jueves, 30 de noviembre de 2023

PARANÁ: RECÍCLEME

 

Cautelino Topaz notó que la botella de refresco que estaba bebiendo tenía escrito en la etiqueta: «Recícleme».

Cautelino odiaba dos cosas en la vida: recibir órdenes y reciclar.

Y ese domingo, durante el almuerzo en un restaurante, ambas cosas estaban pasando al mismo tiempo.

Cautelino se llevó la botella porque no se había terminado el refresco. Y diez minutos después pasó junto a un descampado. Ese era el lugar perfecto. Arrojó la botella muy lejos, mientras decía:

— Reciclate tú si quieres.

Y se alejó riendo. Pero apenas había caminado doscientos metros cuando lo alcanzó un perro callejero. Ladró y dejó la botella de plástico de refresco a los pies de Cautelino.

La boca del hombre se abrió. Era realmentea su botella. Y en ese momento, incluso escuchó una voz que decía: “Recícleme”.

Pero no, ese suceso no iba a impedirle hacer lo que quisiera. Entonces, un poco más lejos, cerca de su casa, arrojó la botella a un bidón lleno de basura en la acera.

Cautelino hubiera jurado que incluso escuchó una voz salir de dentro gritando: “Recícleme”, pero nuevamente pensó que era su imaginación.

Sin embargo, cada cinco pasos giraba la cabeza hacia atrás por si el perro aparecía con la botella entre los dientes.

Pero no. Finalmente llegó a su portal. En ese momento, su vecina, la venerable anciana doña Clotildita, abría la puerta con la llave, pero pesaba demasiado para ella.

— Déjeme, doña Clotildita — dijo Cautelino y abrió la puerta.

— Muchas gracias, es muy amable.

— Para eso estamos los vecinos.

— Ay, mire, creo que se le ha caído eso — y señaló al suelo.

Cuando Cautelino miró al suelo tuvo que morderse la lengua para no gritar. Era la maldita botella. ¿Como era posible?

Cuando subió a su casa metió la botella en una, dos, tres, hasta cuatro bolsas de basura de plástico, una dentro de la otra y luego las metió todas en el contenedor, pero no en el de plástico, porque eso sería reciclar. Y se fue a dormir.

Por la mañana fue a abrir el buzón mientras se dirigía a la oficina. Se quedó congelado. Dentro estaba la botella con una nota adhesiva: «Recíclela, no sea cochino. Suyo, el basurero».

En ese momento ya no estaba sorprendido, simplemente estaba enojadísimo. Lanzó la botella al mar, que es donde acaba la mayor parte del plástico.

Pasó un día y hasta dos. Finalmente Cautelino se había deshecho de la botella. Pero al tercer día fue a comer pescado al restaurante. Por un momento se le ocurrió que la botella estaría en el vientre del pez. Pero no, todo estuvo bien. Qué alivio.

Bueno, por fin la botella ya era historia. Pero de repente alguien le tocó la espalda. Cautelino se dio vuelta. Era un pescador con expresión de enfado, quien, sin decir una sola palabra, puso la botella en la mano de Cautelino. Estaba llena de algas. Luego el pescador se dio la vuelta camino del puerto.

— Ya no puedo más — se rindió el hombre.

— Recicleme — dijo la botella.

— ¡Eso nunca!

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Una semana después, la madre de Cautelino fue a visitar a su hijo.

—Tienes todo tan hermoso, hijito —dijo al notar las nuevas decoraciones—. Me gusta mucho esa botellita que has reciclado en un jarrón, con esas flores hechas de tapones...

— No digas tonterías, mamá. ¡Yo nunca reciclo, reutilizo!

© Frantz Ferentz, 2023

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