— Y gracias a mí, nunca se verán por aquí coprovoros.
Benito Bonito siempre repetía la misma historia por todo el pueblo, pero nadie sabía de qué se trataba.
— No he visto coprovoros por aquí en mi vida —le dijo alguien.
— Eso es gracias a mí —respondió Benito—que los cazo a todos.
Pero en el pueblo nadie se lo creía. Por eso, un día decidieron demostrar que Benito se estaba inventando, por no decir que mentía, así que lo subieron a un tren mientras dormía y lo enviaron muy, muy lejos.
En los días siguientes no pasó nada. Todos pensaban que Benito, en realidad, se había inventado la historia de coprovoros.
Sin embargo, era imposible saber cómo eran los coprovoros, pero desde Benito había dejado de cazarlos, nadie se había dado cuenta de que cada habitante del pueblo estaba envuelto en una burbuja transparente, que en realidad era un estómago de coproboro, pero para cuando se dieran cuenta, sería demasiado tarde y los coproboros ya habrían digerido a aquellos aldeanos incrédulos antes de que Benito pudiera haberlos ayudado.
© Frantz Ferentz, 2023
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