sábado, 15 de febrero de 2025

LA CARROZA MÁGICA

 

― Papá, quiero montar en la carroza de la princesa ― le dijo Agnes a su padre mientras pasaban junto a una carroza de feria de monedas en el vestíbulo del aeropuerto.

Al padre, que estaba concentrado en su conversación por el móvil, no le interesaba lo que decía su hija, pero sí es cierto que la niña era muy insistente, e incluso le tiró de los pantalones, casi dejándolo con los calzoncillos a la vista.

― ¡¡Papá, papá!! ―gritaba Agnes, tanto que todas las personas a su alrededor no separaban la vista de la niña y su padre.

El padre, aunque intentaba concentrarse en su importante conversación de negocios, no pudo evitar la vergüenza de ver decenas de ojos clavados en él y en su hija. Por tanto, se excusó de la conversación y metió la mano en el bolsillo. Rebuscó y encontró algunas monedas. Se las entregó a su hija, que las tomó con entusiasmo. 

El hombre se sentó en un banco cerca de la carroza de monedas y dejó de preocuparse por su hija, quien rápidamente metió una moneda en la carroza y luego se montó.

De repente, Agnes sintió un BUIIIIMP y el carruaje apareció en un reino remoto, donde ya no era un carruaje de monedas, sino uno real, empujado por cuatro caballos blancos. Miró hacia abajo y vio que corría por una avenida llena de soldados de gala, junto con otros que tocaban tambores y cornetas. Además, iba vestida de princesa, toda de rosa, hasta los zapatos y la corona. Ella odiaba el rosa.

De repente, la carroza se detuvo. Bajó con la ayuda de dos pajes. Ambos acompañaron a la muchacha a la presencia de los reyes. Junto a ellos estaba el príncipe heredero, que tenía una barba rala e incluso parecía que todavía se comía los mocos.

― Bienvenida, princesa Agnes ―saludó el rey.

― Bienvenida ―dijo la reina.

― Hmm ―mugió el príncipe.

La invitaron a pasar y le ofrecieron una taza de café con galletas de chocolate. A continuación, la reina preguntó:

― Como futura reina, te preguntaré si sabes cocinar, lavar, comer, educar a tus hijos...

— ¿Quéééé? ―Agnes quedó asombrada.

― Lo que has oído.

— ¿Acaso ese hijo inútil que tenéis, no sabe siquiera absorber mocos? Soy una mujer del siglo XXI. 

― Eeeeh ― dijo el príncipe heredero.

Y sin más, Agnes se levantó y salió del palacio dejando a los monarcas boquiabiertos, sin poder reaccionar. Se subió al carruaje y gritó a quien fuera:

— ¡Llévame con mi padre!

Un BUIIIIMP volvió a sonar. Y entonces Agnes estuvo de vuelta en la carroza del aeropuerto que funcionaba con monedas. Salió, con su ropa normal, y se acercó a su padre, quien seguía hablando por teléfono, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

― Bla, bla, bla, bla, bla...

― Papá, ¿a que no sabes qué?

― Bla, bla, bla, bla...

―¿Puedes darme más monedas? ―preguntó el padre.

— Bla, bla, bla, bla...

Sin embargo, el padre mecánicamente metió la mano en el bolsillo y se sacó algunas monedas, más que antes. Se las dio

― Gracias ―dijo la niña.

Y sin esperar, regresó a donde estaba la carroza. Se subió en ella y enseguida sonó el BUIIIIIIMP de las otras veces. Luego se vio nuevamente vestida de princesa, esta vez al menos el vestido era azul cielo. Pero no iba sola en el carruaje. Junto a ella había otras cuatro princesas, que no dejaban de mirarla. 

― ¿De dónde sales? ―preguntó una princesa vestida de rojo.

―  Eres una plebeya ―le espetó otra princesa vestida de verde.

No hubo más conversaciones. El carruaje se detuvo y se abrió la puerta. Alguien fuera hizo un gesto a las cinco princesas para que salieran. Las cinco obedecieron y siguieron un pasillo entre flores, al final del cual, dentro de un jardín real, se encontraba un príncipe sobre un estrado. Este, al menos, era guapo y no se comía mocos. Un personaje de la corte, tal vez el visir, dijo a las cinco princesas:

― Y ahora, princesas, hagan fila para que las vea bien el príncipe y dejen que elija a una de ustedes como su futura esposa.

― ¡Alto ahí! ―gritó Agnes.

Todos los ojos se dirigieron hacia ella.

― No he venido aquí para que me elijan como quien elige una mascota.

Todos se quedaron sin palabras. Y antes de que nadie pudiera reaccionar, se recogió las faldas y regresó al carruaje. Se subió ligera y dijo:

— Con mi padre otra vez.

¡BUIIIIMP! Y el carruaje volvió a ser de monedas, sin caballos que tirasen de él, fijo en el aeropuerto. Agnes se bajó rápidamente y corrió hacia el banco donde se había sentado su padre.

Pero el padre no estaba.

Miró los paneles de los vuelos y vio con horror que el avión que iban a tomar ya había despegado. ¡¡Pero lo peor fue que su padre se había olvidado de ella!! ¡Cómo podía ser tan desconsiderado! ¿Cómo se podía olvidar de su propia hija en el aeropuerto?

Agnes estaba totalmente enojada. Le daría una lección a su padre. Sabía que al cabo de un mes regresaría por ese aeropuerto, porque ese era un viaje que repetía todos los meses. Por tanto, volvió al carruaje, pero antes de entrar del todo, dijo:

― Y ahora, no me lleves a donde tú quieras. Llévame a algún lugar donde las princesas sean guerreras y tengan que salvar a los príncipes.

Luego insertó la última moneda e inmediatamente sonó un ¡BUIIIIMP!


© Texto: Frantz Ferentz, 2025

© Ilustración: Yaga


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