domingo, 15 de diciembre de 2024

EL PRÍNCIPE PANDEMOL Y SU MASCOTA

 


En el reino de Calastania gobernaba el rey Quilimondo III. Bueno, gobernaba, por decirlo de algún modo, porque quien realmente mandaba era su asno, Hiah. 

Te preguntarás cómo es posible que un burro gobernara un reino. 

La respuesta es muy sencilla, pues cada vez que el rey Quilimondo III tenía que tomar una decisión, la comentaba con el burro, a quien le preguntaba qué debía hacer, mientras estaba tumbado en el pajar, masticando hierba seca todo relajado.

― A ver, ¿qué opinas? ¿Declaro la guerra a nuestros vecinos de Lloramiconia?

Y según que el asno moviese la cabeza de arriba hacia abajo, o de izquierda a derecha, actuaba el rey.

Como ya puedes comprender, muchos habitantes de Calastania no sentían mucho apego por el monarca.

Sin embargo, era muy complicado deponer al rey, porque estaba rodeado de guardias, macetas con cactus, parterres con zarzas, minidragones escupidores de chispas... Imposible dar un golpe de estado en esas condiciones.

El líder de la resistencia, Gandulún, no sabía qué hacer para derrocar al monarca.

― Secuestremos al asno, Gandulún.

― Ese está tan protegido como el rey, que pasa más tiempo en la cuadra con él que en el salón del trono.

No es que a Gandulún le importara el pueblo, la gente, simplemente quería ser rey, porque le gustaba la idea de colocarse una corona en la cabeza y dar órdenes, pero no necesitaría un burro que en realidad decidiese por él.

― El punto débil de Quilimondo es su hijo, el príncipe heredero Pandemol ― comentó uno de los secuaces de Gandulún que era muy listo, llamado Reguetonio. No tiene la protección de su padre. Y si conseguimos eliminar al príncipe, la línea hereditaria quedará así interrumpida.

— ¿Y cómo hacemos eso? —preguntó Gandulún.

― Acaba de llegar un cocodrilo al zoológico ―empezó a explicar Reguetonio.

— ¿Y eso en qué nos ayuda?

― Verás, jefe, el cocodrilo llegó por error. Compraron un oso hormiguero, pero les trajeron un cocodrilo del Nilo. Y como no lo quieren, lo venden. Sale muy barato.

― ¿Y qué hacemos con un cocodrilo? —preguntó Gandulún.

― A ver, tenemos que explicártelo todo ―Reguetonio se llenó de paciencia. Dentro de unos días será el cumpleaños del príncipe Pandemol. Para entonces, todo el país le hará regalos...

― ¿Y le vamos a regalar algo también? ¿Cómo qué? ¿Un balón de fútbol? Ay no, que el fútbol aún no se ha inventado.

— ¡El cocodrilo! Tengo que explicártelo todo. ¡Regalémosle el cocodrilo!

― ¿Y no será peligroso? ―inquirió Gandulún―. Mira que si ese bicho se come al niño... O al menos lo lastima.

— De eso se trata, precisamente —saltó el Reggaetonio―.  ¿El cocodrilo hará el trabajo sucio, entiendes?

— Ah, claro, ahora sí…

Dicho y hecho. 

El cocodrilo estaba envuelto en un bonito papel de regalo con una notita que decía: "Feliz cumpleaños, Príncipe Pandemol".

Contra todo pronóstico, el regalo del malvado Gandulún fue un éxito.

El príncipe Pandemol dijo que era el mejor regalo que le habían hecho, que siempre había querido una mascota, pero que solo había logrado adoptar una araña, que además tenía solo siete patas.

El rey no llegó a enterarse de nada, porque no le importaba en absoluto su hijo.

Hasta esa tarde.

Todo empezó cuando el palacio se llenó de gritos de terror, gritos de gente corriendo.

― ¡Que alguien me explique qué está pasando aquí! ―exigió el monarca, asomándose al pasillo.

Pero no necesitó explicaciones.

Vio a su hijo, el príncipe Pandemol, montado en el lomo de su cocodrilo.

— ¡Más rápido, más rápido! —gritaba el príncipe todo contento.

El rey preguntó a su hijo que qué estaba pasando:

― Hijo, ¿qué haces?

― Cabalgar a mi mascota. Se llama Coco.

— ¿Es un cocodrilo? —preguntó el rey, pero ya no escuchó la respuesta de su hijo, porque el cocodrilo era muy rápido.

Quilimondo pensó que tenía que tomar una decisión, así que fue donde su burro Hiah y le preguntó:

― ¿Debo respetar que mi hijo tenga un cocodrilo como mascota?

Hiah negó con la cabeza, pero en realidad estaba tratando de ahuyentar una mosca, porque no entendía nada de lo que el rey le preguntaba.

Simplemente movía la cabeza porque, después de responder, el rey siempre le daba remolacha, y a él le encantaba la remolacha.

Por ello, el rey Quilimondo III mandó redactar un bando, que decía:


Por orden del Rey Quilimondo III, os informo:


Se pagarán unas veinte monedas de oro a cualquier cazador de cocodrilos que liquide al cocodrilo que habita en los aposentos del Príncipe Pandemol.


Por todo lo cual, firmo este bando en este día, este mes y este año en Calastania.


Lógicamente, muchos cazadores de cocodrilos vinieron a ganar la recompensa, pero no esperaban que el cocodrilo fuera más peligroso que una familia de dragones.

Los cazadores cayeron uno tras otro.

El príncipe se ahorró un buen dinero durante un tiempo en comida para cocodrilos gracias a los cazadores.

Hasta que un caballero se acercó al cocodrilo y descubrió que había un error en el cartel.

Fue a ver al monarca y le explicó que había un error:

— ¿Y cuál esr?

― Que la mascota no es un cocodrilo, sino un caimán. Por tanto, es necesario contratar a un cazador de caimanes, no a un cazador de cocodrilos, que no son el mismo animal.

El rey Quilimondo se quedó con la boca abierta. 

Tendría que consultar con su fiel Hiah.

Sin embargo, puedes quedarte tranquilo, porque no había cazadores de caimanes en el reino de Calatania, así que no hubo forma de matar a la criatura.

El príncipe estaba feliz cabalgando ―o caimanando― por el palacio y por fuera con su mejor amiga Coco.

El rey siguió pidiéndole siempre consejo a su mejor amigo.

Y Gandulún... Gandulún siguió deseando endosarse en la cabeza la corona del rey, lo cual consiguió gracias a que Reguetonio la encontró en una chatarrería, porque el rey se había comprado una nueva y la vieja la acabó tirando a la basura.


© Texto, Frantz Ferentz, 2024
© Ilustración: Enrique Carballeira Melendi

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