domingo, 15 de enero de 2023

LA MARQUESA FANTASMA


Probablemente muchas veces hayan escuchado ese dicho que dice “nada es lo que parece”. En este caso efectivamente es así. Aquello no era lo que parecía. Al principio, había un fantasma. Eso si era cierto. Pero decían que ella solo vivía en esa mansión para asustar a la gente, que tenía muy mal carácter. Eso ya no era cierto. Se trataba de otra cosa, algo que afectaba al propio fantasma, pero para llegar a eso, primero tenemos que entender muchas otras cosas.

Empecemos por el principio.


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La mansión de Ovoz estaba bien a las afueras del pueblo de Villarroz. Se veía desde el pueblo, pero la gente no solía pasar por allí. Todos sabían que era una mansión encantada. Contaba la leyenda que doña Gema d'Ovoz había muerto en extrañas circunstancias en aquella mansión, siendo aún una mujer joven, a manos de su progenitor, el marqués don Clarindo d'Ovoz.

Parece ser que se negó a casarse con el hombre propuesto por su padre, no lo amaba y nunca lo amaría. El padre castigó a la hija, pero se le fue la mano y la mató arrojándola desde la torre principal al patio de la casa. Una tragedia

El padre, consciente de lo que había hecho, enloqueció y se tiró del puente al río. Su cuerpo fue arrastrado por la corriente, muy, muy lejos, tanto que ni siquiera se recuperó. Fue comida para peces. Pero como era un espíritu maldito, su carne también fue maldita, de ahí surgió una nueva especie de pez, que recibió el nombre de marquesito. Nadie se come su carne. La consideran tóxica.

Desde entonces, la mansión permaneció trancada y nadie se acercó por allí, pues aseguraban que se podía escuchar al espíritu de la marquesa Gema d'Ovoz gritando, llorando y hasta maldiciendo.


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Tuvieron que pasar muchos años, incluso siglos, hasta que la mansión, que de milagro no se había derrumbado, fue adquirida por una excéntrica millonaria llamada Lulú Dolarina.

Sucedió que pasó por Villarroz (su coche tenía una rueda pinchada) y ya que estaba allí se fijó en la casa en lo alto del pueblo. Apenas se apeó, supo de la leyenda de la joven marquesa Gema d'Ovoz. Como era una mujer emprendedora, subió a la mansión. E incluso se quedó una noche en ella, a dormir.

Nadie en el pueblo le había mentido, porque después de la medianoche, comenzó a escuchar ruidos y poco a poco una presencia fantasmal recorría la mansión haciendo también ruidos fantasmales. El fantasma parecía inofensivo, pero en la cabeza de Lulú se formó un gran plan. Convertiría la mansión en un hotel rural. Pero no sería un hotel rural cualquiera. Sería un hotel rural con fantasma.

Así, compró el hotel por cuatro pesos a la alcaldía, con la promesa de atraer turistas allí. La idea le encantó al alcalde, como no podía ser de otra manera, sobre todo porque recibió una suculenta comisión de Lulú.


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Lulú era una magnífica empresaria y tenía contactos hasta en el infierno. Por tanto, enseguida hubo una lista completa de personas de la ciudad que querían hospedarse en el hotel encantado. Y es que los urbanitas siempre buscaban nuevas experiencias, que los alejaran de su rutina sobre el asfalto, de tal forma que pasar la noche en una mansión encantada, con fantasma incluido, era una novedad por la que estaban dispuestos a pagar una fortuna.

Así las cosas, las pernoctaciones fueron todo un éxito. Los huéspedes se iban muy satisfechos después de pasar una o dos noches en la mansión Ovoz, luego rebautizada como hotel rural Ovoz (era importante mantener el nombre original para dar una imagen tradicional del negocio). E incluso retrataron al fantasma de Gema d'Ovoz, que rondaba la casa por la noche intentando asustar a los invitados. En las fotos, su espectro flotaba en el aire.

Gema probó nuevos sonidos para asustar, e incluso logró arrastrar cadenas para hacer que el sonido fuera aún más aterrador, pero todo fue en vano. Todo lo que hacía parecía complacer cada vez más a los clientes del hotel. Tanto fue así, que la pobre Gema se rindió.

Se limitó a rondar por la casa llorando, pero su llanto no sonaba a llanto, sonaba a… no se sabía a qué, pero sin duda era aterrador. Y cantaba.

Cantaba canciones muy tristes, de dar pena, pero que también daban miedo. Pero eso era lo que tanto atraía a los huéspedes del hotel: el miedo. Y podría haber sido así durante muchos siglos.

Hasta que, por fin, llegué yo.


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¿Que quién soy? Me presento, mi nombre es Orso Botello.

Cuando ocurrieron los hechos que aquí voy a narrar, yo era un importador-exportador de perros cerberos, esos de tres cabezas que se usan para cuidar las propiedades, también conocidos como cancerberos. Todos son descendientes del famoso perro que custodiaba las puertas del Hades y que fue derrotado por Hércules. Son muy raros, por lo que la gente paga cantidades astronómicas por ellos, porque también son ideales para proteger las viviendas. Como decía, andaba dando vueltas por esa comarca en busca de una camada de cancerberos que había nacido no hacía mucho para comprarla. Así fue como supe de la existencia del hotel.

De todos modos, tenía que quedarme en algún lugar, así que pregunté en la mansión Ovoz si tenían una habitación libre. Normalmente me habrían dicho que tenían reservas hasta con cinco años de antelación, pero tuve mucha suerte que una pareja que iba a pasar dos noches atropelló a una familia de hombres lobo en la carretera y estaban teniendo problemas con la policía, porque son una especie protegida en esa zona

Gracias a eso, conseguí una habitación. Y así conocí a Gema d'Ovoz.

La marquesa fantasma.


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La primera noche que la escuché, me di cuenta de que aquel extraño sonido que oía era un llanto. Salí al pasillo. Los demás invitados ya estaban allí ansiosos por hacerle fotos. Creo que incluso logré ver una lágrima en su mejilla. Era tan triste.

Quizás fue gracias a mi trabajo que me hace tratar con extrañas criaturas que soy capaz de ver cosas extraordinarias que el resto de la gente no ve. 

Así pues, aprecié perfectamente el rostro de Gema d'Ovoz. Era triste, inmensamente triste, pero era una mujer hermosa, aunque no tuviera piel como tal, pero el espectro mostraba su rostro original.

Entonces, me enamoré de ella. Sí, mi corazón latía como un tambor. Nunca en mi vida había conocido a una mujer así entre los vivos. Por eso, decidí quedarme mucho más tiempo en el hotel, para estar a su lado, para ganarme su confianza. Pero para eso, tenía que conseguir habitaciones libres en el hotel.


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No me resultó demasiado difícil. Solo tenía que pagar a las familias de hombres lobo de la zona para fingir accidentes con los coches de los turistas que llegaban a la mansión Ovoz. Pero eso solo funcionaba para las noches de luna llena.

Durante el resto de las noches usé hombres-osos, hombres-gansos y hombres-golosina para que saltasen encima de los autos de los invitados y fingir así accidentes. Gracias a esos trucos, gané un mes entero de noches en la mansión Ovoz.

De esta forma, tuve tiempo de sobra para conocer las costumbres de la marquesa fantasma. Y finalmente se fijó en mí, porque me veía todas las noches y terminó recordando mi cara. Así, una noche me paré en medio del pasillo por el que ella solía flotar y le dije con mi mejor voz:

"Hola, soy Orso Botello, importador y exportador de cancerberos. A vuestros pies, marquesa de Ovoz.

Ella no se esperaba eso. Se quedó boquiabierta. Dejó de llorar. Y, por un momento, incluso vi un ligero brillo en sus ojos.


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No quiero aburrirlos con mi historia con Gema d'Ovoz. Además, es parte de nuestra intimidad. Pero diré que durante ese mes nos enamoramos. Bueno, yo ya lo estaba, pero ella también se enamoró de mí, aunque estaba muerta.

Según me explicó, esa casa era su maldición. Estaría atrapada en este plano mientras existiera la casa, porque no podría pasar al otro plano, donde están los muertos. La mansión cumplía para ella el papel de prisión, pues tampoco podía salir de entre aquellas paredes, pues una fuerza imposible se lo impedía. Pero ahora ella era feliz. Por fin sus días grises parecían cambiar.

“Si destruyes la mansión”, me dijo un día poco antes del fin de aquel mes, “puedo ser libre”.

Pero ella vio la tristeza en mis ojos. Entendió que yo estaría solo para siempre. Sabía que nunca encontraría una mujer como ella. Nunca. Pero estaba dispuesto a hacer ese sacrificio.

"El problema es que para demoler esta mansión, primero tendría que comprarla", le dije. "Y no tengo tanto dinero".

Pero mi amada tenía un plan.


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Lo primero que hizo fue dejar de ser vista por la casa. El comentario que se extendió entre los huéspedes fue que el fantasma se había ido. Nadie sabía dónde, pero estaba claro que no había más encantamiento en la mansión. Eso hizo caer el negocio en picado. Al cabo de una semana, nadie se alojaba en el hotel rural.

Lo segundo fue que Gema me confesó algo:

"Mi padre enterró un cofre con monedas de oro debajo de un pino no lejos de la mansión".

Fui a buscar el cofre. Allí estaba.


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Compré el hotel por poco dinero. Lulú entendió rápidamente que no iba a sacarle más beneficio y, antes de dejarlo acabar en ruinas, vio que nadie le iba a hacer una oferta como la mía. Gema y yo fuimos felices, pero al mismo tiempo nuestros corazones lloraban. Iba a perder a la única mujer de la que había estado enamorado. Y ella iba a perder al único hombre al que había amado de verdad y del que también se había enamorado.

"Nos volveremos a encontrar cuando muera", le dije con las grúas en la puerta listas para derribar la mansión.

No sé cómo fue posible en un fantasma, pero las lágrimas brotaron de los ojos de Gema. Lloró, sí, tal vez aprovechando el rocío de la mañana para condensarlo y luego dejarlo salir. Ni siquiera tenía el consuelo de abrazarla, porque ella no tenía cuerpo. De repente ella dijo:

"¿Sabes? Si me quedo aquí cincuenta o sesenta años más, no me importa. Estaría contigo, estaríamos juntos".

No podía creer lo que escuchaba.

"Solo deja escrito en tu testamento que, si mueres, esta mansión sea demolida. De esa manera, partiremos juntos para el otro lado…”


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Acabo de ordenar que se derribe la mansión Ovoz.

Y no, no me estoy muriendo. Es solo que no puedo divorciarme de un fantasma. No la soporto más, es el ser más caprichoso y tiránico que he conocido. Ella siempre tiene que tener razón, nunca se equivoca. Que su padre la aguante en el más allá. Yo, de momento, recojo a mis cancerberos y me voy de Villarroz para siempre. 

¿En qué momento me enamoré de una fantasma?

¿En qué momento...?

© Frantz Ferentz, 2023


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