1. EL POLLITO... ¿FEO?
En la carretera entre Foz y Cascavel, en Paraná, el conductor vio que había un pollito en un lateral de la carretera, que caminaba con su familia. Todo habría sido normal si se tratase de una familia de gallinas “normales”, pero no, eran gallinas de Angola.
Podría tratarse de una historia parecida a la que escribió Hans Christian Andersen, el patito feo, la que se encontró al conductor. Como todos saben, el patito resultó ser un cisne que había dado con sus huesos entre los patos y mientras estaba con ellos era infeliz.
El conductor detuvo el coche en el arcén para contemplar la escena. Incluso colocó el triángulo de avería para observar y rezó para que la policía no viniera, pero su curiosidad pudo más que su miedo a una multa.
Sin embargo, quería saber si se trataba de otra versión del patito feo, pero con el pollito feo, donde aún no había descubierto que era de una raza de pollo con plumas brillantes y una cresta muy roja.
Observó cómo interactuaba con las gallinas angoleñas, picoteando el suelo en busca de gusanos. Hubiera deseado saber hablar el idioma de aquellas aves para poder preguntarles directamente.
Estaba tan concentrado en sus observaciones que no notó que alguien se le acercaba y se paraba detrás de él hasta que le habló. Era el dueño de las gallinas.
— ¿Le gustan las gallinas?
Se giró sorprendido.
— Bueno, sí, depende — realmente no sabía qué decir.
— Si quiere, le vendo algunas, son mías.
Entonces quiso preguntarle sobre pollito feo.
— ¿Y el pollito...?
No lo dejó terminar.
— No, de ese olvídese. Él es el líder del gallinero. Sin él, todo sería un caos. Le venderé cualquier pollo de Angola, pero ese pollo, no...
El conductor todavía lo estaba mirando. Parecía ser un miembro más del gallinero, solo entre pollos de otra especie, pero realmente sí era el rey. Se disculpó mentalmente con Hans Christian Andersen, se despidió del hombre y siguió su camino, no sin antes comprarle una docena de huevos para no quedar como un idiota.
2. LA HUIDA
En la misma carretera entre Foz de Iguazú y Cascabel hay un edificio inmenso que es un mundo en sí mismo. Cuando digo que es un mundo, realmente es un mundo para los miles de pollos que allí nacen, crecen y mueren. Por regla general, las gallinas que salen de ese edificio salen durante la noche en cajas transportadas por un camión, para ser llevadas a un matadero, donde... bueno, ya saben lo que pasa, resulta que soy demasiado sensible para hablar de eso... de estas cosas. Por tanto, ese edificio es una especie de planeta donde se desarrolla la vida de esos animales emplumados.
Esta es la historia de tres jóvenes gallos... o polluelos mejor dicho. Nacieron de un huevo, como todas las aves de su especie, pasaron por las manos de un experto que determinó que eran machos y fueron declarados aptos para ser carne. Bueno, carne sí eran, pero específicamente carne para ser consumida por humanos. No me gusta hablar mucho de esto, lo siento.
Los tres polluelos no tenían nombre ni lo tendrían nunca, porque no acabaron en ninguna granja, como se pueden imaginar. Por eso, para conocer su historia, me tomé la libertad de nombrarlos Polluelo Uno, Polluelo Dos y Polluelo Tres, nada original, como ven, que aún se puede reducir a Uno, Dos y Tres.
Tratar de describirlos es inútil, porque los tres eran físicamente iguales. Con solo dos meses de edad, las plumas todavía estaban parcialmente amarillas y les aparecían otras oscuras por debajo. Y no hay nada más que decir sobre el aspecto de los tres polluelos, que ya eran adolescentes.
Fue así que Uno, Dos y Tres fueron cargados en cajas de plástico que servían como jaulas, colocados en un camión donde había alrededor de quinientas cajas y en cada caja alrededor de quince polluelos, los cuales no tenían ni espacio para moverse (¿hacen el cálculo de cuántos polluelos viajaban en el camión camino al matadero?).
Los pobres descubrieron entonces que el mundo era más que esa enorme nave en la que pasaban los días comiendo cereales y engordando, con las luces encendidas todo el día, sin imaginar ni remotamente cuál era su futuro.
El camión salió del planeta pollo para cruzar parte de la galaxia por una carretera. Aún no amanecía cuando el conductor se dirigió hacia Foz de Iguazú para repetir una ruta que se sabía de memoria y había hecho miles de veces. Pero el camionero no contaba con aquel percance que ocurrió precisamente en el trayecto de Uno, Dos y Tres, quienes, todo hay que decirlo, aún no se conocían, pues viajaban en partes muy distintas del camión-nave intercarreteral.
Como dije, pasó un percance, un imprevisto, que le puede pasar a cualquier conductor. Y es que le entraron unas ganas urgentes de orinar. No podía esperar a una gasolinera, no, tenía la vejiga reventando, así que paró el camión a un lado de la carretera, aprovechó unos árboles y se quedó allí para mear. La satisfacción que se reflejaba en el rostro del hombre luego de orinar era suficiente para un cuadro, pero en ese momento no había nadie que le tomara una foto. Y así, decidió retomar su viaje antes de que llegara la policía y lo detuviera por estacionar en un lugar tan peligroso para el tráfico, pero ¿qué sabrían ellos sobre necesidades fisiológicas?
Sin embargo, durante los pocos minutos que pasó regando los arbustos, algo le había pasado al camión. Y no era nada habitual, no, fue un asalto al camión.
Favorecidos por la parada forzosa del conductor, un grupo de activistas veganos que casualmente andan por allí y que defendían los derechos de los animales (pollitos incluidos) vieron aquella ocasión como una señal del universo, hasta el punto de que saltaron a la parte trasera del camión y abrieron la puerta, tirando las jaulas de la galaxia gallinácea al suelo. Tal situación les permitió liberar a las gallinas. Era obvio que estaban muy acostumbrados a ese tipo de acciones, pues en el tiempo que el conductor pasó orinando ya habían liberado casi la mitad de las aves de sus jaulas.
De todos modos, cuando el camionero quiso expulsar a los animalistas no pudo hacer nada, porque eran seis o siete y estaba solo, así que tres de ellos lo retuvieron, mientras los demás tiraban todas las cajas al suelo, sin demasiada atención, en una acción impremeditada que no contó con imprevistos, como que muchos de los polluelos corrieran hacia la carretera, por lo que los activistas tuvieron que intentar cortar el tráfico para que los animalitos no acabaran bajo las llantas de los autos... La verdad fue muy caótico y sí, finalmente apareció la policía federal de tráfico, pero ya no importa lo que pasó en ese momento, pues nuestros tres conocidos, Uno, Dos y Tres, sí tomaron un camino alejado de la carretera.
Corrieron juntos por casualidad, buscando refugio cerca de los árboles, porque aunque eran gallinas, no eran tontas y sabían que si las atrapaban, podrían regresar al planeta de las gallinas, aunque las pobres no tenían noción de eso, solo que, si las atrapaban, no regresarían al horrible edificio, sino que iría derechitas al matadero.
Algunas gallinas ya yacían tiradas en el suelo. Los gallinazos en el cielo ya acechaban los cadáveres de los desafortunados animalitos. Qué triste.
Llegado a este punto, no es posible saber si los polluelos podrían comunicarse entre sí. Evidentemente no lo hacían como la gente, pero de alguna manera pudieron intercambiar impresiones. Decidieron, por entonces, permanecer juntos siguiendo a Tres, autoproclamado líder del pequeño grupo, y continuaron caminando por el bosque, tratando de no ser detectados por cualquier posible enemigo. Despertaron en ellos los instintos salvajes de sus antepasados cuando aún no habían sido domesticados.
Sobrevivieron durante tres días, durante los cuales encontraron comida en el suelo, pero no era la harina que les daban en el planeta pollo. Las lombrices tenían un sabor extraño al que no estaban acostumbradas, pero el hambre es cosa seria.
Después del tercer día, Uno dijo que no quería cruzar el país de la galaxia sin rumbo, que iba a buscar un lugar donde quedarse.
— No abandones el grupo —le dijo Tres, pero sus palabras no fueron escuchadas.
Dos y Tres vieron cómo Uno rápidamente los perdía de vista, pero no se dieron cuenta de que a unos metros de la loma que los separaba, una familia de nómadas encontró al pollelo Uno y vio en él un almuerzo enviado del cielo.
Sin embargo, a Dos tampoco le gustaba el plan de cruzar el bosque, y también tomó un camino hacia fuera, sin dar explicaciones, y dejó solo a Tres, que no vio cómo Dos, después de un par de kilómetros, terminaba en el estómago de un perro salvaje que no había comido durante una semana. Dos resultó ser un manjar, con plumas incluidas.
Tres se quedó, pues, solo hasta que cruzó el bosque y salió a campo abierto. Y ahí estaba el gato. Bueno, era una gata. Saben que los gatos son cazadores y que esa gata podría atrapar fácilmente a Dos. Y el felino intentó cazarlo. No era nada personal, era solo hambre.
Dos corrió, corrió, corrió, tanto como sus piernas se lo permitían. Por miedo a que los bigotes del gato le rozaran el trasero, saltó la valla de alambre que tenía delante.
La gata podría haber podido saltar, pero estaba allí el humano dueño de aquel nuevo planeta gallináceo que la espantó. Luego, miró al polluelo que acababa de llegar, que pronto fue rodeado por las gallinas, pero eran gallinas de Angola. Quería hacer planes con él, pero no iban a funcionar, porque el polluelo “feo” se convirtió en el rey del gallinero.
Al menos, en ese planeta al pie de la carretera entre Foz y Cascavel, por la noche se podían ver las estrellas.
3. LA DECISIÓN DE CANELA
Canela era una perra. Ella sí tenía un nombre. Fue nombrada así por la gente de la calle debido al color canela de su pelaje.
Vivía entre Foz de Iguazú y Ciudad del Este. Si le preguntaran si nació en Brasil o Paraguay, ni siquiera ella misma sabría la respuesta.
Desde que tenía recuerdos, la perra se pasaba las noches en Ciudad del Este y los días en Foz. De cachorro, aprendió a cruzar el puente de la Amistad sobre el río Iguazú, imitando a los humanos y descubrió que en Ciudad del Este era más seguro dormir, mientras que en Foz era más fácil encontrar comida. Pero ella era una experta. Frecuentaba locales de comida y se sentaba delante de una mesa. Sabía poner caras muy expresivas hasta que convencía a un humano para que le arrojara un trozo de comida que inmediatamente devoraba.
Aunque cruzar el puente era complicado, Canela iba y venía todos los días. Era un perro callejero, un animal que no interesaba a nadie, sin identidad, sin pasaporte, sin conexión con nada ni con nadie.
Toda su vida podría haber sido así. Ya sabía muy bien dónde encontrar comida en Foz, pero necesitaba actuar rápido porque a muchos humanos no les gustan los perros callejeros y les tiran cualquier cosa para mantenerlos alejados.
De todos modos, nada nuevo. Como decía, todo era pura rutina, aunque fuese rutina correr por las calles o cruzar el puente de la Amistad.
Pero resultó que su conducta de cruzar el puente fue observada por una banda de delincuentes que pensó que se podría entrenar a la perra para llevar drogas a Brasil y regresar con el dinero de los compradores. Pero, afortunadamente, no funcionó. La policía brasileña descubrió la operación gracias a los ladridos de Canela cuando llamaba la atención de los traficantes para que le quitaran la droga que tenían pegada a su vientre y que le provocaba un horrible picor en los mamas.
Sus mamas, precisamente, eran una parte de su cuerpo que le molestaba mucho. Estaba preñada, lo cual era algo nuevo para ella. El sexo entre perros es algo fisiológico, ya lo saben. La perra ni siquiera recordaba quién era el padre de esos cachorros que llevaba dentro. Pero notó que su hambre se duplicaba. Comía mucho más de lo habitual.
Finalmente, sintió que iba a dar a luz. No podría llegar a Ciudad del Este, tendría que dar a luz en Foz. Apenas tuvo horas para encontrar un refugio seguro. Aunque odiaba la cercanía al río, esa era la parte más segura, donde había espacios que los humanos no frecuentaban, pero otros seres, como las ratas, podrían atacar a sus cachorros.
Canela dio a luz a seis bebés vivos y uno muerto. Mala suerte.
La experiencia de la maternidad fue algo completamente nuevo para ella. Pero el instinto prevalece. Muy pronto, los cachorros buscaron la teta de su madre y comenzaron a tomar leche.
Parecía que todo iba bien. El nido que Canela preparado a sus cachorros les parecía seguro. Si ella permanecía allí todo el tiempo, las ratas no se acercarían. Sí, seguridad, pero eso implicaba hambre. Tendría que salir de allí para buscar comida y agua. Si ella no comía, sus perros tampoco. ¿Cómo hacerlo?
La perra no había contado con ese revés. No podía arriesgarse a abandonar el nido, pero al mismo tiempo, sin comida no produciría leche. En ambos casos, había muchas posibilidades de que su camada muriese.
Pero si las ratas eran una amenaza seria, un gato lo era aún más. El olor de un felino llegó perfectamente al olfato de la perra, que instintivamente comenzó a gruñir. Sentía que el gato se acercaba al nido. La perra se puso de pie, iba a proteger a su camada a toda costa. Dejó sus colmillos a la vista, mientras que los pelos de su nuca se erizaron. Ella nunca había sido agresiva, pero en ese momento era una cuestión de vida o muerte.
Fueron interminables los minutos en los que la presencia del gato, cada vez más cerca, solo se notaba a través de su olfato, pero no se veía por ningún lado. El gato avanzaba despacio, muy despacio, hasta el más mínimo sonido de sus patas era audible.
Y entonces se hizo visible, a pocos centímetros del perro. No mostró ningún entusiasmo, no parecía hostil. Ese comportamiento hizo que el perro se relajara un poco.
De hecho, llevaba una rata en la boca. La acababa de capturar. La dejó fuera del nido y se alejó.
Las ratas no son el alimento favorito de los perros, pero el hambre es hambre y aquel roedor satisfizo las necesidades alimentarias de la perra, que, esa noche, no tuvo que salir a buscar comida.
Fue así todas las noches. El gato, en realidad una gata, aparecía después del atardecer, siempre con una rata, un pez o cualquier animal que pudiera comerse. Alguna vez incluso llevó restos de comida que los restaurantes vecinos tiraban a la basura.
El perro nunca agradeció a la gata su amabilidad, ¿cómo iba a hacerlo? Pero fue gracias a la gata que la camada de perros sobrevivió en un acto de solidaridad entre especies sin precedentes. Otro misterio de la naturaleza, uno más. O tal vez fue un acto de sororidad entre hembras, quién sabe.
4. LA GATA QUE PERDIÓ LA CUENTA DE SUS VIDAS
Dicen que los gatos tienen siete vidas. No lo sé, podría ser. Este gato ya había gastado algo por hambre. Quizá más. Ese día intentaba cazar al polluelo Tres cuando ya estaba al borde de la inanición.
Ella misma creía que estaba viviendo su cuarta vida —por tanto, cuatro de siete vidas—. Vivir en el campo le dio una inmensa libertad, pero nació en la ciudad. La cuestión era elegir: libertad y hambre; o comida y miedo. Sí, porque comer en la ciudad, concretamente en Foz, era fácil, pero la vida de un gato en esa ciudad no es realmente fácil, al contrario, son perseguidos y, si son capturados, pueden acabar en el menú de un Restaurante con pocos escrúpulos donde hacen pasar su carne por carne de conejo... o carne de mono.
Después de perseguir a una gallina perdida en medio de la nada, que había logrado saltar una alambrada y mantenerse fuera de su alcance, la gata decidió que si quería conservar su cuarta vida tendría que regresar a la ciudad.
Y así lo hizo. Regresó a la ciudad donde nació. Sin embargo, si hubiera sabido lo que le iba a pasar en aquel momento, probablemente se habría quedado en el campo, intentando cazar roedores o cualquier polluelo que se escapara de las granjas.
Resultó que se quedó preñada. Ya saben que es así con los animales. Se quedan y se quedan.
Construyó un nido junto al río y allí dio a luz a ocho gatitos. Eran adorables y la gata sentía que había recuperado su vida. Por la noche dejaba solos a sus bebés y se iba en busca de comida. Las criaturas crecieron bien, estaban bien alimentadas y ella era una madre amorosa y hasta tierna que cuidaba a sus hijos como si fueran los últimos en la Tierra.
En un cierto momento, fue a cazar durante el día. Eso era precisamente lo que esperaban un par de ojos que la acechaban desde la distancia. Cuando regresó, una hora más tarde, el nido estaba vacío.
Es imposible imaginar el dolor de una madre, aunque sea una gata, cuando le roban a sus hijos. Porque eso es exactamente lo que le hicieron. Sin embargo, logró encontrar la pista de los gatitos. Se los arrebató un humano, un ser sin escrúpulos que quería hacer negocios con ellos.
La gata siguió el rastro hasta una tienda de mascotas. Allí estaban todos. La gata ni siquiera podía verlos a través de la vitrina, pero el olor de ellos llegaba hasta ella. Sin embargo, no podía hacer nada. Pronto cargaron a los gatos en un transportador y los sacaron del negocio en un furgón. Aunque la gata lo persiguió, no pudo atraparlo. Se perdió de vista en el laberinto de la ciudad, sin imaginar que cruzarían el río Iguazú camino de Argentina.
La gata podría haber pensado que al menos sus gatitos terminarían con familias humanas que los trataría bien, pero eso era algo que probablemente no se le pasaría por la cabeza, porque los gatos no hacen suposiciones como esa. Realmente nunca sabe lo que piensa un felino.
Así, la gata perdió otra vida, una vida arrebatada por el dolor de la separación. Durante una semana maulló con tanta tristeza que hasta el resto de gatos de la ciudad se asomaban a verla.
Tal vez incluso había perdido dos vidas en lugar de una. Es complicado contar las vidas de un gato.
Y entonces, de repente, en la orilla del río, descubrió que una perra callejera, tan sin hogar como ella, había dado a luz a unos cachorros. Estaba sola y necesitaba ayuda. Aunque ella había perdido a sus cachorros, no había necesidad de que aquella perra perdiera a los suyos. Tomó una decisión rápida. Tal vez una de sus vidas al fin y al cabo no se habia perdido.
En Paraná, agosto de 2024
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