieran y él repetía la operación de recolocar todas las caras. La expresión de asombro de todos iba en aumento.

El Toro, al darse cuenta de que había perdido el interés de sus compañeros, gritó:

— ¿Qué diablos está pasando aquí?

— El nuevo —explicó alguien— que sabe armar el cubo de Rubik en diez segundos.

— Cualquiera hace eso —exclamó Carolo.

En ese momento, Dimitri le arrojó el cubo y le dijo:

Zroby ty tso sam.

— ¿Qué has dicho? ¿Me has insultado?

— Hazlo tú mismo —repitió Dimitri.

Carolo tomó el cubo en sus manos y comenzó a manipularlo, pero era inútil, cada vez lo complicaba más. Eso provocó la risa de los compañeros, que eran verdaderamente volátiles, cambiaban de bando como de camisa.

Después de cinco minutos, la furia se apoderó de él y lanzó el cubo lleno de ira a Dimitri, pero el chico lo evitó fácilmente con un ligero movimiento de cabeza, de modo que el cubo golpeó la cabeza del profesor de gimnasia, precisamente con un extremo. El profe se llevó la mano a la frente y notó sangre. Rápidamente gritó:

— Carolo, la cagaste...

El profesor no era muy fino con su lenguaje, como se puede ver.

Dimitri recogió el cubo del suelo y empezó a caminar hacia el aula, haciendo y deshaciendo las seis caras con toda facilidad, seguido por el resto de la clase, que lo miraba con la boca abierta, como los ratones detrás del flautista de Hamelín.

© Frantz Ferentz, 2022

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