jueves, 30 de noviembre de 2023

PARANÁ: ¿QUIÉN TEME AL GUARDIA FEROZ?

 

El centro comercial El paraíso la gente no hacía más que comprar y comprar. Tenían los mejores precios de la ciudad y vendían de todo, desde chicles con sabor a fabada hasta autos que sabían volver solos a casa.

Todo era aparentemente perfecto, todo, sí, menos los guardias de seguridad. Eran feroces, tanto que incluso había quien decía que eran hombres lobo y que se los veía persiguiendo ladrones a cuatro patas.

Por eso, la gente intentaba pasar desapercibida, para no llamar la atención de los guardias.

Un día apareció por allí Antonello Sospirini. Entró al supermercado con un estuche que contenía su ukelele. Tan pronto como un guardia lo vio, corrió hacia él y gruñó en español:

— Está prohibido introducir mochilas. Depositarlo en casillero.

Pero Antonello no entendió.

— Non capisco. Cosa vuole che io faccia? (≈No entiendo. ¿Qué quiere que haga?)

Más guardias se unieron a la discusión. Algunos incluso aullaron. No hablaban ningún idioma; español, tal vez tampoco. Eran muy escandalosos.

— Mochila con pan...

— Váter bailando...

— Camarón en la cabeza...

— ¡Aúúúúúúh!

Uno de los guardias hizo un gesto con las manos como si estuviera tocando el violín, pero en realidad se estaba rascando el brazo. Sin embargo, Antonello entendió algo muy diferente.

— Adesso so che cosa volete (≈ Ahora sé lo que quieren)

Abrió el estuche y comenzó a cantar. Tenía una voz muy bonita y tocaba deliciosamente el ukelele.

Tan pronto como empezó, los guardias se detuvieron, se sentaron en el suelo y siguieron las canciones con palmas. Luego del concierto improvisado, fueron ellos quienes más aplaudieron.

Desde ese día, nadie teme a los guardias del centro comercial, porque si uno se pone feroz, basta con ponerle buena música, pero, cuidado, porque el reguetón tiene el efecto contrario.

© Frantz Ferentz, 2023

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