jueves, 30 de noviembre de 2023

PARANÁ: EL CAVERNÍCOLA

 

Nicomedes López caminaba por la montaña un sábado por la mañana, como tanto le gustaba. Pero en ese momento tomó un camino desconocido. De hecho, la niebla hizo que se perdiera.

Caminó y caminó durante horas, sin saber muy bien a dónde iba, solo notaba que iba subiendo y subiendo, tanto que incluso pisaba nieve.

Buscó refugio, porque la noche estaba al caer. Afortunadamente encontró una cueva, aunque estaba algo escondida entre los arbustos.

Como buen montañero, iba bien provisto. Sacó la linterna de la mochila. Estaba bien resguardado por dentro. Recogió leña y encendió un fuego. Tendría que esperar hasta el amanecer para regresar a casa.

Con el fuego ya encendido,sacó pan y fiambre para la cena. Y entonces una voz muy suave detrás de él, casi un susurro, le dijo:

— Lo siento, su merced, ¿no tendrá por ahí un trozo de pan que le sobre?

Nicomedes dio un salto por el susto. Lo último que se esperaba era que alguien se escondiera en la cueva. Sin embargo, cuando se recuperó del susto, dirigió la luz de la linterna hacia el dueño de la voz.

Era un hombre pequeño, con barba y cabello muy largos, aparentemente vestido con harapos, y muy delgado, tristemente delgado.

Parecía inofensivo. Entonces Nicomedes compartió lau cena con él. El hombre comió como si no hubiera comido en meses. Luego llegó el momento de las presentaciones.

— Me llamo Castor, Su Excelencia, y soy un sirviente del noble Duque de Lejanía, que es buen y fiel vasallo de Nuestro Señor Ludovico XI y medio. Sucedió que mi amo y yo nos perdimos en aquestas montañas y se fue a cazar unos conejos. Me pidió que me quedase aquí y guardase los tesoros de mi amo.

Nicomedio iba a decir que sonaba a broma, pero algo dentro de él le dijo que no lo era.

— Tengo muy malas noticias — dijo Nicomedes.

— No me asuste, Excelencia.

— El Rey Ludovico XI...

— Y medio — corrigió Castor.

— Y medio, eso es, lleva muerto unos cuatrocientos años.

Castor se quedó inmóvil unos instantes y luego susurró:

— Entonces, mi señor el Duque...

— Él también.

Hubo más momentos de silencio, hasta que Castor dijo:

— Entonces, mi tiempo aquí ha terminado. Iré en pos de mi señor. Espero que me perdone.

—¿No le he dicho que está muerto?

Pero Nicomedes ya no recibió respuesta. El fiel servidor se dejó caer al suelo, como en un dulce sueño, y soltó suavemente su último aliento.

Nicomedio recogió el campamento y se fue, no sin antes cubrir el cuerpo de Castor con una vieja manta hecha de harapos. Nadie creería una historia tan extraña. Mejor no contarla. De todos modos, afuera ya brillana el sol y la niebla ya se había disipado.


© Frantz Ferentz, 2023

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