domingo, 1 de septiembre de 2024

UN RATÓN GIGANTE EN LAS CALLES DE CASCABEL (PARANÁ)

 

Todo empezó de una manera inesperada. Fue cuando Viticulta, una mujer a la que le encantaba cotillear por la ventana, pero sin ser vista, observaba la calle.

En ese momento, estaba pasando las vacaciones en casa de su cuñada y su hermano, en la localidad de Cascabel. Era una ciudad muy conocida porque sus vecinos se jactaban de ser los más precisos en todo lo que hacían o decían, odiaban las vaguedades y las inexactitudes. De hecho, cuando alguien nuevo iba a vivir allí, se le hacía una prueba de civismo.

Y Viticulta, como solo estaba de vacaciones (pasaría como máximo una semana, si no también tendrían que hacer un examen), lo odiaba. No podía asomarse por detrás de la ventana como lo hacía en su propia casa, porque allí no pasaba absolutamente nada, todo era aburrido, aburrido... Además, la razón por la que se había quedado en casa de su cuñada y su hermano era porque ellos le habían pedido que cuidase a su sobrino, que resultó ser un angelito de pocos meses que dormía y dormía sin parar.

Y Viticulta volvió a mirar por la ventana. Solo por costumbre, estaba tan habituada a ver las cosas desde su propia ventana. Pero allí la gente no metía las narices en la vida de los demás. ¡Qué vaina! Además, la propiedad donde vivía la familia Viticulta era un tercer piso, sin otras edificios al frente para dónde cotillear.

Pero entonces vio algo. Sí, algo extraño, muy extraño. Era temprano por la mañana y no había gente en la calle, lo que llamó su atención. Se trataba de… se trataba de… a ver, las farolas brillaban muy bien, así que no podía haber duda. ¡Era un ratón gigante! Sí, un ratón de un tamaño enorme que caminaba tranquilamente por la acera y se detenía a olfatear los cubos de basura, como haría un perro callejero.

Viticulta se frotó los ojos, tal vez fuera una alucinación. Pero no, allí estaba el ratón gigante, tan tranquilo, que en ese momento se quedó tumbado sobre la hierba panza arriba.

No podía quedarse de brazos cruzados. Agarró su celular y marcó el número de emergencia.

— Emergencias de Cascabel, ¿cuál es su emergencia?

— Hay un ratón gigante en mi calle, aquí debajo, él todo tranquilo.

— ¿Un ratón gigante? Madre mía, qué miedo, ¿no? Deme su dirección.

Viticulta le dio la dirección. En menos de cinco minutos aparecieron debajo de la ventana de la casa dos camiones de bomberos, cinco coches de policía, una furgoneta de salvamento de animales, y todo ello con numerosos bomberos, policías, veterinarios y hasta un vendedor de bebidas que acompañaba a los servicios de emergencia en esos casos. 

Quien parecía el veterinario jefe se acercó a la criatura, que seguía durmiendo la siesta ajena a todo el ruido a su alrededor. Incluso parecía roncar. Viticulta observaba todo desde arriba, agarrada a las cortinas, con la tensión subiendo hasta el cogote.

De repente, el veterinario movió la mano e hizo un gesto tranquilizador a los demás miembros del equipo de rescate. Pero la cosa no terminó ahí: el veterinario le acarició al bicho en la panza, el cual finalmente se despertó, pero no atacó, no, parecían gustarle los mimos e incluso se quedó con las patitas al aire para recibir más caricias en el vientre.

Viticulta no podía creer lo que veía, pero tuvo que retirarse de la ventana, porque su sobrino se había despertado. Probablemente ya era hora de cambiarle los pañales, que es algo desagradable y apestoso.

Apenas había terminado de cambiarle los pañales al niño cuando alguien llamó a la puerta de la casa. El timbre sonó muy suave, reproducía el inicio de Para Elisa de Beethoven, la música que había enamorado al hermano y a la cuñada de La Viticulta.

Con el niño en brazos, abrió la puerta. Allí estaba el veterinario jefe que había atendido la urgencia momentos antes. Su rostro no era precisamente amistoso, al contrario, tenía una expresión seria que presagiaba una reprimenda.

— Señora —dijo el veterinario, todo serio—, que sea la última vez que da una falsa alarma".

— ¿Qué dice? ¿Cómo que falsa? ¡Vi perfectamente que había un megarratón en la calle, que ya he leído sobre ellos en internet, en una página de monstruos que viven debajo de la ciudad! ¡Salen de las alcantarillas para buscar comida! Y ese debe ser muy peligroso, porque hasta perdió la cola en alguna pelea, tal vez con un cocodrilo también de las alcantarillas.

— ¿Usted se está oyendo, señora? —replicó indignado el veterinario. No era una rata grande, era un capibara, de las cuales tenemos muchas aquí y el Municipio las alimenta.

Viticulta quiso entonces que se la tragara la tierra. En su necesidad de encontrar algo que cotillear, ni se paró a ver qué había en la calle.

— Y recibirá un castigo por movilizar innecesariamente los servicios de emergencia de la ciudad —anunció muy serio el veterinario, acompañado ya por un policía cargado con una caja de cartón muy pesada.

— ¿Pagaré una multa?

— ¿Una multa? ¡No! Va a tener que estudiarse todos estos dosieres sobre animales, además de este manual sobre cómo ser un ciudadano honesto —dijo, descargando la caja sobre una mesa de la casa—. Dentro de dos semanas tendrá que aprobar un examen, como cualquier Cascabelense... Ah, y además tiene prohibido mirar por la ventana más de diez segundos seguidos.

Ese último fue lo más duro para Viticulta, lo más duro. Así, ella nunca volvería a ser ella...

© Frantz Ferentz, 2024

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