jueves, 6 de octubre de 2022

EL GATO AZUL

Un buen día, por Barrio del Este, se empezó a ver un gato azul. Era algo muy extraño, porque los gatos pueden ser de muchos colores, principalmente blancos, negros, grises y atigrados, en cuyo caso pueden ser grises con vetas blancas o anaranjados con vetas blancas; hay hasta pintos, blancos con manchas negras (o tal vez negros con manchas blancas). 

De todos modos, aquel gato que empezó a verse por Barrio del Este era claramente azul, azul brillante, para ser más precisos. 

Como ese era un barrio muy tranquilo, donde no pasaba casi nada, donde todos se conocían, aunque solo fuera de vista, era muy extraño que de repente apareciera un animal así, un gato azul. 

Si hubiera sido un gato ordinario, probablemente nadie lo habría notado, pero ese gato era azul. ¿Dónde salían los gatos azules? 

Para los vecinos, la cuestión del gato azul se convirtió en el tema principal de sus conversaciones. Lanzaron muchas hipótesis, algunos sostenían que quizá se trataba de un gato extraterrestre. Había quien creía que era un gato que pasaba por la peluquería y, por tanto, seguía las modas, pero en realidad solo había una peluquería en ese barrio donde apenas alisaban, lavaban y cortaban el pelo, en realidad, con no muy buenos resultados. 

Sin embargo, además de las hipótesis sobre la naturaleza del gato, la gente empezó a hablar de quién era su dueño. Así que, hablando entre ellos, pronto se enteraron de que, en efecto, había llegado un nuevo vecino al barrio. Se trataba de una mujer que vivía sola en una casa individual, rodeada de un jardín, en la calle del Fresno. 

Algunos vecinos observaron que el gato entraba y salía de la casita en cuestión, razón de más para especular que aquel era el hogar del gato y, por tanto, necesariamente tenía que pertenecer a la mujer que allí vivía. 

Hay que entender que, como el barrio era tan, tan tranquilo, cualquier recién llegado, cualquier novedad, llamaría la atención de sus habitantes. 

Hay que confesar que estaban muy molestos, la pobre gente, por lo que el hallazgo de un gato azul que rondaba por el barrio y que pertenecía a un recién llegado se convirtió en el tema de conversación de sus habitantes. 

Y así, se formó una comisión ciudadana encargada de la investigación. Todos querían saber por qué el gato era azul y quién era su dueño. Lo cierto es que muchos de ellos tenían miedo del gato azul. 

No es que el animal fuera peligroso o amenazara a alguien, pero un gato azul es una cosa rara y lo raro a menudo da miedo. El comité de vecinos estaba integrado por su líder, Juan Carapán, y otros dos vecinos que tuvieron el coraje de acompañarlo: Serafín Martín y Toño Retoño. Si el Barrio del Este llegara a convertirse en ciudad, seguramente los tres serían las máximas autoridades, con Juan Carapán como alcalde. 

Entonces la comisión organizó una serie de vigilancias. Los vecinos, por turnos, se ocuparon de la vigilancia de la casa del recién llegado en la calle del Fresno. 

Durante una semana, sin descanso, los vecinos espiaron al nuevo vecino. Siempre desde fuera, claro, porque era imposible ver lo que pasaba dentro de la casa. De hecho, todas las ventanas estaban cubiertas con cortinas que impedían ver lo que sucedía en el interior. 

Los vecinos instalaron cuatro puntos de observación. Uno frente a la puerta principal y el resto en las calles laterales, en la calle de los Claveles y la calle de los Muñecos Tristes. El cuarto punto estaba en la casa que estaba al fondo de la casa vigilada desde una ventana estratégicamente ubicada, desde la cual espiaban los propios vecinos. 

A la gente le resultó divertido espiar. Como nunca pasaba nada en aquel vecindario, el hecho de que tuvieran algo diferente que hacer fue realmente útil. 

Los vecinos involucrados en la actividad se lo tomaron muy, pero que muy en serio. Y hasta escribieron informes de lo que veían, que fue muy poco, porque, como dije, las cortinas de la casa no permitían ver nada desde afuera.Las únicas manifestaciones extrañas fueron destellos que salían desde el interior. 

No ocurrían en momentos específicos, sino al azar, al improviso. Al final de la primera semana, todos los espías entregaron sus informes a la junta de vecinos. 

Juan Carapán comenzó a leer lo que allí se decía. Allí los reportajes eran un verdadero caos, cada uno decía una bobada diferente. Algunas de las hipótesis que allí se recogieron decían: 

  1. El edificio estaba ocupado por una fabricante ilegal de armas micronucleares a pequeña escala, que probaba en casa. El gato era su vehículo para transportar las microbombas al exterior. Se suponía que el color azul pasaría desapercibido para los radares. 

  1. La residente de la casa vigilada era un extraterrestre infiltrado. No se sabía si sus intenciones eran pacíficas o, por el contrario, estaba reuniendo información para permitir una invasión de nuestro planeta. El gato sería un robot que usaría para recopilar información y espiar. 

  2. Era una loca que no salía a la calle y le gustaba hacer explotar productos que tenía en casa. En ese informe no se lanzaba ninguna hipótesis sobre la naturaleza del gato,

Todas las hipótesis tenían cierta lógica, pero la comisión no pudo decidir cuál era la más plausible. Era evidente que la mera observación de aquella vecina no bastaba para descubrir el misterio del gato azul del que, sin duda, era la dueña. 

Sin embargo, sucedió algo que aceleró la toma de decisiones. Fue algo inesperado, que uno de los vecinos notó en una noche de luna llena: el gato dejó de ser azul y se volvió verde. ¿Un gato verde? ¿Como así? ¿Dónde se había visto un gato verde? 

Si un gato azul ya era una cosa rara, mucho más lo era un gato verde. 

Las sospechas de que el gato era un extraterrestre ganaron fuerza, quizás por el estereotipo de que los extraterrestres son verdes, al igual que sus gatos. 

Allí Juan Carapán impuso su autoridad en Barrio del Este —que esperaban que en el futuro fuera una ciudad independiente, como ya he dicho— y habló a sus vecinos en asamblea secreta. 

Hay que decir que la asamblea fue secreta porque la celebraron en su garaje con la puerta cerrada, pero todas las voces se escuchaban desde fuera; sin embargo, para ellos era muy conmovedor pensar que estaban haciendo algo de incógnito en ese barrio donde nunca pasaba nada, pero que algún día se convertiría en ciudad. De hecho, todos los vecinos estaban amontonados como una lata de sardinas: era hora de ir a hablar con el extraño vecino. 

Los vecinos elogiaron el valor de Juan Carapán. 

Era una pena que Barrio del Este no fuera un municipio, pensaban todos, porque ese hombre ciertamente merecía ser alcalde, o incluso gobernador, o incluso presidente del gobierno. 

Qué coraje, qué capacidad de liderazgo tenía. No era de extrañar que fuera admirado por todos en el barrio. Sin embargo, justo antes de que la comisión fuera a visitar al vecino dueño del gato azul, bueno ahora verde, sucedió algo más, algo realmente sorprendente. 

Uno de los vecinos que estaba espiando dijo que había visto una escoba salir volando por una de las ventanas de la casa. 

— ¿Una escoba voladora? —preguntaron los vecinos que escucharon la declaración. 

— Era una escoba voladora —confirmó el vecino. 

— ¿Y lograste tomarle una foto?

— Bueno, con el celular —dijo el vecino. 

— A ver. 

Y mostró la foto que había tomado con su celular, pero no se veía mucho, porque era de noche y solo se veía una mancha oscura, que podía ser desde un pequeño elefante flotando hasta un trozo extra grande de tostadas que salieron disparadas por la ventana. 

— No hay duda de que esta mujer es una bruja —concluyó Juan Carapán, destacando su autoridad en el barrio—. Es hora de ir a hacerle una visita a esta mujer. Quizás sea una amenaza para los vecinos de Barrio del Este. 

Todos apoyaron aquellas palabras que consideraron sabias, pero nadie conocía las intenciones de Juan Carapán. Sin embargo, ya había tomado la decisión de ir a la casa de la supuesta bruja para averiguar qué había allí. Sus dos inseparables compañeros, Serafín Martín y Toño Retoño, se aferraron a él como si fueran su sombra y se dirigieron a aquella casa de la calle del Fresno. 

Juan Carapán iba a llamar a la puerta, pero no hizo falta, porque la puerta se abrió sola y hasta crujió. Los tres tenían miedo, pero nadie decía nada, no reconocerían sus miedos. Entraron. El interior estaba a oscuras. Llegaron a un salón donde solo se podían ver siluetas, pues las formas eran irreconocibles. 

De repente, una voz de no sabía dónde los saludó: 

— ¡Buenos días, señores! Gracias por su visita. 

Miraron por todas partes, pero no pudieron ver de dónde venía la voz de esa mujer. Poco a poco, los ojos de los hombres se acostumbraron a la oscuridad. Por lo tanto, pudieron ver que la habitación en la que se encontraban estaba rodeada de lienzos. 

Todos los lienzos estaban llenos de manchas. En el centro estaba hirviendo un caldero en una estufa eléctrica. Y, al lado del caldero, una mujer con todo el cabello revuelto los miraba con una gran sonrisa. 

— ¿Has venido a comprar alguno de mis cuadros? —preguntó la mujer.

Los tres hombres permanecieron inmóviles en el umbral, contemplando el impresionante panorama que se abría ante ellos. Tampoco fueron capaces de pronunciar una palabra. 

— Perdón por mis malos modales. Me llamo Juana y soy pintora 

— ¿Pintora? —Juan Carapán alcanzó a pronunciar una sola palabra. 

— Sí, soy pintora de arte abstracto. Por eso mis cuadros no tienen ninguna forma. Se ven imágenes variadas, con colores mezclados. Fabrico los colores aquí en mi caldero, porque quiero hacer yo todo el proceso. 

— ¿Y por casualidad no tendrá un gato azul... o uno verde?

Ahí Juana se rió, se echó a reír. 

— Sí. ¿Por qué lo pregunta? 

— Porque se lo ha visto por el barrio y los vecinos se preguntaban cómo es que había un gato azul... o verde por ahí suelto. 

— Hay una explicación muy simple. A mi gato le gusta jugar y a veces se cae en uno de mis calderos. Entonces se le tiñe la piel. Ayer se cayó en el caldero de pintura verde que estaba preparando y por eso se quedó de ese color. 

Esa explicación tenía mucha lógica. Juan Carapán no quiso investigar más, porque, dicho sea de paso, no le gustaba la casa. Sería pintora, sí, pero aquella mujer daba miedo. 

Estaba a punto de hacer un gesto a sus compañeros del comité para que se fueran, cuando Serafín Martín preguntó: 

— ¿No salió usted volando anoche en una escoba? 

Durante unos segundos hubo un silencio que les permitió escuchar claramente el “blub-blub” de las burbujas en el líquido hirviendo en el caldero, pero enseguida Juana dijo: 

—¿Una escoba? Pero, ¿cómo iba a salir volando una escoba de esta casa? Lo que probablemente alguien vio fue un lienzo que tiré al aire porque no me gustaba y la silueta quizás parecía una escoba voladora. ¿Significa eso que los vecinos de este barrio me espían? 

— No, no, no —mintieron al alimón los tres miembros del comité—. Bueno, y ya que están aquí, me imagino que no se irán sin comprarme algunos de mis cuadros. 

Los tres hombres se metieron las manos en los bolsillos y buscaron todo el dinero que llevaban encima. 

Afortunadamente pudieron comprar dos cuadros pequeños, que se llevaron consigo, ya que se despidieron rápidamente desde la puerta, deseándole a la pintora muchos éxitos en su trabajo. 

Apenas se cerró la puerta de la casa, el gato, nuevamente azul, saltó al regazo de Juana, quien para entonces ya se había sentado en un sofá de cuero negro. 

— Estos mortales son cada vez más difíciles de engañar, Milo —dijo mientras le acariciaba el cuello—. Deberíamos tener más cuidado con lo que hacemos, porque nos espían. Esta vez logré encontrar una explicación de por qué creyeron ver volar una escoba de noche y por qué tu piel cambia de color. Así que tú también, amigo mío, debes tener más cuidado.

— Miau — dijo el gato con los ojos cerrados, mientras ronroneaba feliz en el regazo de su enfermera, ajeno a la importancia del color de su piel, muy atento a esas caricias que tanto le gustaba. 


© Frantz Ferentz, 2010

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